Un análisis balanceado de las pasadas elecciones municipales exige mirar más allá de los números anunciados por el CNE.
Por: Benigno Alarcón
A escasos días de nuestra última elección, los resultados, y sobre todo el significado de las elecciones municipales del pasado domingo, lucen aún confusos para la mayoría de las personas que se ven atrapadas entre discursos y análisis opuestos que nos hacen dudar a todos sobre si todo esto significa que ganamos o perdimos. Con interpretaciones para todos los gustos, a veces se hace difícil entender si el vaso esta medio lleno o medio vacío y si existe alguna diferencia entre ambos, por lo que haremos un intento hoy por aclarar algunas cosas, que espero no abone aún a confundirles más.
Ganar o perder una elección, en principio es una cuestión de números, gana el que tiene más votos, pero las ganancias o pérdidas políticas son más que un tema de contabilidad dura y fría, es un tema de proyecciones y expectativas. Si nos vamos a los números debemos comenzar diciendo que este proceso no era una elección, sino 335 elecciones municipales, en donde cada elector escogiendo el color de una tarjeta o unos nombres trataba de responder a dos temas completamente distintos: la primera, ¿quiénes deben gobernar este municipio?, lo cual es en lo que consiste naturalmente una elección municipal, y la segunda ¿quién ganó la elección de Abril?, lo cual es un tanto más complicado de explicar a los electores, y mucho más aún de lograr.
Si nos vamos al proceso municipal, y medimos resultados por la cantidad relativa de alcaldías ganadas, es fácil decir que el oficialismo le gana las elecciones a la oposición, al lograr hacerse con alrededor de 240 de las 335 alcaldías en disputa, mientras que la oposición alcanza 76 alcaldías, las otras quedan en manos de independientes. Pero si lo vemos en términos absolutos, hoy la oposición tiene 13 alcaldías más, algunas de ellas en ciudades muy importantes, lo cual implica proyecciones que ni son irreversibles ni pueden por ello ser ignoradas. Al menos desde la óptica de quien esto escribe, el dato más importante de todos, más que el numérico, está en entender por qué ciertas alcaldías que estaban en las manos de una tendencia, oficialista o de oposición, pasan a las manos contrarias. Es justamente aquí, en la interpretación de este fenómeno, en donde puede estar la clave para comprender cómo funciona la esencia de la decisión política que termina favoreciendo a unos u a otros. Es por ello que más que sumar estados, se trata de comprender qué sucedió en cada una de estas 335 elecciones, para poder entonces comenzar a identificar y comprender los patrones que determinan el ganar o el perder. Esta es una tarea pendiente a la que debe dedicársele tiempo y esfuerzo.
Si nos enfocamos en los resultados de la medición plebiscitaria de este proceso, o sea la medición sobre quien es mayoría que propuso el líder de la oposición, es el gobierno quien se impone por un margen, por cierto nada cómodo, de apenas un 3.2 % si se mide PSUV vs. MUD o de 6.52% si a estos se suman los votos de los partidos aliados.
Ante un resultado que significó la ganancia de 13 alcaldías adicionales para la oposición, muchos culpan hoy a la estrategia plebiscitaria de la derrota de la oposición, ya que alegan que la ganar en la mayoría de las alcaldías era un resultado que nadie esperaba, pero aumentarlas podría ser interpretado como un triunfo de la oposición si esta ganancia no viniese acompañada de una derrota en el total de votos sumados a nivel nacional, con lo que se ha buscado generar la impresión de que el gobierno cuenta con el apoyo, después de abril, de una mayoría incluso superior a la que tenía para el momento de la elección presidencial, lo que implica un avance en dirección a la construcción del chavismo post-Chávez.
Lo que estas interpretaciones parecieran obviar es que si el desafío plebiscitario no se hubiese planteado, el resultado del voto nacional no habría sido mejor, sino posiblemente peor y el conteo nacional habría sido utilizado a todo evento por el oficialismo para reafirmar su carácter mayoritario tras el conteo definitivo. También pareciera ignorarse que sin bien el carácter plebiscitario de una elección municipal no fue acompañado por la mayoría de los partidos de oposición como estrategia, y tampoco por la mayoría de los votantes, hoy valdría la pena preguntarse cuántos electores, sobre todo de las grandes ciudades en donde la oposición es mayoría y la motivación de lo municipal es menor, se habrían abstenido si el componente de revancha política presidencial no se hubiese puesto sobre el tapete. Los cálculos de la proporción de votantes que aceptaron el componente plebiscitario como razón para votar en esta elección municipal andan, según algunas mediciones que no nos son propias, entre el 10 y el 17%, proporción ésta que si no toda, al menos una parte significativa no habría participado en una elección típicamente municipal, cuyos porcentajes de abstención son normalmente igual o mayores al 50%, por lo que cabe preguntarse en cuánto contribuyó la estrategia plebiscitaria a la cantidad de votos obtenidos por la oposición y a las alcaldías ganadas, considerando que en el peor de los casos aporta un motivador adicional para votar aunque sea para un porcentaje menor de electores.
Pero la pregunta para algunos, para quienes votamos, es ¿dónde estaban el resto de los votantes que no participaron en este proceso?. Evidentemente, y como todos habíamos previsto, jamás podía esperarse que la participación en una elección municipal fuese equivalente, o tan siquiera cercana, a la de una elección presidencial. Las tasas de participación en una elección municipal jamás lograban superar el 50%, mientras que en esta oportunidad casi alcanza el 60% de participación, pese a que por primera vez el proceso se restringió exclusivamente al nivel municipal. El carácter local de este proceso, evidentemente, es el factor de mayor peso en los niveles de participación, tanto para el gobierno como para la oposición, pero si comparamos este proceso con otros anteriores del mismo tipo, el motivador plebiscitario pudo haber incrementado el voto voluntario de ambos lados del espectro político, así como los esfuerzos de las maquinarias de movilización de ambas tendencias.
Lo que sí queda claro, es que la diferencia en el voto nacional a favor del gobierno se explica, principalmente, por una mayor dependencia de la oposición del voto espontaneo, considerando las notables ventajas organizativas y de recursos con los que cuenta el partido de gobierno, que utiliza de manera ilimitada los recursos del Estado, así como por la ejecución, no sé si el diseño, de la estrategia comunicacional de la oposición que no fue capaz de alcanzar, motivar y persuadir a sus votantes de la importancia del carácter plebiscitario de esta elección, después del cuestionado proceso de Abril que ha estimulado el debate entre el sector de la oposición sobre el valor real del voto y ha dejado muchas interrogantes sin contestar hasta el día de hoy, convirtiendo el mayor peso electoral ganado en abril en una carga difícil de sostener y mover para la misma oposición.
En un intento por hacer un balance justo y equilibrado de este último proceso electoral, creo que vale la pena destacar, a modo de conclusión, lo siguiente:
En términos de ganancias relativas, que para algunos es lo único que cuenta, el oficialismo gana esta última medición desde el punto de vista municipal, al lograr alzarse con la mayoría de las alcaldías, resultado que fue siempre el esperado, al tiempo que logra obtener la mayoría del voto nacional lo que les hace vencedores del plebiscito, fortaleciendo la posición de Maduro de cara hacia el interior de su propio partido, así como hacia el resto del país y más allá de sus fronteras.
En términos absolutos, el análisis se vuelve algo más exigente. En este proceso la oposición logra un avance en el número total de alcaldías obtenidas, así como en la significación de las mismas si consideramos que ese 23% de alcaldías implican una influencia territorial que supera el 50% del electorado. Si bien es cierto que quienes están en este 23% de los municipios no son exclusivamente votantes de oposición, también lo es que la presencia ahora de gobiernos de oposición en estos territorios brinda una oportunidad única de influencia y organización que era significativamente menor antes de este proceso. Pero hay siempre que considerar que si bien el obtener una alcaldía es una oportunidad para crecer políticamente si se hacen las cosas bien, también lo es para lo contrario, lo cual queda demostrado por los resultados mismos de este último proceso en donde tanto gobierno como oposición terminan perdiendo alcaldías en donde eran anteriormente gobierno.
Asimismo, en términos relativos, hay otro tema que no puede ni debe ignorarse, y es lo que podríamos llamar la relación inversión/votante, o sea ¿cuánto cuesta al gobierno y a la oposición cada voto obtenido?. Sin tener mayores datos a mano, pero con la certeza que de la evidencia más obvia se desprende, la inversión por votante del lado del gobierno es, no desde este proceso, sino desde hace ya algún tiempo, mucho más alta. Es así como se pasó de las expectativas generadas por el carisma y las capacidades comunicativas del desaparecido Comandante Chávez, al Plan Bolívar 2000, y de ahí a las misiones como Barrio Adentro, pero luego escalar el nivel de inversión a proyectos de la magnitud de Misión Vivienda, elevando cada vez más las expectativas sobre unas promesas progresivamente más costosas y difíciles de cumplir. La pregunta es ¿cuán sostenible esto es, políticamente hablando?. Es este un tema tan solo de disponibilidad de recursos, que tampoco hay, o ¿caminará la insatisfacción por las expectativas incumplidas más rápidamente que la capacidad para cumplirlas?
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La relación inversión/votante también pudiera ser entendida desde el punto de vista del elector. Es decir, su elección por tal o cual candidato a manera de inversión en un proyecto político, en la expectativa de gobernabilidad en su región, la superación del discurso mono-temático, en la espera de soluciones a problemas sociales; entre otras cosas. Comparto lo dicho con el profesor Juan Manuel Trak en su editorial cuando menciona la emergencia de nuevos liderazgos, quienes a mi juicio tienen el reto de romper con el esquema de gobernar sin resultados progresivos o no asumir retos sino alienarse a las formas de política polarizada actual. Así como también concuerdo, con la superación de lo electoral, puesto que el candidato (luego autoridad) ha venido prevaleciendo el momento de la elección sin ocuparse de la retroalimentación política que genera el desarrollo de la gestión administrativa.
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