
Tomada de info7.mx
José G Castrillo M (*)
14.11.24
El triunfo de Donald Trump era previsible, si consideramos lo que decían las mayorías de las encuestas en los últimos 4 meses de la campaña presidencial estadounidense. Cuando Joe Biden era candidato, Trump tenía una ventaja de entre 3 a 4 puntos sobre él. Luego, cuando Kamala Harris fue designada como la candidata del Partido Demócrata, lideró las encuestas por un tiempo. Después la brecha se redujo y Trump se colocó en la delantera por un punto porcentual, hasta el día de las elecciones.
En los llamados estados péndulos – Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Michigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin – el candidato republicano ganaba en las encuestas. Ello, por tanto, le garantizó el triunfo a nivel nacional.
Donald Trump ganó en voto popular (74.675.681) y en el colegio electoral (312), mientras Kamala Harris obtuvo 71.146.814 votos populares y logró 226 votos en el colegio electoral. En el Congreso, el Partido Republicano obtuvo la mayoría simple en ambas cámaras: en el Senado logró 52 de 100 escaños y en la Cámara de Representantes alcanzó, parcialmente, 214 de las 438 curules; mientras los demócratas obtuvieron 46 senadores y 205 representantes, respectivamente.
Trump asumirá el poder el 20 de enero de 2025 y tendrá un sólido apoyo partidista del resto de los poderes públicos: Congreso Nacional, Corte Suprema de Justicia y la mayoría de los gobernadores. Comparado con su primera administración, concentrará más poder político-institucional en esta oportunidad. Ello significa que para desarrollar su programa político interno y de política exterior, en teoría, no tendrá contrapesos o barreras políticas.
Cuando Trump entregó el cargo, en enero de 2021, dado el complejo contexto en el que se produjo la transferencia del poder -sus acusaciones sin pruebas sobre un fraude electoral en su contra y la toma del Capitolio, por parte de sus partidarios radicales, que se saldó con varios fallecidos, heridos y detenidos- los analistas políticos previeron en fin de su carrera política.
A este complejo cuadro para Trump, se sumaron 4 imputaciones penales, tres costosos juicios en su contra, una condena por 34 delitos relacionados con el pago a una actriz de cine para adultos. Además de sus interminables divagaciones en sus discursos, antes y durante la recién culminada campaña electoral.
La sociedad norteamericana, o buena parte de ella, no le dio importancia a la conducta de Trump en su primera gestión, ni a los hechos que alentó como cantar fraude sin pruebas, hacer acusaciones destempladas contra las instituciones estadounidenses o personalidades políticas que, en cualquier sociedad “normal,” habrían significado el ostracismo político.
Los analistas políticos, sociólogos y demás intelectuales que sostienen que Trump es una amenaza a la democracia y, por tanto, del sistema político, araron en el mar: no fueron escuchados por el pueblo estadounidense.
La sociedad estadounidense, conociendo el estilo de gobernar de Trump, su disposición racista y xenófoba, sus mentiras recurrentes sobre diversos temas y asuntos de interés público, su arrogancia personal y política, que alienta la división, la polarización política y social, le dio un voto de confianza. El país obvió todo su historial político “inaceptable” y votó por su propuesta: América Grande de Nuevo (MAGA).
Trump, con su estilo y visión política basada en aupar el miedo colectivo, logró conectar con el profundo malestar que recorre a la sociedad norteamericana. Malestar que las elites políticas dominantes del bipartidismo no supieron entender y menos gestionar: percepción de deterioro económico y la pérdida de status social, por la globalización y la inmigración.
El trumpismo es una fuerza política que ha colonizado al Partido Republicano y se ubica en la extrema derecha de su ideología y programa político tradicional. Esta fuerza no creció en términos absolutos y relativos, desde el punto de vista electoral: los demócratas decrecieron o se abstuvieron de participar en esta elección. Hoy, lo más singular es que esta elección captó más apoyo de los sectores que tradicionalmente estaban más cercanos a los demócratas: los afrodescendientes, latinos y trabajadores blancos sin estudios universitarios.
El viejo partido conservador republicano y el progresista partido demócrata, están obligados a revisar sus programas, a la luz de los cambios de humor de la sociedad. Solo así podrán reconectarse con la gente y ganarse nuevamente las mentes y los corazones del pueblo. Además de evitar ser secuestrados por populistas con sus terribles simplificaciones.
Estados Unidos está viviendo una profunda crisis sociodemográfica que requiere un liderazgo responsable, que sepa conducirlo a buen puerto con mucho criterio estratégico para navegar en aguas turbulentas marcadas por el populismo, la polarización y la posverdad.
Retornó el aprendiz, y el mundo mira expectante el cómo actuará y gestionará el poder en su segundo mandato. El pueblo estadounidense decidió. Cosas veredes, dijo Don Quijote a Sancho Panza.
(*) Politólogo / Magíster en Planificación del Desarrollo Global.
Categorías:Opinión y análisis





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