
Tomás Straka
El pasado 26 de abril fueron presentados en Miami los dos volúmenes de Raúl Leoni, democracia en la tormenta. En un acto emotivo, al que asistieron alrededor de doscientas personas, tuve el gusto de compartir el podio con los profesores Asdrúbal Aguiar, Carlos Adrianzen y Luis Fleishman. El presente texto fue preparado para aquella ocasión
Antes que nada debo agradecer la oportunidad que me ha brindado el Inter American Institute for Democracy para compartir algunas ideas y poner al servicio de Venezuela –de esa Venezuela amplia que está por el mundo- el resultado de un trabajo de más de cinco años, que integró equipos multidisciplinarios y combinó varios procesos distintos, aunque alineados con un solo fin: el de la construcción de la memoria democrática.
La elaboración de los dos volúmenes de Raúl Leoni, democracia en la tormenta[i], que por varias circunstancias, algunas incluso azarosas, me tocó coordinar, nos dio a todos los que participamos en el proceso algunas lecciones importantes sobre el fenómeno de la memoria colectiva, su relación, nunca fácil, con la historiografía, y el papel que en ambas juegan el rescate del patrimonio documental y artístico, los medios de comunicación y la escuela, y por encima de todas las cosas en la política. Es un tema al que hemos tenido que enfrentarnos cuanto nos dedicamos de algún modo a la historia, especialmente quienes hemos sido docentes a nivel medio y en primaria; y que en el agitado contexto de la Revolución Bolivariana, llevó el historicismo a niveles singularmente altos, incluso para los estándares venezolanos, pero nunca de la forma tan evidente y arrolladora como lo demostró el lugar que ocupa –o en realidad, muchas veces no ocupa- el presidente Raúl Leoni en la memoria de los venezolanos.
Cuando en 2015 la familia Leoni se puso en contacto con Virginia Betancourt, que dirige la Fundación Rómulo Betancourt, para elaborar un volumen en homenaje a Raúl Leoni, no lo hacían sólo prevalidos por el amor filial o por un interés académico: había, naturalmente, de ambas cosas, pero sobre todo lo hacían por un compromiso político y social. Ante la arremetida contra la memoria de su padre, y en general de la democracia de 1958 a 1998, que el Estado había desatado, era necesario ofrecer una visión alternativa. Los jóvenes, en parte por el desastre de nuestro sistema educativo, carecen de referencias sólidas para al menos cotejar lo que les dice la propaganda, y a medio siglo de la muerte del presidente Leoni y casi sesenta años del inicio de su mandato, ya la mayor parte de los venezolanos carece de edad suficiente para acordarse de él. Es decir, no se trataba sólo de un trabajo académico, sino de participar en la historia pública y de incidir en la memoria colectiva.
Germán Carrera Damas ha insistido en que si alguna fortaleza tiene la democracia venezolana, es que podemos recordarla porque la hemos vivido[ii]. Eso es así en gran medida, pero ya es un recuerdo que, como todo cuando se hace viejo, necesita de ayuda para andar. Así como tenemos alguna idea de las batallas y los héroes de la Independencia porque todos los días se nos bombardea con ellos –en la toponimia, en la numismática, en las fiestas cívicas, en la escuela, en los monumentos- del mismo modo cualquier otro período requiere de sus lieuxs de mémorie y otras instancias de recordación. Tan es así, que no en vano el Estado se ha empeñado en aplicar lo que los egipcios y romanos ya hacían y los historiadores han llamado damnatio memoriae, borrar a los presidentes del período democrático de todos los sitios en los que ha podido, como la represa del Guri, que dejó de llamarse como quien la inauguró, Raúl Leoni; o la populosa urbanización de Guarenas que se llama como su esposa, Menca de Leoni (aunque la sociedad, que también recuerda por su cuenta, se ha opuesto a ello y sigue llamándola como siempre).
El olvido de un presidente
La damnatio memoriae de Leoni demuestra cuán complejo es el proceso. A pesar del esfuerzo estatal para lograrlo, no es lo único que ha actuado en ello. De hecho, su resultado ha sido más bien contraproducente para los objetivos de los promotores: muchos venezolanos jóvenes vienen a enterarse de Leoni por lo que se dice de él, y en un contexto en el que la popularidad del gobierno y en general del modelo chavista está a la baja, su mala propaganda por parte del Estado puede ser una razón para que muchos sientan simpatía por él, o al menos le den el beneficio de la duda. No obstante, en cualquier caso, se trata de algo que es más bien marginal en el fenómeno.
Un problema estructural fue el de la dificultad que tuvo la democracia venezolana para defender sus logros. A diferencia de lo que hacen otros regímenes, el fundado en 1958 dedicó muy poco a hacerse propaganda. Esto no significa que no lo haya hecho, o que incluso no llegara a existir lo que algunos llamaron una “historia adeca”, especialmente sobre temas muy polémicos, como el del 18 de octubre o la evaluación global del gomecismo. Un historiador tan leído e influyente como J.L. Salcedo Bastardo fue en gran medida el gran historiador de la democracia (y también, lo que no es irrelevante, del bolivarianismo). Es cierto que el esfuerzo sistemático por imponer una historia oficial no se compagina con el clima general de libertades. Los medios, los artistas, hasta los profesores de bachillerato gozaron de plena libertad para hacer críticas, lo que inicialmente habla bien de la democracia, pero éstas no siempre fueron leales (más bien al contrario en muchos casos), ni se acompañaron con una formación moral y cívica eficiente en los valores democráticos, o por lo menos en la valoración de lo que se había hecho hasta la hora.
Cuando en la década de 1980 empezó la crisis del modelo de desarrollo, muy pocos venezolanos demostraron tener consciencia de que gran parte de lo que les había hecho mejorar la vida en las últimas décadas, se debía a políticas implementadas, o llevadas a otro nivel, por el sistema democrático. Es decir, eso no salió bien, en parte porque ni siquiera se intentó en serio. De ese modo, una clase media que había llegado hasta allí por la masificación de la educación en las décadas de 1960 y 1970, empezó a añorar a los “buenos años” de Marcos Pérez Jiménez; una universidades que ofrecían toda clase de apoyos a los profesores y alumnos, eran dominadas por marxistas que aportaban a la destrucción del sistema; y un empresariado que había fundamentalmente nacido por los incentivos de la democracia, pensó que podía sustituir a los políticos. Es probable que en aquel momento, sólo los más pobres tenían conciencia de lo que la democracia había hecho por ellos, cosa que cambió en los siguientes años.
Y no es que en 1985 o 1995 no hubiera razones para hacer duras críticas a cómo funcionaba el sistema, o motivos para dudar que en serio quisiera reformarse, es que, como en el refrán anglosajón, demasiados no dudaron en “botar al niño con el agua de la bañera”, o como ya señaló Germán Carrera Damas en un ensayo de 1999: que por el mal funcionamiento de la democracia en el momento, se crea que la democracia en sí es el problema. Además, el hecho es que la democracia sí intentó reformarse, pero la sociedad votó mayoritariamente en contra, en parte porque esa reforma implicó costos que no quiso pagar (por ejemplo, volver a las empresas más competitivas, reducir el gasto público, acabar con la sobrevaluación del bolívar). Esto no les resta responsabilidad a los políticos, los escándalos de corrupción o el empeoramiento de la eficiencia del sector público, de las escuelas, la policía, de la telefonía, los hospitales, pero sí nos indica que no se les puede achacar toda la culpa.
Los partidos tuvieron también grandes problemas en renovarse, pero el hecho fue que al final emprendieron reformas que les restaron bastante poder, como la privatización de muchos servicios y la descentralización. En tanto que el conjunto de los ciudadanos escogió por quien dijo que no hacían falta cambios estructurales, sino acabar con la democracia de Puntofijo y sustituirla por otra cosa, que al principio no definió bien, pero que en 2005 llamó socialismo (o socialismo bolivariano) y en 2007 implementó como política de Estado. Es decir, por Hugo Chávez Frías.
Como vemos, habernos olvidado de gestiones como la de Leoni, de las políticas sociales que se aplicaron, del reto que representó la lucha con la guerrilla, de los mea culpa de muchos de los mismos guerrilleros, de cómo cambiaron las cosas entre 1958 y 1998, salió a la larga muy caro. Es una referencia que tenemos que tener muy presente de cara al futuro. Lo hecho (y lo no hecho), ya no se puede revertir, pero sí tenemos algunas oportunidades con lo que queda para hacer. Si pensamos en una Venezuela democrática para el futuro, la memoria será clave, para tener referencias de lo que se hizo bien, y también, naturalmente, de los grandes errores que nos han llevado adonde hemos venido a parar.
La importancia de la memoria
Raúl Leoni también tiene su cuota de responsabilidad en el olvido. Siempre rehuyó el autobombo y consideraba que la propaganda era un dispendio de recursos, casi criminal en un país con tantas necesidades. Había de temperamento, más bien introvertido, en ello; pero también de convicciones muy firmes al respecto. Opacado, además, por haber tenido una presidencia en medio de la de dos luminarias de la historia latinoamericana, como lo fueron Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, también ayudó a desdibujarlo un poco. Pero se trató del presidente que encabezó la victoria sobre la guerrilla, la más rápida de cuantas ha habido en la historia militar (a Caldera le tocó la pacificación, lo que es un mérito enorme, porque no siempre las victorias llevan a la paz, pero esta se logró como continuidad de una política de Estado iniciada antes); se trató del presidente que tuvo que navegar con un Congreso muy fragmentado y poco amistoso, en un ejercicio democrático del que apenas estaba el antecedente del quinquenio anterior, de Betancourt; uno que emprendió políticas de infraestructuras y sociales de gran envergadura; el que logró superar definitivamente la crisis económica y encaminar a Venezuela hacia el crecimiento; aquel al que se le debe la pensión de vejez y el nombramiento de la primera mujer ministra en la historia venezolana, Aura Celina Casanova.
Leoni dio muestra de civismo al considerar que simplemente estaba cumpliendo con su deber y que su obra hablaría por sí sola de la democracia. Pero a medio siglo de su muerte y a cincuenta y cuatro del final de su gobierno, el nuestro es contribuir a que aquello no se olvide. La memoria democrática, como pasa con toda memoria, es un ejercicio de futuro, un esfuerzo centrado en las decisiones que hemos de tomar en el presente y que habremos que tomar en el porvenir. El libro que se deja hoy a su consideración espera contribuir a esta tarea y llama a un esfuerzo más amplio por rescatar los documentos, elaborar estudios y cimentar la educación cívica en el camino de la libertad. En gran medida, la fuerza que tendrá nuestra democracia descansa en la comprensión de su pasado. El error del olvido es algo que no podemos volver a cometer. Muchas gracias.
[i] Tomás Straka (Coord.), Raúl Leoni, democracia en la tormenta, Caracas, UCAB/Asociación Civil Raúl y Menca de Leoni/Fundación Rómulo Betancourt, 2022, dos volúmenes.
[ii] Germán Carrera Damas, Recordar la democracia: mensajes históricos y otros textos, Caracas, Ala de Cuervo, 2006.
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