
Nelly Arenas
Las últimas tres décadas y media han visto emerger un nuevo actor en el paisaje político mundial. Se trata de los nacional populismos que bien pueden ser de izquierda o de derecha, aunque son estos últimos los que han predominado, sobre todo en Europa. Cuando hablamos de derecha necesariamente estamos obligados a diferenciar los dos bloques políticos que en ella conviven: la derecha tradicional y la ultraderecha. La primera, con ideas moderadas y respetuosa de las reglas de juego democrático liberal; la segunda, con posturas radicales y relaciones conflictivas con la democracia, especialmente en su dimensión liberal. Detendremos nuestra atención en esta última, pues en ella se inscriben los nacional populismos de este tiempo.
Siguiendo la periodización de Klaus von Beyme, el politólogo Cass Mudde distingue cuatro olas de ultraderecha política de posguerra en Europa. Un breve resumen se presenta en lo que sigue.
Una primera ola (1945-1955), neofascista, cuyas ideas generaban rechazo universal. Los partidos que se inscribían en esta corriente no participaban en elecciones y cuando lo hacían no alcanzaban la votación mínima para ingresar a sus respectivos parlamentos. En Alemania y los Países Bajos, esas organizaciones fueron clausuradas.
Una segunda ola (1955-1980), la del populismo de derecha, se caracterizó por el auge de partidos y líderes políticos que se autodefinían en oposición a la élite de la posguerra. En Estados Unidos, el movimiento más importante de este tipo fue el del gobernador de Alabama, George Wallace, quien presentó su candidatura a las presidenciales (1968) con un programa racista, defendiendo a todo trance la segregación racial.
Una tercera ola (1980-2000), de derecha radical, registra la aparición en Europa de la primera onda relevante de ese patrón político. Esta gana fuerte impulso en la década de los noventa, nutrida por factores como el desempleo y la inmigración masiva. El ingreso de los partidos de derecha radical en los distintos parlamentos fue progresivo. Al iniciarse el siglo XXI, la derecha radical populista se había convertido en la ideología dominante en el espectro de la ultraderecha europea. Casi todos los partidos relevantes de esa tendencia, coligaban el nativismo, el autoritarismo y el populismo.
En los noventa, la mayoría de los países europeos contaban ya, al menos, con un partido de esta corriente que concurría a elecciones. Varias formaciones de derecha radical populista comenzaron a afirmarse en algunos sistemas políticos nacionales en esa década.
La cuarta ola se inicia en el 2000 y todavía estamos en ella. Se vio favorecida electoral y políticamente por los atentados terroristas del 11 de septiembre, la gran recesión de 2008 y la crisis de los refugiados de 2015. Se caracteriza por la “desmarginalización” de la ultraderecha, cuyas organizaciones partidistas han visto crecer su caudal electoral convirtiéndose en aceptables como socios de coalición por parte de los partidos convencionales de derecha. La normalización de la ultraderecha en cuanto a su ideología, propuestas políticas y organización, característica de esta ola, ha hecho que las fronteras entre la derecha radical y la tradicional, se hayan vuelto cada vez más difíciles de precisar.
Pero no solo en Europa se ha producido un auge de las agrupaciones y liderazgos de ultraderecha. De este lado del mundo esa tendencia se replica. La relevancia que ha adquirido un personaje como Donald Trump en la política estadounidense lo confirma. En América Latina, el acceso al poder de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil en 2018, con una agenda ultraconservadora, marca un hito en ese sentido. Bolsonaro ha llegado a relacionar la homosexualidad con una enfermedad posible de curarse tempranamente si se golpea al niño que la padece.
La presencia de este tipo de liderazgo en la región se ha ampliado con la presidencia de Nayib Bukele en El Salvador y Javier Milei en Argentina.
Durante sus años en el poder, Bukele se ha distinguido no solo por haberle propinado un duro golpe a los contrapesos democráticos de El Salvador, sino también por su profundo conservadurismo social. Ha arremetido contra la perspectiva de género al erradicarla de las escuelas, justo en un país que presenta una de las más altas tasas de femicidio en América Latina. Bukele ha utilizado la religión para mostrarse a sí mismo y a su gobierno, como un instrumento de Dios al tiempo que ha hecho retroceder las conquistas de la comunidad LGTBQ.
Del mismo modo, Javier Milei ha exhibido posiciones retardatarias, mostrándose en contra de la educación sexual integral en las escuelas, el aborto y el feminismo. Todo ello en un país como Argentina donde el movimiento de mujeres ha dado duras batallas para alcanzar importantes reivindicaciones.
Al igual que en algunos países europeos, en El Salvador de Bukele como en la Argentina de Milei, los partidos de la derecha convencional se han puesto al servicio de estos caudillos quienes se han apropiado de sus banderas conservadoras (patria, familia y religión) como ha señalado Fernando Mires.
Según Cristobal Rovira Kaltwasser, lo que caracteriza a la ultraderecha emergente en la región es la politización de la faceta sociocultural por sobre la socioeconómica. Con ello, sostiene Rovira, se pretende movilizar, no solo a estratos pudientes de la sociedad, sino también a sectores populares con ideas sensibles a temas morales, tal como la población evangélica.
El languidecimiento de los proyectos de izquierda, cuyo auge se sitúa en los años 2000, así como el agotamiento de las propuestas de la derecha tradicional en la región, generó un vacío de representación que la ultraderecha intenta copar, favorecida por la expansión de esa tendencia globalmente. A esto ayudan también las redes de apoyo transnacional de ultraderecha activas en América Latina.
En Europa el nacional populismo tiene como tema político principal las migraciones. Marine Le Pen recién lo dejó claro al afirmar que las elecciones al Parlamento Europeo, el próximo mes de junio, serán un referéndum sobre la inmigración. En América Latina, la agenda es predominantemente sociocultural, relativa a género e identidad sexual. En ambos casos, la ultraderecha debe ser entendida como un nuevo proyecto político que pretende preservar jerarquías tradicionales, como la del patriarcado, percibidas como naturales. De la misma manera, dicho proyecto busca revertir derechos específicos promovidos o alcanzados por grupos previamente segregados. Por otra parte, tanto en Europa como en América Latina, la ultraderecha se muestra hostil a la democracia liberal, coincidiendo, paradójicamente, con la izquierda extrema.
Algunos estudiosos vaticinan un incremento importante de los representantes de la ultraderecha en el Parlamento Europeo. De ocurrir esto, se alterarían de manera significativa los equilibrios políticos de la UE controlada históricamente por la centro-derecha. Con ello, la derecha tradicional podría entonces perder el control de la agenda ideológica abriendo espacios a los planteamientos de ultraderecha en temas que lesionan los derechos humanos y la democracia en consecuencia. Un eventual triunfo de Donald Trump fortalecería seguramente la agenda conservadora de los movimientos y liderazgos de esa tendencia tanto en Europa como en América Latina.
Bibliografía
Mires, Fernando (2024) “La disgregación del triángulo” tal cualdigital.com 2 de marzo.
Mudde, Cas (2021) La ultraderecha hoy Paidós, Barcelona.
Rennó Lucio (2023) “La ultraderecha en Brasil: de Bolsonaro al bolsonarismo”. Laboratorio para el estudio de la ultraderecha. Friedrich Ebert Stiftung, Chile.
Rovira, Kaltwalwasser Cristóbal (2023) “La ultraderecha en América Latina: definiciones y explicaciones”. Laboratorio para el estudio de la ultraderecha. Friedrich Ebert Stiftung, Chile.
Corradini, Luisa (2023) “La extrema derecha europea gana terreno en Europa y amenaza el equilibrio de la UE” La Nación 25 de noviembre.
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