
Tomada de Tenemos Noticias
Trino Márquez
Después de haber estado relegada durante varios años de las reuniones sociales y familiares, la política ha vuelto a colocarse como uno de los temas indispensables de los encuentros en diferentes círculos. Su importancia va aumentado a medida que se acerca el 28 de julio.
Se entiende que en torno de esa materia haya habido cierto hastío y agotamiento. Los continuos fracasos de la oposición causaron gran frustración en amplios estratos de la población: ‘La Salida’, en 2014; el triunfo amputado en las elecciones legislativas de 2015; las protestas de 2017; el ‘Gobierno interino’ de Juan Guaidó, de 2019 en adelante.
Ni la oposición interna ni la internacional –expresada fundamentalmente a través de las sanciones- lograron producir mella en el régimen encabezado por Nicolás Maduro. Las reiteradas decepciones convirtieron la materia política en un asunto ‘calichoso’, como llaman los periodistas a esos asuntos repetitivos que no agregan nada nuevo ni interesante a lo ya conocido.
Ahora el cuadro ha cambiado, especialmente después de la realización exitosa de la Primaria del año pasado. Ha reaparecido en amplios sectores sociales la esperanza de recuperar la democracia. Los debates sobre el porvenir inmediato del país volvieron a cobrar fuerza. A pesar de esto, se nota la presencia de un cuarto de siglo de hegemonía del chavismo-madurismo. Bajo la excusa de que hay que ser ‘realista’, mucha gente –entre ellos no pocos analistas- está convencida de que el Gobierno cuenta con una fórmula bajo la manga que le permitirá retener el poder, a pesar de representar apenas a la cuarta parte de la población que vive en el país y a menos de diez por ciento de los venezolanos que huyeron al exterior por la crisis económica, y no podrán expresar su opinión mediante el voto el 28J porque el régimen les negó ese derecho. Quienes así piensan no quieren ilusionarse porque luego podrían sufrir un nuevo desencanto, similar a los padecidos durante el largo proceso iniciado en 1999.
Admito que existen razones para que estemos alertas y desterremos las ilusiones basadas en fantasías o fórmulas mágicas. Sin embargo, lo que está ocurriendo en Venezuela nada tiene que ver con la superstición, sino con un tenaz trabajo de reflexión, autocrítica y cambios realizados por la dirección opositora reunida en la Plataforma Unitaria Democrática (PUD), y por las transformaciones experimentadas por María Corina Machado, la principal líder popular opositora gestada durante los años recientes.
La existencia de la PUD –junto a la aplicación de sanciones internacionales y el frustrado nombramiento de Guaidó como presidente interino- presionaron para que el Gobierno de Maduro se sentara a discutir con la oposición las condiciones para realizar unas elecciones presidenciales competitivas, ajustadas a las normas básicas de la democracia. Ese ciclo de encuentros comenzó en Oslo y, luego de varias etapas, concluyó en Barbados. De esas negociaciones, que han pasado por fases críticas, surgió el compromiso del Gobierno de adelantar una consulta como manda la Constitución.
La ronda de conversaciones hay que enlazarla con las mutaciones experimentadas por María Corina, quien de ser una dirigente proclive a fomentar soluciones intempestivas y mantener un lenguaje intransigente, fue girando hacia posturas más democráticas, incluyentes y conciliadoras, que le permitieron conectarse con los millones de venezolanos que desean salir del Gobierno por la vía electoral. La confluencia de esas modificaciones y ajustes –junto a la designación de un candidato tan ponderado como Edmundo González Urrutia- permiten pensar en una solución pacífica a la grave situación que afronta el país en todos los órdenes.
A Nicolás Maduro, se le torna cada vez más complicado desconocer los deseos de cambio de la inmensa mayoría del país, no solo por el cuadro interno, sino también por el contexto internacional. Durante los últimos dos años se han realizado elecciones en Colombia, Ecuador, Brasil, Chile, Panamá, Guatemala y República Dominicana. Pronto se efectuarán en México. En todas estas naciones la transmisión de mando, e incluso de signos ideológicos, se ha efectuado sin traumas (salvo en Guatemala, donde hubo un intento de desacato al mandato popular, que no tuvo trascendencia). Estos síntomas de normalidad democrática representan una fuente de presión para Maduro.
Además, Lula de Silva y Gustavo Petro, las dos figuras más prominentes de la izquierda latinoamericana en la actualidad, se han comprometido públicamente a promover la estabilidad política de Venezuela, con el fin de impedir que después del 28J se desate un conflicto violento entre ganadores y perdedores. El mecanismo en el cual han pensado es un plebiscito, cuyos detalles aún no se conocen. Dado que ambos mandatarios deben de estar muy bien informados de los resultados de las encuestas, la iniciativa debe asumirse como un esfuerzo dirigido a lograr que el régimen acepte la derrota que los estudios de opinión anuncian y facilite una transición ordenada y pacífica. Por el lado opositor, el objetivo sería lograr que se respeten los derechos políticos y humanos de los dirigentes del madurismo. Una trastada de Maduro contra la cita del 28J no contará con el respaldo de dos gobiernos tan importantes como los de Colombia y Brasil.
Manteniendo siempre el sentido de realidad presente, hay que desterrar el escepticismo y pensar que el cambio democrático es posible.
@trinomarquezc
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