José Guédez Yépez

Parece que fue ayer, porque fue ayer, cuando estábamos perdidos, estancados, rendidos. Frente al cadaver de nosotros mismos, sin saber si fue un accidente o un suicidio. La promesa, mejor dicho proeza, de resucitar al tercer día con una primaria, parecía diluirse en el escepticismo, sincero o fingido. Ver para creer, o más bien, creer para ver. 

Como siempre, los verdaderos fieles son los que no tienen templo. Con ellos la esperanza fue tomando forma, a pesar de que no faltaron traiciones y lavadas de mano. Fue la gente, la que entre amenazas y deserciones, tomó el proceso en sus manos, para ejercer el poder que no ejercía desde hace mucho. Y vaya que lo hicieron. 

En escenarios humildes suelen nacer las más grandes esperanzas. No es baladí que haya sido en los patios de las casas, en las calles de los barrios, sobre mesas de planchar o cualquier “perol” para apoyar, que votamos. Esto es por lo que hemos luchado siempre, elegir, pagando un costo muy alto en muertos, presos y perseguidos. Pero es justamente por ellos que seguimos insistiendo. 

El veredicto no solo fue unánime, sino además masivo, lo que le da una contundencia que muy pocos esperaban, de un lado y de otro, y de los que se ponen de lado también. Ha resucitado la unidad, pero en otro cuerpo. Sin color específico, sin atavismos, sin el “Gen” 4, 3, o ningún otro. Liderazgo firme y coherente, con ciudadanía movilizada. Y hasta el final. 

Aunque es solo el comienzo, ya se logró lo más difícil, volver a creer. Ahora el dilema lo tienen en palacio, porque ya saben que con la primaria resucitó la lucha democrática y renació la voluntad de cambio de los venezolanos. Negociar de verdad la transición o intentar hacer la de Ortega en Nicaragua. En todo caso, está claro que para que haya una elección presidencial con reconocimiento internacional, es indispensable que se permita la participación de la única representante legítima de la oposición, habilitada ya por más de dos millones de personas.