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Las migraciones en la historia de la humanidad

José G. Castrillo M. (*) 28.04.25

Las migraciones han sido una constante en la historia del ser humano y un factor determinante en el surgimiento de las civilizaciones, su evolución en el tiempo y su composición actual. Desde las primeras migraciones del Homo sapiens desde África, hace más de 70 mil años, hasta las grandes diásporas contemporáneas, el desplazamiento de personas han sido motor de cambio, adaptación y evolución social de la humanidad como comunidad imaginada. Por supuesto, también han sido fuente de conflictos que, muchas veces, terminaron en violencia y persecución.

En la antigüedad, las migraciones dieron lugar a expansiones territoriales, mezclas étnicas y la difusión de conocimientos, religiones y tecnologías. Imperios como el romano, el árabe o el mongol, se formaron y expandieron, en parte, gracias a flujos migratorios voluntarios y forzados.

Durante la Edad Moderna (siglos XV-XVIII), la colonización europea del continente americano y de otros territorios implicó movimientos masivos de población, tanto de colonos como de esclavos, que modificaron para siempre la demografía y la cultura de regiones enteras. En este periodo histórico, las migraciones estaban ligadas a los procesos de colonización de Europa sobre el resto de los continentes: África, América, Asia y Oceanía.

En las primeras cuatro décadas del siglo XX, el patrón migratorio se orientaba desde la Europa atlántica hacia el resto del mundo. Esto fue producto de las dos grandes guerras mundiales, cuyo epicentro fue Europa, que quedó devastada física y moralmente, con millones de muertos y una destrucción masiva de bienes e infraestructuras. Millones de europeos buscaron nuevos horizontes y oportunidades para un nuevo comienzo. En tal sentido, decenas de millones de españoles, italianos, franceses, portugueses y otras nacionalidades llegaron a nuevas tierras, donde reiniciaron sus vidas, asimilándose en los países que los recibieron con los brazos abiertos. Formaron familias y prosperaron materialmente. En los años 60 y 70, los europeos dejaron de emigrar debido a la consolidación del Estado de bienestar, que les brindó oportunidades y redujo los riesgos de la vida mediante políticas públicas de seguridad social, pensiones, empleo y servicios públicos.

En la actualidad, el proceso migratorio está estrechamente vinculado con fenómenos globales como la desigualdad económica, los conflictos armados, el cambio climático y las crisis humanitarias. Este flujo se ha redireccionado desde el sur hacia Norteamérica y Europa. La diferencia con el proceso migratorio previo radica en que antes, las naciones y sus políticos aceptaban a los nuevos migrantes. Hoy, políticos populistas manipulan el tema migratorio con fines electorales, estigmatizando a los migrantes y señalándolos como responsables de todos los males, reales o imaginarios, en sus países.

Todos los estudios realizados sobre el impacto de las migraciones señalan que los factores positivos superan a los negativos en los países receptores. De hecho, en las naciones postindustriales, ante la escasez de mano de obra no calificada, son los migrantes los que asumen las actividades productivas. Además, pagan impuestos y su participación en delitos es más baja que la de los nativos. Claro está, cuando un extranjero comete un delito, este es magnificado por los medios, las redes sociales y los políticos populistas.

La mayoría de los migrantes, en términos históricos, representa una fuente vital de dinamismo económico, renovación cultural y fortalecimiento de la diversidad. Lamentablemente, hoy somos testigos del resurgimiento del odio hacia ellos. Esto se aprecia con particular virulencia en los Estados Unidos de Trump, quien ha prometido expulsar a 11 millones de migrantes de su país (como parte de su campaña). Esta nación ha sido, por antonomasia, un país de migrantes.

Seguramente muchos están en situación irregular, pero en los últimos 20 años ha habido políticas de regularización que hoy la nueva administración pretende eliminar. Expulsar a 11 millones de personas tendría un impacto no solo económico, sino social y político. El nacionalismo racial que recorre Estados Unidos y Europa es una amenaza para la estabilidad política, económica y social. Por supuesto, nadie debería permanecer de manera ilegal en un país, pero aplicar una política de expulsión compulsiva, sin criterios objetivos y violando el Estado de derecho —contra todos los migrantes, sin discriminar su estatus legal— es una actitud aberrante y xenófoba, que recuerda persecuciones del pasado.

Los países del llamado Tercer Mundo recibieron a millones de migrantes de las grandes naciones. Hoy, por muchas circunstancias, el patrón migratorio ha cambiado de dirección, pero a diferencia del pasado, no son recibidos con los brazos abiertos.

La historia demuestra que las migraciones humanas no son una excepción, sino una condición natural de la humanidad. Entender y gestionar las migraciones de forma humanitaria, justa y estratégica es clave para construir sociedades más resilientes y cohesionadas en un mundo cada vez más interconectado.

(*) Politólogo / Magister en Planificación del Desarrollo Global.

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