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China: Del “siglo de las humillaciones” a la conquista de la revolución digital

Catalina Banko 07.05.25

Es por todos conocido el aporte de China a Occidente desde lejanos tiempos con sus importantes invenciones, como la brújula, el papel, la pólvora, el papel moneda y hasta una imprenta que fue antecesora de la construida por Gutenberg. Algunos autores afirman incluso que esas contribuciones fueron un factor significativo en el desarrollo del Renacimiento europeo. La seda y la porcelana ocuparon un lugar destacado entre los artículos de lujo que China comerciaba con el exterior. La antigua Ruta de la Seda (siglos II a. C-XV d. C) permitió enviar muchos productos, como las especias, que captaron la atención de los europeos y que pasaron a ser una codiciada mercancía. Esa ruta, o más bien, esas redes de caminos eran transitadas por mercaderes que se arriesgaban a afrontar los peligros que entrañaban estas travesías, tanto por la amenaza de los bandoleros como también por los rigores de los inviernos y los desiertos implacables.

China se consideraba a sí misma como el “Imperio del Centro”, pero es menester precisar que su política exterior no se expresaba en conquistas de tipo colonialista, sino que se limitaba a imponer el pago de tributos a los pueblos vecinos que eran catalogados como vasallos.

Un episodio muy conocido es el viaje de Marco Polo desde Venecia hasta China a finales del siglo XIII y las maravillosas historias que contenían sus relatos. Asimismo, es de gran interés el recorrido emprendido por Zheng He entre 1371 y 1433 desde los mares de China hasta África, recorriendo el océano Índico. Sin embargo, la necesidad de organizar la defensa interna ante la amenaza de invasiones, condujo al Imperio chino a encerrarse nuevamente dentro de su inmenso territorio, protegido en el norte por la “gran muralla” que abarcaba en su sección principal una extensión de casi 9.000 Km, y custodiado por barreras naturales como los vastos desiertos y la cadena montañosa del Himalaya.

La situación fue cambiando al ritmo de la expansión ultramarina occidental. Los primeros europeos en llegar por mar a China fueron los portugueses en 1513, tras bordear el cabo de Buena Esperanza, y surcar el océano Índico. A mediados de siglo los portugueses obtuvieron la concesión de Macao como recompensa por haber ayudado a los gobernantes locales a derrotar a los piratas que asolaban esa zona del litoral chino. Después del arribo de los españoles a las islas Filipinas por la vía del Pacífico se iniciaron los viajes del denominado “Galeón de Manila” que transportaba valiosas mercancías orientales hasta Acapulco a cambio de plata. Esos artículos de lujo venían de China, eran desembarcados en Manila para luego ser trasbordados a los navíos españoles que se dirigían al Virreinato de Nueva España, donde se extraía la plata empleada en ese rentable tráfico.

De gran relevancia son las visitas de los misioneros procedentes de España, Flandes, Portugal e Italia. Matteo Ricci fue el misionero jesuita que más influencia llegó a tener en China, famoso por sus conocimientos de astronomía, matemática y cartografía. Gracias a su erudición y sabiduría, se admitió su ingreso en la Ciudad Prohibida, residencia del emperador. Ricci permaneció en China desde 1582 hasta su muerte en 1610, siendo sepultado en un cementerio ubicado en Pekín.

Este panorama comienza a complicarse en el siglo XIX cuando Inglaterra, ya convertida en una potencia marítima, pretendió imponer la venta de opio en China provocando la reacción de los funcionarios del Imperio dispuestos a impedir el tráfico de esta sustancia que hacía estragos en buena parte de la población. La primera Guerra del Opio tuvo lugar entre 1839 y 1842 culminando en la firma de un tratado que estableció la cesión de Hong Kong a los ingleses y la apertura de varios puertos al comercio foráneo. Los conflictos no cesaron y nuevamente entre 1856 y 1860 estalló una segunda Guerra del Opio, esta vez con la alianza de Inglaterra y Francia, a la que se sumaron Rusia y Alemania. Las hostilidades concluyeron con una nueva derrota para China, nación que debió aceptar las desiguales condiciones de los tratados, por los que se otorgaron más concesiones económicas e incluso el permiso de residencia en Pekín para los comerciantes extranjeros. Era evidente que los enfrentamientos fueron absolutamente asimétricos, ya que China carecía de adelantos en materia naval y tampoco poseía armamentos apropiados para medirse con enemigos que disponían de superioridad en recursos.

Estas guerras fueron un aprendizaje fundamental para China: era indispensable contar con medios técnicos acordes con los tiempos a fin de defender a la nación de la rapiña foránea, la cual está magistralmente reflejada en una caricatura del francés Henri Meyer, publicada en Le petit journal en 1898, en la que se muestra a reyes y emperadores de las potencias occidentales en plena discusión acerca del reparto del territorio chino.

El siglo XX continuó siendo una pesadilla para China, por estar envuelta en una interminable guerra civil tras la caída del poder imperial en 1912 y la ocupación japonesa de extensas regiones de China en 1936. Concluida la segunda guerra mundial, y ya liberado el territorio de los invasores japoneses, prosiguió la contienda entre el bando de los nacionalistas liderados por Chiang Kai-shek y el Partido Comunista, cuyo triunfo en 1949 permitió la creación de la República Popular China bajo la dirección de Mao Zedong. El objetivo de avanzar con celeridad hacia la industrialización condujo a la aplicación del Gran Salto Adelante (1958-1962), política que desembocó en la asfixia de la agricultura y la muerte por hambre de más de 30 millones de personas. Tras admitir el fracaso de ese plan se puso en práctica la Revolución Cultural desde 1966 que se tradujo en ejecuciones y persecuciones ideológicas que se prolongaron por una década.

De estas experiencias negativas nació la motivación que llevó a Deng Xiaoping a proponer cambios radicales en la política de China. Antiguo colaborador de Mao y luego víctima de la Revolución Cultural llegó al poder en diciembre de 1978, aun cuando nunca ostentó un cargo formal en lo político, pero se erigió en el líder que fomentó el programa de Apertura y Reformas. Captó la dimensión del reto que significaba modernizar a China y convertirla en una nación próspera y fuerte con capacidad de enfrentarse a los adversarios en condiciones de superioridad. Con tal fin, analizó  en profundidad los factores que habían impedido salir de la ignorancia y de la pobreza al pueblo chino.

Deng vio con claridad la necesidad de implantar la modernización en cuatro áreas básicas: agricultura, industria, defensa nacional y ciencia y tecnología. Cuatro sectores que habrán de articularse entre sí para lograr la transformación, todo ello de acuerdo a los principios del “socialismo con peculiaridades chinas”. Su famosa frase: “No importa que el gato sea blanco o negro, lo que importa es que cace ratones” revela claramente el pragmatismo de su política.

Empezó así el trabajo febril con miras a incrementar la producción agrícola y garantizar la base alimentaria, el crecimiento industrial, la realización de grandes obras de infraestructura, la creación de zonas económicas especiales donde las inversiones extranjeras tuvieron un papel decisivo. Un salto de mayor magnitud se dio a partir de 2013 bajo la presidencia de Xi Jinping con la expansión económica, el trazado de la “nueva ruta de la seda”, el aumento extraordinario de las exportaciones y la construcción de grandes puertos, proceso que culminó con la conquista de la Revolución digital, apenas 45 años después de iniciado el programa impulsado por Deng.

La complejidad del proceso que hizo posible convertir a China en la segunda potencia económica del mundo, explica el porqué de la inflexible posición adoptada por su gobierno frente a los aranceles lanzados por el presidente Donald Trump en abril de 2025. Se trata de un auténtico desafío para una nación emergente que está disputando ante los Estados Unidos la primera posición en el cuadro de la economía mundial, intentando mostrar su papel de preeminencia en el comercio internacional.

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