
Andrés Cañizález
@infocracia
Venezuela parece estar siempre a punto de que ocurra algo: bien sea una catástrofe, un cambio político de envergadura o una transformación de gran escala. Estamos tal como se suele decir coloquialmente, a punta de caramelo. Sin embargo, el gran riesgo que tenemos como sociedad es que nada pase y que todo siga igual.
En este tiempo de Coronavirus, además, con una sociedad confinada en medios de fuertes restricciones a la movilidad y a la información, y una vocería democrática reactiva sin una estrategia clara para este tiempo tan particular, sigue gravitando el gran riesgo de que esta crisis atornille aún más al Chavismo.
El liderazgo político democrático nos ha prometido grandes cambios. Estamos atrapados en el discurso del todo o nada, y más bien terminamos en el nada. El estatus quo chavista sigue vigente, en medio de un equilibrio en el que nadie gana. Ni el régimen de Nicolás Maduro logra someter del todo a los actores e instituciones democráticas que empecinadas resisten, ni la propuesta de cambio que hoy encabeza Juan Guaidó logra desencadenar el proceso para enrumbar al país a una transición.
Una gran debilidad, en este tiempo, es esa épica del cambio. Nadie parece estar enfocado en prometer un camino de pequeñas victorias, nadie tiene el discurso de vamos a levantar un edificio y primero vamos a echar las bases. Y posiblemente esto ocurre porque se carece de un plan que incluya avances parciales.
Ese discurso de nuestro liderazgo apuntala y refuerza una de las visiones instaladas en nuestro ser social. La idea de que ocurrirá mágicamente el cambio.
Los cambios mágicos, así como por obra de una varita mágica. En realidad en términos sociales y políticos no existen. Lo que sí existe en la construcción de alternativas, es la consolidación de una fuerza política o social que de forma continua construye una salida.
Nadie quiere en Venezuela el camino largo. Todos queremos el canal rápido. Que Maduro se vaya y que se vaya ya; y que además no seamos nosotros los venezolanos los que protagonicemos tal transformación, sino que sea producida por Estados Unidos, que sean otros los que vengan y hagan el trabajo. Y cuando todo esté arreglado le entregan la banda presidencial a fulano o a mengana.
Tal vez, como sociedad, tan dependiente del cine de Hollywood, hemos visto demasiadas películas con historias de invasiones que tienen finales felices.
El gran riesgo es que esperando que tales cosas sucedan, es que nos quedemos cruzados de brazos, pensando que nada podremos hacer nosotros, cada uno de nosotros, para lograr que haya un cambio en Venezuela.
Esperando que ese cambio lo desencadene y protagonicen otros, nosotros en tanto nos acostumbramos a la espera. Y en esa espera tal vez no ocurra nada. Que nada ocurra, que nos acostumbremos, que sigamos esperando por otros, con todo ello hay un solo ganador, el que ocupa el poder.
Y el chavismo en el poder, gracias al Coronavirus, vive un momento de aquietamiento social, salvo protestas aisladas con demandas muy específicas (gasolina, gas, comida o electricidad). No se ha registrado ninguna manifestación, en este tiempo, cuya bandera sea netamente política a favor del cambio.
Y a decir verdad, el sostenimiento del chavismo en el poder será tan o más nefasto que el paso del Coronavirus por Venezuela.
La gente en sus casas, cada quien enfocado en cómo sobrevivir, un liderazgo democrático rezagado y disperso en sus mensajes y estrategias, un país inmovilizado por la falta de combustible e incomunicado por los apagones eléctricos y de Internet. Nada de eso le pone en riesgo.
La normalidad o la idea de una normalidad en nuestras vidas, aún en medio del caos generalizado, termina siendo un punto de favor de la continuidad de quienes detentan el poder.
Cada día que pasa sin que haya un cambio en Venezuela es un día que se festeja entre los dominadores. Cada día que pase, sin que se canalice el profundo deseo de cambio que hay entre los venezolanos, termina siendo una derrota de las mayorías.
Y las mayorías pueden ser acalladas, aquietadas, reprimidas o desintegradas. De eso hay suficiente historia. Se trata de la máquina del poder. Y como ha quedado demostrado, aún en este tiempo de Coronavirus, la máquina de perseguir, reprimir y coaccionar en Venezuela no está paralizada, no está en cuarentena.
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