Opinión y análisis

La profesión del analista

Rafael Quiñones

En 1917, tres años antes de su fallecimiento, Max Weber, sociólogo y economista político alemán, pronunció en la Universidad de Múnich una conferencia que tituló “La ciencia como profesión”. Weber no inició su conferencia analizando el deber ser de la universidad, sino que lo hizo preguntándose por la situación y la organización de la profesión científica o, de forma más precisa, por la situación de un estudiante que haya terminado la carrera y esté decidido a dedicarse profesionalmente a la ciencia como medio de subsistencia.

Weber en su exposición no deja de tocar el árido tema de los recién graduados que aspiran a iniciarse en la profesión académica, los sufrimientos de los jóvenes académicos en los procesos de selección de su profesión, en los que se combinan el mérito, la suerte y la “aristocracia del espíritu”, y no están libres de la precariedad económica y de la inseguridad laboral. A juicio de Weber, la necesidad de los grandes medios de producción obliga a una reconversión hacia una suerte de capitalismo del conocimiento académico que produce una creciente proletarización del investigador universitario, que, en tanto que, como trabajador, queda ahora separado de sus medios de producción. El sociólogo alemán aclara que las características del buen profesor no son las mismas que las del buen investigador, aclara la enorme distancia entre la profesión del investigador y la del profesor universitario.

En la conferencia, Max Weber se afinca en que la profesión científica está marcada por la especialización del conocimiento y eso requiere una ética investigadora muy particular, en la que el investigador siente una pasión absoluta por su trabajo, que no está divorciado de la comprobación de hipótesis de manera concreta y, en consecuencia, su trabajo está al servicio de la causa que estudia. Dentro de dicha ética es necesario abstenerse de realizar juicios de valor mientras se analizan los datos descubiertos. La tarea de la ciencia es la constatación de los hechos, su determinación lógica o matemática y la comprensión interna de los fenómenos culturales. “El juicio sobre el valor y el sentido de los mismos es una tarea que corresponde no al maestro, sino al profeta”.

Esta distinción de tareas requiere una profundización en la ética académica. Weber exige a un investigador científico no realizar juicios de valor, que deben ser sustituidos por la enseñanza de determinadas tareas concretas, junto con la capacidad de aceptar los hechos (especialmente los hechos incómodos) y de poner el estudio por delante de la propia persona. Un investigador científico, analista de la realidad que estudia, tiene el deber de observar el pluralismo de valores de una sociedad y no buscar un liderazgo que lo convierta en profeta a favor de una determinada causa o persona. En el ámbito de producción y análisis de datos, el científico no debe realizar juicios de valor, ya que esta tarea corresponde al individuo fuera de esa esfera, sin embargo, la ciencia puede ofrecer los métodos para analizar la estructura lógica de estos juicios de valor, así como sus consecuencias probables.

Esto nos lleva al presente, cuando la profesión del científico, especialmente en el área de las ciencias sociales y políticas no sólo se limita a los círculos académicos. El científico social, ya sea por necesidad o por deseo, puede perfectamente incursionar en el área de la empresa privada para poner su talento al servicio de un cliente por una remuneración. Este acto en sí no tiene nada de inmoral o antiético. El problema es cuando el científico social, este analista del mundo humano, confunde sus papeles de científico y analista con los de ser apologista de un cliente o propagandista de una causa. La creación, explicación y difusión de conocimiento por mera ética científica no puede subordinarse a los deseos de una causa o los intereses de un cliente. Un científico perfectamente puede entender la realidad y en el proceso, cumplir estrictamente las normas para generar conocimiento científico. Pero si deforma en su difusión de conocimiento, los descubrimientos que ha hecho para favorecer una causa o cliente, está violando la ética científica. Un científico y analista no puede presentar los resultados de sus investigaciones como verdad imparcial cuando en realidad está deformando deliberadamente su exposición y especialmente sus conclusiones a favor de los intereses de un cliente o parcialidad personal.

Sería más sencillo que cuando el científico/analista hace exposición de sus descubrimientos científicos, los separe valorativamente de las conclusiones circundantes al área en que hace vida de la causa que milita o el cliente que paga sus honorarios. Así evita un conflicto de intereses que pone en peligro tanto su integridad y rigurosidad como científico como la causa que defiende o al cliente que asesora.

No faltará quien diga que los analistas al ser entrevistados defienden de manera analítica y argumentada una posición y eso en sí no es falso. El problema no es defender una posición, sino subordinar la producción del conocimiento y análisis de la realidad a esa posición, llámese causa o cliente. Eso implicaría carta blanca para deformar lo que se percibe y analizar la realidad para beneficiar una causa o persona. Es verdad que la objetividad e imparcialidad pura es imposible de lograr por parte del ser humano, pero decir que uno por haber tomado bando por algo o alguien, no implica afirmar que determinadas cosas sucedieron u ocurren así sin sustento, o que tal fenómeno se da sólo de manera argumentativa, sin establecer los procedimientos científicos de causalidad.

Hannah Arendt decía que existían verdades de hecho y verdades de opinión. Un científico y analista no puede convertir los segundos en los primeros sólo por una posición que haya tomado en favor de un cliente. La base de la ciencia es la lógica y el empirismo, no el elemento meramente argumentativo.

Y si lo anterior le parece exagerado, deje al autor terminar con una anécdota personal. En el año 2006, meses después de graduarme en mi profesión, me desempeñé como investigador del Centro Gumilla de la Compañía de Jesús. En dicho lugar se dio un debate de los hechos políticos que estaban aconteciendo ese año en el país, con la presencia de la profesora Margarita López Maya, la periodista Mary Pili Hernández y el exdirector de Tal Cual, el fallecido Teodoro Petkoff.

En un momento del debate, la periodista Hernández afirmó que en la Venezuela de los 60 “la izquierda pasó a ser guerrilla porque fue excluida del Pacto de Puntofijo”. Ante esa frase, Teodoro Petkoff, que sobradamente se sabe que fue un prominente líder guerrillero de los 60 (y, por lo tanto, protagonista de lo que relataba Hernández), se golpeó con la mano el rostro con una fuerza que parecía que quería partirse la cara, para luego soltar una trompetilla a su compañera de exposición: “No joda, chica. Nosotros nos alzamos porque queríamos el poder por las armas. Eso era todo”.

Una prueba de que cuando se tiene una “posición” (sea una causa o un cliente) no se tiene  un permiso para deformar la realidad estudiada a conveniencia. De hacer pasar las verdades de opinión a verdades de hecho.

            Bibliografía:

            WEBER, Max (2004). “La ciencia como vocación”, en The Vocation Lectures, tr. por Rodney LIvingstone, y editado por David Owen y Tracy Strong (Illinois: Hackett Books).

Categorías:Opinión y análisis

Deja un comentario