
Tomada de la Revista El Medio
Alonso Moleiro
Palestina no es Hamas. Pero muchos palestinos, la mayoría, apoya hoy sus procedimientos. Fundada en 1987 durante la primera Intifada, Hamas es una organización política y militar yihadista, cuyo norte fundamental es la destrucción de Israel y el restablecimiento de una Palestina Musulmana en todo el territorio israelí. Su popularidad entre los palestinos corre aparejada con el debilitamiento de la Autoridad Palestina, cuyo asiento ahora está solo en Cisjordania. En 2007, Hamas dio un golpe de Estado a la AP en la Franja de Gaza, uno de los dos territorios palestinos con autogobierno, expulsando a los representantes de Al Fatah, la organización que antes presidiera Yasser Arafat. El procedimiento de Hamas, que dio lugar a una corta guerra civil, dividió irremediablemente el mando palestino en dos. La retirada unilateral de los judíos en Gaza, promovida por Ariel Sharon un año antes -y que fue protestada con ira por los colonos de la zona- fue interpretada como un logro de Hamas por muchos palestinos, y consolidó sus posiciones entre la población, particularmente en la Franja de Gaza.
La decadencia de la Autoridad Palestina es la misma de la solución de los dos Estados, (la única solución). Al Fatah, el partido predominante de la Organización para la Liberación de Palestina, OLP -plataforma de movimientos de inspiración nacional-revolucionaria, que llevó por años el control de las decisiones en la lucha contra Israel- fue la organización que firmó los Acuerdos de Oslo, en 1994, que fundamentaron entonces una esperanza de paz con Israel, y que dieron origen a la Autoridad Palestina al año siguiente. Presidida por Yasser Arafat, el histórico jefe de la causa palestina, la AP ha sido la primera tentativa de gobierno nacional que han tenido los palestinos en su historia como sociedad. Al Fatah no es una organización yihadista. Con la firma de Oslo, Arafat, a diferencia de lo que hace hoy Hamas, reconocía la existencia de Israel, abjuraba de la histórica consigna de echar a los judíos de la zona y declaraba que Palestina se atenía a las fronteras establecidas luego de la Guerra de los Seis Días de 1967, es decir, Gaza y Cisjordania. Con este acuerdo, los palestinos se resignaban a ocupar menos del 30 por cierto del territorio que controlaban en su totalidad a comienzos del siglo XX. Los Palestinos reclamaban a Jerusalén este, poblada por árabes, como la futura capital del Estado palestino. Israel jamás ha querido consentir esta demanda. Incapaz de controlar los excesos de sus ciudadanos más exaltados, muchos de los cuales seguían considerando inaceptable el pacto con los judíos, cercada militarmente por Israel, que ejecutó incontables redadas antiterroristas en su territorio, la Autoridad Palestina siempre tuvo una soberanía limitada. Con el paso del tiempo, se ha convertido en una instancia disfuncional, acusada de corrupción, criticada por los propios palestinos. Su actual presidente es Mahmoud Abbas. La crisis de la Autoridad Palestina debilita la idea de una solución negociada, abona a la frustración de la población, y coloca en entredicho la solución de los dos Estados, acaso la única viable. Así le abre campo a la narrativa islamista de Hamas, y sus aliados de Yihad Islámica, con su culto al martirio y sus procedimientos suicidas.
Israel es una democracia con muchos méritos, y su sociedad tiene el proyecto de Estado más avanzado de toda la región. Cualquier interpretación airada y militante que pueda tener un individuo hacia la existencia y fines del Estado de Israel podría terminar muy matizada con una visita a ese país. Israel no es un artificio, una conspiración financiera, o una imposición del imperialismo, como suelen sostener sus enemigos: es Estado con una ciudadanía que ha evidenciado una meritoria mística nacional, que se ha desarrollado asombrosamente en poco tiempo y que da asiento a una de las civilizaciones más antiguas del planeta. Tiene democracia parlamentaria en la cual está muy fundamentada la cultura del pacto político, con una sociedad abierta, sobreabundante, moderna, tecnificada, con excelentes universidades, donde queda espacio para el pensamiento laico y el poder político es criticado con dureza desde sectores liberales de izquierda (como el diario Haaretz; las ONG B´Tselem o Peace Now; el historiador Ilan Pape; los periodistas Gideon Levy y Amira Hass, o el ya fallecido escritor Amos Oz) que demandan otro trato hacia los palestinos y cuestionan los excesos militares en las zonas ocupadas. En Israel pueden verse mezquitas, y mujeres ataviadas bajo el estricto mandato musulmán. El árabe es, de hecho, -como el inglés, y detrás del hebreo-, uno de los idiomas oficiales del país. Existen, además, partidos políticos de origen árabe, que han alcanzado escaños en el Knesset, el parlamento israelí, declaran a la prensa y sostienen sus puntos de vista por la televisión (abundan, sin embargo, testimonios según los cuales los árabe-israelíes, el 20 por ciento de la población del país, están sometidos a una clara discriminación institucional cotidiana).
La paz con Palestina se extravió definitivamente luego del asesinato de Yitzhak Rabin. El sorpresivo asesinato del líder laborista a menos de Ygal Amir, un radical judío, poco después de firmados los acuerdos de Oslo, comenzó a agrietar, con bastante rapidez, el sueño de la paz, los dos Estados y la cohabitación. El crecimiento de Hamas ya comenzaba a sentirse entre los palestinos, desesperados por llevarse la peor parte en el conflicto. Inconformes con una instancia propia de gobierno que terminó convertida en un ghetto, y que desde el comienzo fue deliberadamente escamoteada por Israel en prevención de ataques terroristas. La muerte de Rabin, en 1995, dio lugar al primer gobierno de Benjamín Netanyahu, uno de los halcones del Likud, partido de la derecha nacionalista local, mucho menos paciente con los palestinos, y mucho menos interesado en honrar acuerdos internacionales capaces de escamotear el dogma de la derecha religiosa israelí: que la tierra de Israel le pertenece únicamente al pueblo de Israel. El fracaso del también laborista Ehud Barak en sus concesiones a Palestina, hacia el año 2000, terminó por consolidar una poderosa ola conservadora en una sociedad con un memorial de agravios en materia de persecución, obsesionada por su seguridad, dándole forma definitiva a un predominio político, el de la derecha religiosa judía, que ya tiene casi tres décadas. Los primaros Cohetes Al Qazzam, de Hamas, comenzaban a menudear en 2008.
En Israel, todo se fue a la derecha. El largo predominio de la derecha judía en las preferencias electorales permitió a Benjamin Netanyahu, su principal beneficiario, ya en este siglo, sacar provecho del conflicto intrapalestino entre Hamas y Al Fatah, vigente desde 2007, abonando a la división de ambas facciones con el objeto de controlar al enemigo. El protagonismo político de Netanyahu de estos años tiene influencia en la escalada actual del conflicto árabe israelí. Con el paso del tiempo, los mandos israelíes perdieron todo el interés por los contenidos de Oslo y las sucesivas Hojas de Ruta pactadas que proponían Estados Unidos y la Unión Europa para ir ordenando la realidad en sus términos, independientemente de lo que pensaran árabes, americanos o europeo. Seguros de tener controlada la situación en los frentes palestinos, el camino por delante de las coaliciones del Likud consistiría en densificar Cisjordania, (llamada en Israel Judea y Samaria) trabajando para interrumpir la continuidad territorial de la Autoridad Palestina con nuevas villas judías habitadas por colonos, habitualmente religiosos y combativos en estas comarcas. ¨Bibi¨ Netanyahu logró formar gobierno con partidos aún más radicales que Likud, como los ultraortodoxos del Shas.
Hay un fundamentalismo árabe, pero no todo árabe es fundamentalista
Sería una enorme injusticia afirmar que todos los palestinos son terroristas, que no se han hecho proposiciones políticas para fundamentar la paz, o que no existan en esa sociedad, pese a los ultrajes producto de las derrotas militares en este tiempo, voceros capaces de explicar y articular una defensa racional de los objetivos existenciales de un país malogrado. Aunque sea cierto que ha ganado tanto terreno el odio yihadista. Intelectuales, políticos y activistas como Eduard Said, Mostafa Barghuti, Ziad Abu Amr o Amhad Harb, llevaron adelante en el pasado varias iniciativas cívicas en estos años para promover la paz y fomentar un arreglo político útil para las dos sociedades. Ayudado por muchos medios de comunicación en Estados Unidos, Israel tiende a argumentar que su nación es un faro de racionalidad democrática y tolerancia que crece en un entorno dominado por la ceguera fundamentalista y los procedimientos salvajes. El crecimiento de Hamas y sus modales bárbaros cristalizan en una población exasperada, sin esperanzas, que dejó de creer en la paz como objetivo porque la única paz es la de la esclavitud.
Así como hay un fundamentalismo árabe, hay un fundamentalismo judío (y uno cristiano)
Es rigurosamente cierto que Israel, una realidad producto de un acuerdo en Naciones Unidas, colecciona ya varios llamados de Naciones Unidas por sus excesos en las guerras con los palestinos en episodios del tiempo reciente. La robusta democracia y admirable desarrollo israelí no desmienten una actitud fiera, una disposición marcial a la defensa, una zona de intransigencia irrestricta respecto a determinados hitos. Una ultraortodoxia donde hay zonas sagradas y también, como en el fundamentalismo árabe, muere la política. Con la bomba colocada por paramilitares de Irgun al Hotel Rey David en Jerusalén, en 1949, entonces sede la Comandancia Militar del Mandato Británico en Palestina (de acuerdo a las acusaciones de la izquierda internacional y los árabes, padrinos de los judíos y verdaderos responsables de este conflicto), los judíos le estaban diciendo al mundo hasta donde estarían dispuestos a llegar para terminar de consolidar su hogar nacional. En la democracia israelí hay zonas marcial-religiosas dispuestas, como ha quedado visto, a lo que sea. Parece haberse impuesto la certeza de que no hay remedio, son ellos o sus enemigos, no hay espacio para el diálogo ni la concesión, no tiene sentido perder el tiempo reconociendo al enemigo.
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