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La sociedad rusa: la distópica nostalgia del pasado y su guerra contra Occidente

Tomada de RTVE.es

Alex Fergusson 12.11.25

La prolongación de la guerra en Ucrania y la crisis regional que deriva de ella, despierta un especial interés por saber acerca de las poco conocidas circunstancias de la vida económica, social, política y cultural en la que se ha desarrollado la sociedad rusa en los últimos cien años. Entonces, nos preguntamos ¿cómo es el pueblo ruso y en qué tipo de sociedad viven hoy su vida?

El punto de partida es entender que la sociedad rusa se construyó en medio de una crisis social histórica, como una síntesis de tres modelos: el del imperio de los Zares y sus tradiciones, el político-represivo de la era estalinista y el de estímulo socioeconómico centrado en la producción y el consumo, pero no democrática, de la era post-estalinista, incluida la actual era de Putin.

La sociedad rusa, más allá de sus virtudes y defectos, desarrolló un potencial sociocultural e intelectual y económico basado principalmente en la industria militar, y la venta de gas y petróleo a Europa. Sin embargo, la caída del imperio zarista en 1917, no significó la desaparición de su cultura personalista, autoritaria.

Por otra parte, el “Estado social” construido durante la era de Stalin no fue sustituido totalmente luego de la “perestroika”, pese a los bruscos giros de las reformas que le siguieron.

Hoy, como ayer, la sociedad rusa se debate en medio del auge petrolero y de políticas estatales que han profundizado los desequilibrios entre las capitales y las provincias, entre la añoranza de su pasado imperial y la resignada comodidad del estalinismo, pero no necesariamente como una sociedad democrática, pues ese concepto nunca ha estado en el imaginario del pueblo ruso ni de sus gobiernos centralizados y presidencialistas.

Si bien la sociedad soviética desarrolló, instruyó e impuso de modo sistemático y forzado su modelo ideológico-político de humanismo comunista, al mismo tiempo reprimió severamente las iniciativas autónomas, alentándolas solo dentro de límites muy restringidos, creando una sociedad de rehenes capaces de cambiar la libertad por el orden.

Los resultados de esta distopía social fueron devastadores y el descontento de los ciudadanos respecto de las formas de actuar del gobierno y su creciente desconfianza hacia la propaganda oficial, pusieron en duda todos los elementos de la ideología dominante, inclusive los de carácter moral.

La situación era agravada por la falta de libertades civiles y políticas, así como por los efectos de una sociedad que alentaba motivaciones y orientaciones consumistas, pero que no era capaz de satisfacerlas.

El ciudadano soviético, agotado por el desorden cotidiano, el déficit de mercaderías y el control burocrático y represivo por parte del Estado, se convirtió en un consumidor frustrado que añoraba la independencia e identificaba, en su pensamiento, la libertad política y espiritual con la posibilidad de consumir sin límites y viajar.

Así pues, la sociedad soviética, con las represiones políticas, el hipercontrol social, la escasez económica, su baja productividad, la incompetencia burocrática de la dirigencia, su hipocresía y sus privilegios obscenos, el voluntarismo político, la desorganización cotidiana, la corrupción y la desigualdad creciente, especialmente de la mujer, funcionó en franca contradicción con el ideario humanista superior, proclamado por la propaganda oficial.

Hoy, años después del fin de la URSS, el pueblo ruso continúa añorando su pasado imperial, y la vuelta al Estado social que desapareció junto con la URSS; pero el estado de deterioro de las instituciones heredadas, junto con la falta crónica de bienes y recursos, la mala administración que va de la mano con la corrupción, y los privilegios de los poderosos, ha hecho crecer el descontento con casi todo.

La llamada «época de estabilidad» en el ámbito de la política social que le siguió, puso de manifiesto la contradictoria combinación de tendencias. Por un lado, una estrategia neoliberal de comercializar la esfera social, pero reduciendo los bienes accesibles y gratuitos a la población y, por otro lado, la realización de inversiones ocasionales pero importantes en aquellos sectores cuya situación despertaba el descontento de la población. El propio círculo vicioso.

Así pues, Rusia sigue hoy con el rostro vuelto hacia el pasado glorioso de la Madre Rusia zarista, pero también y en particular, hacia el Estado social soviético. Hacia él dirigen sus pensamientos los rusos que viven día a día los resultados de reformas que restringen de manera constante el acceso a los bienes sociales y afectan su calidad de vida.

En consecuencia, el futuro para Rusia está marcado por la incertidumbre, pero donde el componente democrático no se vislumbra. El Estado ruso parece no querer y, además, no poder ocuparse de una sociedad que requiere decisiones económicas y de organización política que son necesarias, pero que resultan incompatibles con la filosofía y la esencia de la actual dirigencia, heredada del pasado, y que no tiene talante democrático.

La elite dirigente, bajo la mano dura de Putin, aún no parece comprender la situación y, a la luz del conflicto con Ucrania, sentirse más a gusto con la vuelta al mito de la Rusia Grande del pasado; quizás por eso, se empeña en mantener una guerra que parece que no puede ganar.

Así pues, sigue prevaleciendo el papel que juega el concepto de la Madre Rusia en la idiosincrasia de Putin, según la cual, cuanto mayor cantidad de territorio se pueda controlar, menor cantidad de amenazas podrán afectar a la nación. 

Hoy, ese elemento se observa en la clara decisión del jefe de Estado ruso de anexar los territorios ucranianos de Donetsk, Luhansk, Jerson y Zaporiyia, lo cual también es parte de la visión de guerra híbrida como nueva manera de confrontar los intereses de sus pares, donde se utilizan diferentes dominios bélicos, escenarios civiles no bélicos, y las sanciones económicas.  Es  esa una gran confrontación contra Occidente que lideran Rusia, China e Irán, con el apoyo de sus países aliados, con miras a conformar una nueva dinámica geopolítica en el mundo.

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