
Rafael Quiñones
12.11.24
“El tecnócrata es alguien que entiende la naturaleza de un problema y qué se debe hacer, pero no siempre cuenta con las capacidades o las funciones sociales para aunar las diversas fuerzas en pos de una visión común. Eso es precisamente lo que hace un líder político. Se trata de cualidades diferentes. Es difícil ser bueno en cualquiera de las dos, pero es especialmente difícil ser un buen líder político”. Sergio Bitar y Abraham Lowenthal. “Transiciones democráticas: Enseñanzas de líderes políticos”.
«La república no es virtuosa mientras la manejen hombres probos, que no ceden jamás a la tentación. Así la cosa es muy fácil. La república es virtuosa cuando la manejen salteadores de caminos que con gusto entrarían a saco en el tesoro, pero no se les permite hacerlo«. Manuel Caballero. “La corrupción y el encubrimiento”.
Existe la creencia general a nivel mundial, pero especialmente arraigada en América Latina (donde Venezuela no es la excepción), que el poco desarrollo político, económico y social de los países pobres viene de la incompetencia de sus funcionarios políticos. En sí esta premisa quizás no está demasiado descaminada. El problema es hacer recaer la eficiencia y efectividad de la actividad de los políticos en su formación académica y no en otros factores. En otros artículos hemos tocado que más que tener una clase política impoluta a nivel moral e intelectualmente sólida, lo que necesita un país para prosperar en lo político y económico son sus instituciones. La obra de los recién premiados por el Nobel de la Economía, el politólogo James Robinson y el economista Daron Acemoglu, descartan las explicaciones tradicionales del subdesarrollo de la mayor parte del planeta como el clima, la abundancia o escasez de recursos naturales, la cultura nacional, el intercambio comercial injusto entre países, etc.
Podemos respirar más tranquilos. Es más sencillo pensar que el éxito o el fracaso de una sociedad dependan de la acción humana institucionalizada y no de un disco duro como la cultura y las costumbres que son casi imposible de modificar, donde hemos visto elementos tan dispares como el individualismo estadounidense y el comunitarismo japonés permitiendo a sus economías estar entre las primeras del mundo. Acemoglu y Robinson en sus estudios ponen en segundo lugar, en la clave del desarrollo, las políticas públicas implementadas desde el Estado, priorizando las instituciones que cristalizan acciones en el largo plazo.
Como en una competencia deportiva, la acción en sociedad necesita las mismas reglas para todos (instituciones). Y como en el deporte, en la vida social no basta la buena fe para resolver los conflictos entre individuos y grupos humanos. Tanto para la competencia como la cooperación en sociedad, se necesitan árbitros profesionales y un sistema que los respalde y controle. Sin árbitros es esperable una guerra campal en la civilización humana, el estado de naturaleza hobbesiano de perpetua guerra. Si pensamos a la sociedad como un evento deportivo, el desarrollo es competitivo y cooperativo, donde las instituciones son las reglas, y el Estado, el árbitro. En la historia de la humanidad, sin embargo, abundan la ausencia o la corrupción del árbitro. Un Estado normal se sostiene sobre instituciones políticas y económicas sólidas, no en gobernantes probos e incorruptibles, para asegurar la competencia libre y honesta de los jugadores.
Pero muchos dirán que las instituciones las construyen seres humanos y son operadas por seres humanos; y estos deben ser sabios y honestos, de lo contrario, su construcción y operación siempre será fallida, volviendo a la falacia de que se necesitan políticos con rasgos angelicales para hacer funcionar una sociedad. Pero en la realidad son más las instituciones con sus respectivos mecanismos las que regulan que el poder otorgado a los políticos no degenere en corrupción y despotismo. Por otro lado, tanto crear instituciones como hacerlas funcionar no necesita de mentes excepcionales para que estas logren crear libertad y prosperidad en una sociedad y esto no tiene mucho que ver con su formación académica.
Un ejemplo: en la actual España, país de la Unión Europea que si bien no encabeza el liderazgo dentro del continente tampoco está en la cola, existe el mito (como en América Latina) que la baja calidad de los que gobiernan el país explicaría en parte las malas políticas que habrían socavado el desarrollo de la sociedad española. En este debate, la baja calidad sería sinónimo de falta de formación académica y de competencia profesional para desarrollar un cargo político. Por ende, los españoles creen que su país estaría mejor gestionado si no fuese por la reducida formación educativa de los ministros del Ejecutivo nacional y otras ramas del Estado.
Y en efecto, el mito de la incompetencia profesional de los políticos españoles se le vincula popularmente a su mediocre formación académica. Sin embargo, la evidencia empírica parece refutar esta fuerte creencia popular en España. Según los algunos estudios, los dirigentes políticos españoles tienen una formación académica muy alta: el 81% del conjunto de diputados autonómicos desde 1980 (un porcentaje mayor para los consejeros autonómicos), el 90 % de todos los diputados y senadores nacionales (si incluimos entre ellos al 10% con diplomaturas) y el 95 % de los ministros poseen una o más titulaciones universitarias. En el caso de los ministros, casi la mitad de ellos completó su formación de posgrado con masters y tesis doctorales. No escasean tampoco los números 1 en su promociones o en oposiciones en los cuerpos de elite del Estado (“La educación de nuestros políticos”, 2012, https://elpais.com/elpais/2012/07/25/opinion/1343235375_328774.html) .
España junto con países como Grecia, Portugal e Italia (países que no precisamente puntean en calidad política y económica en Europa) se encuentra a la cabeza de los ministros con mayor formación universitaria. Son países además donde se da una sobrecualificación de las elites políticas en los máximos escalones del poder que les diferencia del resto de sus ciudadanos y que les aparta también del patrón europeo (ni digamos mundial). En la gran mayoría de países de Europa occidental es más común la elección y nombramiento de dirigentes con menor formación académica (sólo el 77% de los ministros del centro y norte de Europa occidental después de la II Guerra Mundial, destacando particularmente Noruega, Islandia o Dinamarca, entre otros, es donde uno de cada 3 ministros no habría alcanzado la universidad). En resumen, mejor formación académica no crea mejores políticos. Líderes políticos ejemplares como Vaclav Havel, Lech Walesa y Willy Brandt son ejemplos que refuerzan esa tesis: escasa formación académica no se traduce en mal liderazgo político.
Los anteriores líderes políticos citados demuestran que es más importante tener experiencia política y asociativa que ayude a desarrollar habilidades políticas y de gestión de intereses opuestos, que una larga fila de títulos universitarios. Aunque cueste creerlo, los partidos políticos son, en contra de muchos prejuicios generales, eficaces escuelas de líderes cuando su estructura institucional es sana y meritocrática. También cabe recalcar que pueden ser potentes fuentes de incentivos perversos cuando se debilita su conexión con sus bases sociales y su institucionalidad es notablemente débil, y por ende proclive a la corrupción y nepotismo.
Lo anterior no implica que para evaluar la capacidad de un político, se desdeñen a priori sus antecedentes académicos. Pero la preocupación por la calidad de los políticos puede que tenga mucho que ver con otros aspectos más sustantivos que títulos universitarios: su capacidad de “representación” de ciudadanos diversos, sus dotes para liderar y cohesionar grupos sociales cada vez más divididos, y su habilidad para gobernar eficazmente, no porque sepan mucho de su materia sino porque tengan un criterio acertado para escuchar a los que sí saben (saberse asesorar correctamente, en pocas palabras).
Para finalizar este escrito, citamos a Nicolás Maquiavelo, en su obra “El Príncipe”, que prácticamente no ha perdido vigencia en los tiempos actuales: “un príncipe prudente debe preferir un tercer modo: rodearse de los hombres de buen juicio de su Estado, únicos a los que dará libertad para decirle la verdad, aunque en las cosas sobre las cuales sean interrogados y sólo en ellas. Pero debe interrogarlos sobre todos los tópicos, escuchar sus opiniones con paciencia y después resolver por sí y a su albedrío. Y con estos consejeros comportarse de tal manera que nadie ignore que será tanto más estimado cuanto más libremente hable. Fuera de ellos, no escuchar a ningún otro, poner en seguida en práctica lo resuelto y ser obstinado en su cumplimiento”. Tales rasgos no se obtienen en la academia y las universidades, son una combinación de dotes innatos del político unidos a su experiencia personal, que debería ser refinada por partidos políticos sanos. El resto, es suspirar por los reyes filósofos por los que Platón soñaba y que la humanidad aún no ha conseguido hasta el momento que se escribe esto.

Nivel de formación académico de los políticos europeos. Fuente: https://elpais.com/elpais/2012/07/25/opinion/1343235375_328774.html

Índice de calidad institucional (ICI) 2023. Fuente: https://relial.org/indice-de-calidad-institucional-2023/
Bibliografía:
ACEMOGLU, Daron; y ROBINSON, James. E (2012). ¿Por qué fracasan los países? España, Deusto S.A. Ediciones.
BITAR, Sergio y LOWENTHAL, Abraham F. Transiciones democráticas: Enseñanzas de líderes políticos. Barcelona, Galaxia Gutenberg.
DIARIO EL PAÍS. 2012. “La educación en nuestros políticos”. COLLER, Xavier; JAIME, Antonio M; SANTANA, Andrés [Web en línea]. Disponibilidad en Internet en: https://elpais.com/elpais/2012/07/25/opinion/1343235375_328774.html (Con acceso el 24 de octubre del 2023).
NORTH, Douglas (1990) Institutions, Institutional Change and Economic Performance. Reino Unido, Cambridge University Press.
MAQUIAVELO, Nicolas (1970). El Príncipe. Madrid, Colección Austral.
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