
Félix Arellano
Tiempos de polarización y de radicalismos destructivos nublan el horizonte a escala global, con particular rigor en nuestra región. La política como el espacio para el debate de ideas y construcción de proyectos de progreso, bienestar social y equidad, sostenibles y sustentables; se enfrenta con un ambiente de polarización, enfrentamientos, exclusión y violencia; que desperdicia oportunidades, afectando a la sociedad en su conjunto y, con mayor intensidad, a los más vulnerables.
El radicalismo en sus diversas variantes ideológicas y con diferentes grados de intensidad se posiciona en: México, El Salvador, Honduras, Costa Rica y Bolivia. El caso de Perú se presenta tan complejo, que se podría definir como un desgobierno, en un contexto de radicalismo efervescente.
Adicionalmente observamos un autoritarismo hegemónico, avanzando en el camino de las democracias iliberales de partido único, en los casos de Nicaragua y Venezuela y, en Cuba se consolida el control totalitario del país por parte del partido comunista.
Por otra parte, crece la incertidumbre, tanto por la evolución de los acontecimientos políticos en Chile, con el progresivo deterioro de la popularidad del joven presidente Gabriel Boric, en un ambiente político de alta crispación; como por las perspectivas del proceso electoral en Brasil, en pleno desarrollo, y cargado de radicalismo y polarización.
Las propuestas de centro que intentan promover equilibrios, facilitar la convivencia y la gobernabilidad están perdiendo terreno en la mayoría de los países; y, por el contrario, se está fortaleciendo la polarización radical, lo que pareciera conducirnos a nuevas décadas perdidas en términos de progreso y bienestar.
En el caso específico de Colombia, la Coalición Centro Esperanza, movimiento político que reunía una importante representación de líderes y grupos de centro, con propuestas que privilegiaban el diálogo y la inclusión, no contó con el respaldo del electorado, en la consulta de primarias, que permitió la selección de los candidatos para el proceso electoral, proceso que se efectuó, paralelamente a las elecciones legislativas, el domingo 13 de marzo.
Para las elecciones en su primera vuelta, ya el centro había perdido protagonismo y, para complicar el panorama, Federico Gutiérrez (Fico) el candidato de la Coalición Equipo por Colombia, quien había desarrollado una campaña electoral relativamente moderada, tratando de atraer el voto de centro y reducir las tensiones en la política colombiana, fue desplazado en el voto popular por Rodolfo Hernández, quien desarrolló una campaña cargada de radicalismo.
En consecuencia, la primera vuelta dejó a Colombia dividido en las dos posturas más extremas, Gustavo Petro del proyecto de izquierda radical y Rodolfo Hernández de la visión radical conservadora. Colombia enfrenta una de las polarizaciones más radicales de su historia democrática
En el caso de Brasil, no existe ninguna posibilidad de una tercera opción, ante el choque de trenes que ya están desplegando el presidente Jair Bolsonaro, quien opta por la reelección, y el expresidente Luiz Inacio Lula da Silva, quien, al superar la larga lista de investigaciones judiciales, ha lanzado su candidatura.
Por otra parte, conviene recordar que, en las pasadas elecciones presidenciales de Bolivia (18 de octubre 2020), no fue posible que los partidos democráticos, por personalismos, lograran construir un proyecto de centro unitario, para enfrentar el radicalismo del partido de Evo Morales, Movimiento al Socialismo (MAS), lo que conllevó una elección con la participación de siete partidos de oposición democrática frente al MAS, un resultado claramente anunciado.
En el caso de Perú, el electorado se encontró con diecisiete candidatos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales (11 de abril 2021), la oposición democrática fragmentada en su máxima expresión y, la decisión del electorado fue apoyar los extremos radicales, Keiko Fujimori de Fuerza Popular, expresión del radicalismo conservador y Pedro Castillo representando a Perú Libre, un partido que se podría calificar de la ultraizquierda. El resultado ya lo conocemos, el triunfo de Pedro Castillo (06 junio 2021), por un margen muy reducido y, en estos momentos, un país enfrentando una grave crisis política.
Incluso en los Estados Unidos, para las elecciones de medio término del Congreso previstas para el mes de noviembre, la polarización y el radicalismo están dominando la escena. En el partido republicano se consolida el liderazgo hegemónico del expresidente Donald Trump, promotor de una rígida agenda conservadora.
En el partido demócrata, el sector progresista se radicaliza, al extremo de asumir propuestas claramente socialistas, situación impensable un tiempo atrás. Pareciera que se desvanece la estrecha y exitosa coordinación bipartidista que caracterizaba el manejo de los temas de alta política con implicaciones para la seguridad nacional.
Conscientes de que las especificidades de cada país limitan la construcción de generalidades, es evidente que podemos apreciar algunas tendencias que están facilitando el progresivo ascenso de los proyectos populistas, radicales y autoritarios. En este contexto, destacan los problemas histórico estructurales de exclusión social por diversas razones, entre otras, étnicas, de género y político ideológicas; que enfrentan la mayoría de los países de la región.
Los excluidos y vulnerables se presentan como la base fundamental de los proyectos populistas radicales. Estos grupos humanos llevan años enfrentando menosprecio; en consecuencia, visualizan los discursos radicales como un camino de reivindicación o venganza. El maltrato histórico limita la capacidad para reflexionar, adicionalmente enfrentan las perversas consecuencias de la pandemia del covid-19 y, la invasión de Ucrania ya está generando negativas consecuencias globales, lo que incrementará la pobreza.
La desconexión de los partidos tradicionales con los graves problemas de la población, ha facilitado el terreno para el populismo, que se presenta con las banderas del nacionalismo, el patriotismo, los valores tradicionales, la xenofobia y estimula pasiones y fanatismo. Para la gran mayoría de los excluidos, con resentimiento y hambre, no es fácil discernir que son objeto de una manipulación.
Los movimientos populistas y radicales despliegan campañas electorales caracterizadas por la manipulación, la desinformación, las falsas noticias y los discursos cargados de pasión, nacionalismo; pero también exclusión, xenofobia e incluso odio.
Con el recurso de las redes sociales los políticos están tratando de acaparar la atención del electorado, que está consumiendo el mensaje corto, estimulante, simplificado y simplificador de la realidad. Las nuevas tecnologías de las comunicaciones son utilizadas intensamente para bombardear al electorado de mensajes sin mayor profundidad ni complejidad.
Los populistas y radicales explotan la antipolítica y aprovechan la actitud de los apáticos, indiferentes e ingenuos que no exigen de mayor reflexión sobre los contenidos de sus campañas manipuladoras. La campaña electoral se convierte en una competencia de manipulación, una guerra híbridad de descalificaciones, falsas promesas, mensajes apasionados; que estimulan las hormonas, pero no ofrecen soluciones viables para los problemas.
Obviamente, al llegar al poder surge la crisis, pues la complejidad de la realidad impiden desarrollar las fantasías prometidas, lo que genera el proceso de frustración, decepción y rechazo; empieza el deterioro de la popularidad y, en varios casos, los gobernantes asumen el libreto autoritario, que contempla entre otros, el control de los medios de comunicación y la represión de los críticos.
Es necesario retomar los procesos de formación política de las nuevas generaciones, abordando la realidad en su complejidad multidisciplinaria y propiciando el diálogo, la negociación y la cooperación como caminos para la construcción de sociedades más inclusivas y respetuosas de la dignidad humana. Es una tarea urgente en los partidos políticos a los fines de ir superando su desconexión con la sociedad y un reto para la sociedad civil en su conjunto.
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