Alfredo Yánez / 15 de enero de 2015
El año arranca lleno de angustia. Solo la incertidumbre es dueña de las certezas que cada venezolano guarda con celo; en la seguridad de que algo muy grande va a pasar, pero sin ánimo para contarlo, para comentarlo, para saber ubicarse en ese escenario y actuar en consecuencia.
La angustia ocupa hoy el lugar de la esperanza; y pese a los prejuicios, esa transformación en los sentimientos del colectivo, es mucho más que positiva.
Por años (para no ir tan atrás en la historia) la esperanza se instaló en el discurso político como mercancía a vender; pero desesperanzados como se notan los venezolanos en las colas y en otras acciones de su día a día, ya no hay vendedor –estafador- que calce los puntos para instalar otra vez ese ápice que hacía vivir los días en cotidiana resignación, en la idea de que “esto cambiará”.
La angustia entonces tendrá que mutar, porque es imposible que viva por siempre en la mente y la acción del venezolano; y esa mutación debe –es allí donde entra la acción política- convertirse en desafío para afrontar la crisis, y más allá de ello, para afrontar el resultado positivo que toda crisis conlleva.
El político, transformado en auténtico agente de cambio, ya no podrá sostenerse en función de la esperanza, entre otras cosas, porque la esperanza juega su papel clave como virtud teologal, no como variable del éxito de una gestión.
Entonces, el político que quiera trascender, deberá convertir la angustia actual en desafío. Deberá inspirar para la transformación, ya no sobre promesas al aire, sino sobre ideas factibles, discutidas con la gente, en un plano real.
La tarea se escribe de manera sencilla, y se puede decir de tal forma que enamore; pero es muy difícil, porque ni políticos ni ciudadanos están acostumbrados a un cambio de paradigma de esta dimensión, sin embargo es lo que toca asumir.
La esperanza, hermana pobre de la fe, se agotó en el desencanto sostenido y la angustia, preludio de la desesperación, jamás podrá conducir a un pacto eficaz de desarrollo social; en consecuencia, es necesario deslastrar ambos sentimientos y convertir eso que quede en desafío válido, para en adelante, evaluar en hechos, con razón, y no en sentimientos, con pasión.
@incisos
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