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Sobre la decadencia estética en estos tiempos: ¿nuevo mundo, nueva cultura?

Tomada de Pinterest

Alex Fergusson 10.12.25

Parece que estamos asistiendo a un proceso de decadencia de la cultural que conocimos. La percepción de que sus manifestaciones estéticas están caracterizadas por el mal gusto, la vulgaridad y la exaltación descarada de lo soez, lo vil y lo mediocre, incluidas la ética, la moral y la política, es cada vez mayor.

En una era dominada por la inmediatez, la producción masiva y la hegemonía de lo digital, es pertinente una pregunta: ¿estamos presenciando, entonces, una decadencia cultural y estética generalizada?

Desde la arquitectura de nuestras ciudades y particularmente de las nuevas construcciones de interés social, hasta el diseño de los objetos cotidianos, pasando por el arte y la moda, parece que la búsqueda de la belleza, la durabilidad y la reflexión ha cedido terreno a la funcionalidad efímera, a la uniformidad y una superficialidad creciente.

Pasear por nuestras ciudades permite encontrarnos con una arquitectura monótona y despersonalizada. Edificios de vidrio y acero que parecen cajas apiladas, se alzan sin conexión con el entorno ni la cultura local, replicando un modelo globalizado que ignora la identidad y la historia, y obliga a defender con uñas y dientes lo poco que queda de ellas.

La planificación urbana a menudo prioriza la eficiencia vehicular (y las canchas de Padel), sobre la creación de espacios públicos agradables, dejando de lado plazas, parques arbolados y fachadas que inviten al disfrute y la contemplación.

La funcionalidad ha devorado la forma, y con ella, gran parte del sentido, origen y propósito de los espacios urbanos.

Por otra parte, aunque el arte ha sido siempre un reflejo de su tiempo, la era actual presenta desafíos únicos. La proliferación de imágenes digitales y la accesibilidad instantánea, han generalizado la exposición artística, pero también han contribuido a una saturación visual.

En ocasiones, el impacto y la profundidad se sacrifican en aras de la viralidad, que no es más que novedad efímera. Se observa una tendencia a lo espectacular sobre lo sustancial, como ocurre con el cine, donde la maestría puede quedar eclipsada por la técnica provocadora o el conceptualismo vacío. La conexión emocional y la reflexión profunda que el arte solía inspirar, con frecuencia se pierden en el ruido de fondo de lo tecno-digital.

Con relación a la música, está presente el debate acerca de si estamos frente a un proceso de evolución estética o a una dilución del arte, a favor del consumo masivo y la gratificación instantánea y, de nuevo, superficial.

Hasta la industria de la moda se ha convertido en un claro ejemplo de esta decadencia cultural y estética. El auge de la «moda rápida» (fast fashion) ha transformado el vestuario en un bien de consumo desechable. La calidad de los materiales y la confección se han deteriorado drásticamente, primando la cantidad y la adaptación constante a micro tendencias banales.

El resultado es una uniformidad estilística en las calles, donde la originalidad y la expresión personal se ven ahogadas por prendas genéricas diseñadas para ser usadas y descartadas en un ciclo vertiginoso.

Desde electrodomésticos hasta interfaces digitales, el diseño contemporáneo a menudo se inclina hacia una funcionalidad austera y desprovista de gracia, así como a una obsolescencia programada.

Esta búsqueda de la simplicidad puede llevar a la esterilidad, y la obsesión por la «experiencia de usuario» a veces se traduce en productos que carecen de personalidad o encanto. Los objetos que nos rodean, antes portadores de una estética cuidada y duradera, ahora son meras herramientas transitorias, reemplazables con la próxima actualización tecnológica o el cambio de tendencia.

Revertir este proceso no será tarea fácil, pero tampoco imposible. Implica un cambio de mentalidad colectivo, valorando la calidad y la belleza sobre la cantidad, la durabilidad sobre la obsolescencia, y la reflexión sobre la inmediatez.

«La belleza llama a la catástrofe del mismo modo que los campanarios atraen el rayo. El energúmeno que lanza un bote de pintura acrílica al último autorretrato de Rembrandt, o el que ataca con un martillo la madona de Miguel Ángel, obedecen todos ellos, sin saberlo, a una misma pulsión esteril” (Simon Leys).

Será entonces, fundamental que: valoremos la artesanía y el diseño consciente, apoyando a los creadores y productores que priorizan estos valores; que eduquemos nuestra mirada para desarrollar un ojo crítico que aprecie la estética en todas sus formas y rechace lo meramente superficial; también debemos exigir a las industrias y a los gobiernos una mayor atención a la estética en la planificación urbana, al diseño de productos y a la creación cultural.

Quizás así, podamos redescubrir nuestra historia y sus bases culturales, y reaprender de las épocas pasadas donde la estética y la utilidad convivían en armonía.

La decadencia cultural y estética no es un destino ineludible. Es una consecuencia de nuestras elecciones y prioridades como sociedad. Si deseamos vivir en un mundo estéticamente más bello, sostenible, significativo y enriquecedor, debemos comenzar por cultivar una apreciación renovada y crítica hacia la estética en todas sus manifestaciones. Las preguntas son: ¿estamos dispuestos a tomar ese camino, o estamos asistiendo a la aparición de una nueva cultura de la funcionalidad, lo trivial, lo superficial o lo efímero?

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