
Leonardo Vera
Economista de la Universidad Central de Venezuela (1987), Master en Economía en Roosevelt University (Chicago, 1991), y Ph.D. en Economía en University of East London (Inglaterra ,1997). Individuo de Número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Profesor Titular de la Cátedra de Macroeconomía de la Escuela de Economía de la UCV y Profesor Invitado Internacional en FLACSO-Ecuador.
Sin una orientación o un diseño funcional de lo que puede ser un sistema de pagos, los venezolanos se mueven en un caótico régimen monetario en el que predomina el uso de dos monedas. La de curso legal, el bolívar, ha dejado de tener representación material, en la medida en la que las piezas del cono monetario actual han perdido valor y sentido práctico para hacer transacciones. Del cono monetario (y sus 10 especies) que entró en vigencia en agosto de 2018, ya no quedan ni vestigios. Tres billetes que salieron meses más tarde con denominaciones de 10.000, 20.000 y 50.000 Bs.F, están hecho añicos por la inflación, y los bancos los dispensan racionados, cuando ocasionalmente reciben alguna remesa del Banco Central. A decir verdad, los bolívares que usan los venezolanos son en gran parte asientos contables y lo seguirán siendo en proporciones cada vez mayores si el país no entra en una reforma monetaria que forme parte de un programa integral de estabilización macroeconómica.
Paralelamente, la economía ha experimentado una creciente dolarización, un camino natural cuando se conjuga un contexto donde la inflación destruye ciertas propiedades de la moneda oficial. Cuando los síntomas de este proceso comenzaron a ser percibidos, algunos pensaron que era cuestión de semanas o de meses para que la economía venezolana se dolarizara totalmente de facto, lo que habría devenido en una condenación absoluta del bolívar. Pero no es así. A pesar de la creciente escasez de efectivo, el bolívar sobrevive.
Mientras el bolívar marque precios y tenga algún grado de aceptación, reportar tasa de inflación en bolívares será relevante. Así lo viene haciendo la Comisión de Finanzas de la AN (a falta de un Banco Central responsable) cuyo registro indica que la tasa de inflación del mes de julio fue de 55%. Si la economía venezolana estuviera absolutamente dolarizada, pues a nadie le importaría ese registro, pues todos estarían presumiblemente protegidos por la valorización de sus tenencias monetarias y activos en dólares. Decimos presumiblemente, pues aún dolarizada, una economía con tantos rezagos acumulados en los ajustes de precios, pudiera exhibir ajustes adicionales y desincronizados por un buen tiempo.
Los pocos estudios de campo también indican que la dolarización es aún parcial. Hace dos semanas atrás fue divulgado un estudio de campo llevado a cabo por una empresa consultora local, en el que se señalaba que al cierre del mes de julio de 2020 cerca de un 57% de las transacciones comerciales en la zona metropolitana de la ciudad de Caracas, se realizaron en dólares. Hace un año, la encuesta nacional Perfil 21 indicaba que el 35% de los venezolanos hacía operaciones con dólares. Ahora bien, que una moneda cuyo valor se deteriora en un clima de inflación alta e hiperinflación siga siendo utilizada como medio de pago es si se quiere sorprendente ¿Cómo explicar que aún exista un porcentaje importante de las operaciones comerciales que se realicen en moneda doméstica?
Hay al menos tres poderosas razones que podrían explicar la supervivencia del bolívar y lo que por el momento aún puede ser calificado como una situación de sustitución parcial por el dólar.
En primer lugar, está el hecho de que el gobierno dispone de un flujo de caja en dólares que viene menguando por la resonante caída que registra la producción de petróleo y los ingresos fiscales de origen petrolero. Esto limita los recursos gubernamentales a los muy disminuidos aportes de la recaudación tributaria interna (que es en bolívares), y a la generación de dinero contable a cargo del Banco Central. Así que el gobierno de Maduro no tiene ningún incentivo para dolarizar los gastos del gobierno, o pagar en dólares alguna dádiva, pues su fuente de financiamiento es en bolívares. Nóminas públicas, pagos de bienes y servicios, asignaciones regionales, bonos y transferencias, todos esos conceptos son pagados en bolívares, que entran al torrente circulatorio, y desde ese preciso instante, entran en una dinámica donde cada quien trata de gastarlos y transferirlos de mano, en la medida en la que su valor se devalúa en sólo horas.
Quien recibe bolívares en Venezuela, sabe que está recibiendo despojos y los toma porque sabe que puede aún cargárselos a alguien. Esto lo saben muy bien quienes cada dos o tres semanas reciben transferencias o bonos que otorga el gobierno como parte de los programas sociales para paliar la crisis. Cuando uno comenta a los analistas económicos de otras latitudes que el valor de estas ayudas durante la pandemia oscila entre 1,5 y 3 dólares, entran en un silencio profundo. El dato aún más espeluznante que nos trajo la ENCOVI, unas semanas atrás, es que entre los pobres extremos (el 79,3% de los hogares en Venezuela) esas ayudas o transferencias en bolívares, representan el 45% de sus ingresos.
En segundo lugar, la dolarización no ha avanzado mucho más porque su mecanismo clásico de propagación, el que se da a través del sistema financiero, aún está vedado en Venezuela. Los intentos por promover la apertura de cuentas en dólares no han funcionado, pues estas se limitan a una simple custodia de recursos (para aquellos clientes empresariales que movilizan grandes cantidades de efectivo en dólares o euros) sin ningún tipo de movilidad internacional. La desconfianza sobre las acciones que pueden tomar el regulador bancario y el riesgo de intervención pública sobre esos recursos inhiben además al público.
Es justamente esta inmovilidad del dólar entre el resto del mundo y la frontera local lo que explica en tercer lugar los límites de la dolarización en Venezuela. La fórmula más sencilla de entender esto es preguntarse por qué no existe un sistema de recepción de remesas en dólares en efectivo en Venezuela, como sí los hay en otros países de la región. La realidad es que nuestro sistema de pagos y nuestro sistema financiero está desconectado del resto mundo. Esto limita la circulación del dólar a un mercado cambiario oficial que no existe y a lo que pueda transarse por los caminos ilegales.
Así que, mientras estos factores persistan, no vemos factible, en ningún plazo visible, la dolarización total de la economía venezolana.
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