Fernando Arreaza Vargas – 11 de marzo de 2016
El próximo noviembre los ciudadanos de los Estados Unidos elegirán a la persona encargada de ocupar uno de los cargos más influyentes y sensibles en la política mundial. El cuadragésimo quinto presidente norteamericano dirigirá en medio de un panorama incierto y muchas dificultades globales. La erosión del poder como activo plantea dudas que demandan respuestas creativas. La Casa Blanca espera inquilino.
La paz en Siria, el cambio climático, el Estado Islámico, una economía mundial lenta, El Tratado Trans-Pacífico, la crisis separatista europea, la de los refugiados… todos estos temas estarán en la agenda incluso de los candidatos más proteccionistas y dedicados a la agenda local.
¿Qué significa esto? Que a todos nos interesa lo que suceda.
La carrera por las candidaturas tomó una forma más concreta el pasado primero de marzo con el llamado «Super Tuesday». Por el lado de los demócratas, Hillary Clinton demostró finalmente su favoritismo y se colocó en una posición privilegiada para el resto de la carrera. Entre los republicanos, el efecto Trump sigue intacto.
Los demócratas
Si comenzamos a profundizar en el escenario demócrata las cosas parecen relativamente claras. A estas alturas de la contienda primaria se deja de hablar solo de momentum y se comienzan a sacar cuentas de delegados. Los resultados, luego de la jornada del 8 de marzo, terminaron de sumarle 759 delegados a Clinton y 546 a Bernie Sanders; adicionalmente hay 712 “súperdelegados” que tienen la libertad de apoyar a cualquier candidato; hasta ahora, 461 han respaldado a Clinton y 25 a Sanders. No obstante, estos súperdelegados pueden cambiar su apoyo durante la carrera si Sanders reduce la brecha en los delegados que se reparten según los resultados electorales. Sumando todo, Clinton aventaja a Sanders 1220 a 571. Se necesitan 2383 para ganar la candidatura.
Al principio de la campaña, la popularidad y la maquinaria de Hillary Clinton permitían poco margen de duda sobre su eventual victoria. De hecho, analistas opinaban que la ausencia de competencia podría perjudicarle en las elecciones generales. Sin embargo, el Senador Sanders de Vermont, con un discurso rebelde en contra de los grandes bancos y las campañas corruptas, se ganó el apoyo del voto joven y su political revolution cobró vida. Un empate técnico en Iowa y la victoria en New Hampshire de Sanders revivieron en Clinton los fantasmas de 2008, cuando Barack Obama pasó sobre su favoritismo.
Sin embargo, el Súper Martes apagó en buena medida la llama de Sanders. Los candidatos en Estados Unidos deben trazar una ruta crítica, según sus encuestas y posibilidades en cada estado, para ganar los delegados que en la convención del partido le permitan ser el nominado. Aunque Sanders ganó en Minnesota, Colorado, Vermont y Oklahoma, perder Massachusetts, por ejemplo, complicó las cuentas. Las victorias días después en Kansas, Nebraska y Maine permitieron al senador mantener alguna aspiración, pero como dijimos antes, lo que cuenta a estas alturas son los delegados. Hillary Clinton solo ganó en Louisiana durante ese mismo trecho en el que Sanders se llevó tres estados, pero en la cuenta de delegados quedaron parejos y Clinton mantuvo su sólida ventaja. Días después el senador logró una sorpresiva victoria en Michigan por un estrecho margen que le devolvió algo de energía, pero perdió Mississippi abrumadoramente. Con el pasar de las jornadas las victorias cortas pierden sabor y el senador de Vermont necesita sumar triunfos holgados para emparejar la carrera.
La buena noticia para Sanders es que los estados del sur se están acabando. Lo que ha ganado en apoyo del voto joven, lo pierde en el duro hándicap que carga con el voto afroamericano; el norte le conviene demográficamente.
Los republicanos
Primero cabe aclarar un cambio de condiciones en este partido. No hay súperdelegados libres, pero hay estados que no se reparten proporcionalmente al voto obtenido. En varias entidades el que gana la votación se lleva todo.
Del lado Republicano el empresario Donald Trump sigue firme. Ganó en 7 de 11 estados del Súper Martes y solo en uno llegó más allá del segundo lugar. Muchos analistas explican que el voto a Trump es un voto castigo a la base del llamado Grand Old Party (GOP), como se le conoce al partido… y hay mucha gente buscando castigo. El apoyo a Trump traspasa cualquier nicho o sector, recibe soporte de jóvenes y mayores, negros y blancos, hombres y mujeres. Más importante aún: no pierde un segundo en recaudar fondos porque financia él mismo su campaña.
Ya nadie subestima a Trump y quedaron atrás las risas que producían sus aspiraciones. Como momento simbólico queda la sonrisa que no pudo contener Jeb Bush tiempo atrás cuando en una entrevista le preguntaron su opinión sobre la intención que tenía el magnate por entrar en la carrera. Ya Bush no sonríe.
Aunque el Súper Martes comprobó el apoyo de Trump a nivel nacional, dejó abierta la posibilidad para que Ted Cruz, e incluso quizás Marco Rubio, compitieran hasta el final. Cruz ganó Oklahoma, Alaska y su estado nativo Texas. Rubio ganó en Minnesota. Kasich y Carson quedaron sin victorias, lo que sacó de la carrera al último. Kasich ha crecido lentamente en apoyo, y como gobernador de Ohio aún confía en que su estado rubrique sus aspiraciones el 15 de marzo.
La cuenta luego del 8 de marzo muestra a Trump con un saldo de 446 delegados, Cruz 347, Rubio 151 y Kasich 54. La cifra para asegurar la candidatura en la convención del partido en julio es 1237. Un escenario que ya se plantea es que Trump lidere pero no llegue a ese número mágico, quedando una convención abierta donde los delegados deban negociar la candidatura.
El 15 de este mes otra jornada importante tomará lugar y el elemento que mencionamos antes surge como esencial: varios estados no se repartirán proporcionalmente. Hasta ahora casi todos los estados que han votado han repartido sus delegados de acuerdo a los votos que obtuvo cada candidato, pero ahora se disputan varios donde el que gane se lleva todo. Florida, Illinois y Ohio suman 234 delegados; el destino de la carrera republicana pasa necesariamente por esos tres terrenos.
Las discusiones en este momento son sobre si alguien todavía tiene la fuerza para detener a Donald Trump. Tanto Cruz, como Rubio, como Kasich están apostando a resistir hasta quedar en un cara a cara con Trump que reúna todas las fuerzas opuestas al empresario en un solo candidato que logre superarle. Entre los votantes republicanos hay mucho apoyo a Trump, pero también mucho temor, solo que disgregado en las otras opciones.
Para las elecciones generales las encuestas apuntan a Hillary Clinton como la favorita. Esos mismos números señalan que Rubio sería el oponente más complejo para la ex Secretaria de Estado. Sin embargo, esta carrera por las nominaciones ha sido atípica. El fenómeno Trump demostró que puede contra las predicciones, Ted Cruz parece tener un techo sólido y la campaña de Rubio ya está perdiendo energía. Ya nadie descarta nada. Dentro del GOP hay muchos que desconfían del empresario como candidato en la elección general, pero un capital importante lo apoya casi incondicionalmente por «no ser un político»… errores ya se han cometido bajo ese mismo argumento.
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