
Erika Fino Larrazábal – 4 de noviembre de 2016
Sobrevivir siempre es conveniente. De hecho, sobrevivir es prácticamente para lo que vivimos. Andamos sobre los pasos ya hundidos y raras veces, casi por equivocación o rebeldía, alzamos la mirada y vemos el camino por el que estamos transitando. Ese camino nuestro que preferimos imitar a imagen y semejanza de alguien más. De alguienes más. ¿Y quiénes son esos alguienes? ¿Qué vemos en ellos que no vemos en nosotros? Que ellos se atrevieron, o que ellos, en una regresión ilimitada, repitieron lo que alguien una vez ya hizo. Porque todo es un remix de algo que ya está postrado en nuestra conciencia.
En la política no hay benévolos, ni santos. Pero si la política es algo, es negociación, es ceder, es retroceder y pensar en el mejor bien y el menor mal. “Con ellos no se dialoga”, “ya el tiempo de negociar se acabó, aquí hay que actuar”, está bien. Pero pensemos en esto: con el enemigo, con el contrario, con la contraparte, con el demandado, con el ex-marido se llega a acuerdos mediante la negociación, exigiendo, proponiendo; con los amigos uno merienda y se toma un café, con los aliados se conversa. El diálogo, la mismísima Mesa de Diálogo de la Discordia, puede ser y convertirse en la reactivación de una nueva era de pactos políticos. Esta es nuestra necesidad perentoria, como sociedad, como sociedad demócrata. Esta es nuestra oportunidad de reivindicarnos con nosotros mismos. Vernos a la cara, entender que el gentilicio solo es propio cuando es de todos.

El discurso de la antipolítica funciona. La retórica del miedo funciona. Los rumores calan y se insertan en nuestro argot popular. Sobrevivir funciona y funciona de maravilla. Hay gente que come de la basura, hay gente muriendo en hospitales sin respuesta ni respeto al derecho humano más fundamental, hay gente que se queda sin nada una madrugada, una noche, un día, una mañana normal porque otra voluntad encañonada así lo decidió. Lo sé. Son otros los que están alienados. Pero la diplomacia, la política, las mesas de diálogo, los tratados de Versalles (y no las tomas del palacio imperial), el cierre de La Rotunda, la Constitución del 61, son hechos que nos hicieron una sociedad civil más humana y más consciente de nuestros derechos e impacto políticos. No demos más vistazos hacia la involución.
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