Marcos Tarre Briceño
08 de enero de 2018
«Hoy gané mi primera batalla, no todo lo deciden ellos«
Bosco Gutiérrez[1]
¿Debe ser un motivo de alegría que a un preso político, injustamente detenido y mantenido ilegalmente en prisión, sea liberado o se le cambie el régimen a casa por cárcel? Detrás de lo que se quiere hacer lucir como una “gracia” presidencial o generosidad producto del “espíritu de Navidad” de la írrita Asamblea Nacional Constituyente, existe una terrible manipulación y perversión. Pero sin duda, en el plano personal y humano de las víctimas, de la familia y de sus allegados, sí debe -y tiene que ser- razón de alegría que regrese a su casa un preso político en esas fechas, al igual que es motivo de alegría que un secuestrado por las bandas delictivas sea liberado con vida.
La similitud entre un secuestro cometido por el hampa para obtener dinero de rescate y la privación ilegítima de libertad de una persona por parte del Gobierno por motivos políticos, puede interpretarse de una forma amplia, más allá de la alegría que puede generar la libertad del secuestrado o la mejora de condiciones del preso, ya que entrañan efectos e impactos bastantes similares. Escritos de analistas, reflexiones de especialistas o de las mismas víctimas del secuestro son perfectamente válidas y aplicables a los presos políticos detenidos ilegalmente:
“…El secuestro[2] es un delito atroz que atenta contra el derecho fundamental de la libertad. …El secuestro desde el punto de vista psicológico es un delito que atenta contra las lealtades y los afectos de la familia y de la persona; pone a prueba todas las capacidades físicas, psicológicas, mentales, espirituales y sociales de un individuo y su entorno… …la presión ejercida por el fenómeno del secuestro genera profundo dolor, miedo, impotencia, desesperanza, rabia, tristeza y culpa…”
Un excelente trabajo publicado por la revista colombiana Semana el 15 de enero de 2001, de Carmen Elvira Navia, cuando Colombia sufría la peor situación en materia de secuestros, destaca efectos sobre los secuestrados y su familias que son perfectamente aplicables a los presos políticos y a su entorno: comunidades, partidos políticos, simpatizantes, gremios, sociedad en general y por supuestos también a los familiares de los presos.
“…Las familias viven un cautiverio virtual (…) No hay barrotes, no han sido aisladas del mundo, no tienen una pistola enfrente, pero se encuentran encerradas sicológicamente por un secuestrador que aparece y desaparece de manera repentina y azarosa como un ser invisible siempre ahí (…) Las personas sienten que no tienen control sobre lo que les pueda suceder, la confianza se vuelve selectiva reduciendo al máximo el círculo de personas consideradas fiables, hay una gran sensación de desesperanza y pérdida de interés por un país que se ha convertido en fuente constante de temor (…) Vivimos al acecho, buscando saber quién es amigo y quién enemigo, preguntándonos si éste o aquella serán informantes que vigilan todas y cada una de nuestras acciones”.
La especialista colombiana en Psicología Clínica y docente de la Universidad Pontifica Bolivariana de Bucaramanga, Diana María Agudelo V. señala otro efecto del secuestro también válida para el preso político[3]:
“La sensación de ser perseguido, vigilado constantemente, genera una amenaza a la privacidad a veces insoportable. El temor a todos y a todo, la posibilidad permanente y cada vez más cercana del plagio, se convierten en torturas que a veces traspasan los límites de tolerancia y entonces vienen la lucha o la huida como recursos cognitivos de afrontamiento a jugarse la carta por el equilibrio (…) La amenaza del secuestro cambia el estilo de vida, las rutinas, las relaciones, los planes, la relación con el tiempo, la calidad de vida. Acalla la voz porque podría resultar peligroso hablar de eso….”
Por su parte, Carmen Elvira Navia y Marcela Ossa[4] afirman efectos del secuestro comunes con la detención política arbitraria:
“…El secuestro nos expone a un trauma crónico. Cuestiona nuestras creencias más fundamentales sobre la confianza, la justica, la vida, la muerte, la bondad y la maldad en el mundo y en nosotros mismos, genera un cambio en nuestro auto concepto y en la forma como nos sentimos en relación con nosotros mismos. Cualquier secuestro nos remite a la psicología del sometimiento. …Cuando la víctima deja de pensar por sí misma y se limita a cumplir con lo ordenado por el secuestrador, pierde su identidad como ser humano independiente quedando completamente doblegada. No puede pensar y deja de ser persona. Sobrellevar un cautiverio es aprender a aceptar que somos impotentes en un momento dado y que estamos bajo el dominio de otro ser humano que busca rebajarnos como personas.
Como puede verse, los efectos que un Estado Terrorista puede buscar con la detención ilegal de opositores y activistas, por el sólo hecho de pensar diferente, son bastantes similares a los del secuestro. El preso político es una “moneda de cambio”, un sórdido modelo de extorsión y amenaza, una promoción y publicidad de lo que le puede pasar a todo el que piense distinto y lo manifieste. Pero, una gran diferencia es que la modalidad delictiva del secuestro es condenada y reprimida, catalogada universalmente como una actividad criminal e ilegal; mientras que el encarcelamiento de presos políticos pretende presentarse bajo una supuesta cobertura legal, usando, manipulando y tergiversando instituciones y herramientas, o creando nuevos marcos jurídicos que pretendan justificar sus acciones.
El informe “Arremetida contra opositores. Brutalidad, tortura y persecución política en Venezuela[5]” realizado conjuntamente por Human Right Wacht y la organización venezolana Foro Penal, hace referencia a la dimensión cuantitativa de los detenidos y presos políticos y de los vejámenes y arbitrariedades sufridas:
“…El hecho que estos abusos generalizados hayan sido cometidos reiteradamente por miembros de distintas fuerzas de seguridad y en múltiples lugares, en 13 estados y la capital (incluso en entornos controlados como instalaciones militares y otras instituciones estatales), durante el período de seis meses cubierto por este informe, avala la conclusión de que los abusos han formado parte de una práctica sistemática de las fuerzas de seguridad venezolanas. …Desde comienzos de abril, miembros de diferentes fuerzas de seguridad han detenido a más de 5.400 personas en el contexto de manifestaciones masivas contra el gobierno en Venezuela. Si bien es posible que algunos detenidos hayan participado en actos de violencia, la gran mayoría eran manifestantes no violentos, transeúntes, personas que filmaban las manifestaciones, opositores al gobierno y algunas personas que fueron sacadas de sus casas porque el gobierno sostenía que tenían nexos con la oposición política. Además de quienes permanecen detenidos, el Foro Penal tiene registro de 3.900 personas que permanecen sujetas a procesos penales arbitrarios y a medidas provisionales que limitan de diferentes formas su libertad. Al menos 757 civiles fueron procesados en tribunales militares, mientras que otros han sido llevados ante la justicia penal ordinaria —sin acceso adecuado a abogados o familiares— y procesados, a menudo, sobre la base de pruebas sembradas para incriminarlos. En 53 casos que afectan al menos a 233 personas que se documentan para este informe, las víctimas fueron sometidas a abusos físicos y psíquicos mientras estaban detenidas, con el presunto fin de castigarlas u obligarlas a incriminarse o comprometer a otras personas”
Pareciera, entonces, que los presos políticos en Venezuela están sometidos a condiciones similares o peores que las víctimas de secuestro y que al referirnos a ellos pudiéramos hablar más bien de “secuestrados políticos”.
El impacto que genera el preso político en la sociedad, especialmente entre la gran mayoría opositora, está meticulosamente calculado para mantener con técnicas criminales el control sobre la población. Así que ahora en Venezuela, además de la enorme cantidad de víctimas de secuestros y secuestros exprés, en los que participan a nivel personal muchos funcionarios policiales o de la GNB, ahora debemos también sufrir los “secuestros políticos”, una nueva artimaña represiva “institucional”, que se suma a los indirectos “secuestros” producidos por el desabastecimiento, la inflación, la falta de accesos a la salud y a las medicinas, de la gasolina y de los repuestos de automotores y del hambre generalizada.
[1] Bosco Gutiérrez, un reconocido arquitecto mexicano secuestrado en 1999, pasó casi un año retenido en un espacio de tres metros de largo por uno de ancho. Gutiérrez consiguió trazar un plan para adaptarse a la situación y mantener su salud mental y física hasta que logró escapar. Si vivencia es la trama del filme “Espacio Interior”.
[2] Fundación País Libre, Colombia
[3] El Horror de lo Incierto. Intervención psocológica con víctimas de secuestro
[4] Sometimiento y libertad. Manejo psicológico y familiar del secuestro
[5] Noviembre de 2017.
Categorías:Mesa de Análisis, Opinión y análisis
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