Opinión y análisis

Populismo del siglo XXI: ¿Adiós  a los partidos políticos?

Tomada de EL Montoneo

Nelly Arenas

En su sentido más amplio, la democracia es una forma de ordenamiento de la vida política sobre la base de la diversidad social.   La democracia es pluralista porque la sociedad también lo es.  Los partidos políticos encarnan la variedad social pues ellos representan a distintos grupos e intereses.  De ello se deduce que, sin partidos, la democracia se hace cuesta arriba.

El desarrollo de las organizaciones partidistas está ligado al de la democracia, vale decir, a la extensión del sufragio popular y de las prerrogativas parlamentarias tal como subrayó Maurice Duverger en su obra monumental Los partidos políticos. La democracia en el mundo occidental consolidada en la posguerra es una democracia de partidos. Han sido estos los pilares de la dinámica política, sobre todo, en el lapso que se ha dado en llamar los Treinta Gloriosos o época dorada del capitalismo; tres décadas comprendidas entre 1950 y la crisis petrolera mundial de principios de los setenta. Este periodo histórico se caracterizó por la plena vigencia del Estado de bienestar y de los partidos que lo hicieron posible, particularmente los socialdemócratas. Ese modelo se fue debilitando a lo largo de las siguientes décadas.

Nadia Urbinati, de quien extraemos buena parte de las ideas que aquí se consideran, establece una relación entre el desgaste de las sociedades democráticas constitucionales y la declinación de los partidos, con el consecuente ascenso de los populismos con poder de decisión y no como simples movilizaciones de protesta. Su argumento se basa en una fenomenología del populismo como movimiento el cual ha alcanzado gran  fortaleza en contraste con el  agotamiento de los partidos al capitalizar   el malestar ciudadano con respecto a las entidades intermedias, fundamentalmente, las organizaciones partidistas. Si los populismos insurgen contra los partidos negando o desconociendo el importante papel que los mismos han cumplido en la vida democrática, como hemos señalado, es fácil concluir que el reconocimiento de la pluralidad política está en riesgo con la cada vez mayor presencia de gobiernos de ese corte en el mundo. 

La visión populista se muestra imposibilitada de cultivar gobiernos respetuosos del ejercicio democrático. El principio básico sobre el cual se afirma dicha visión es el de que  la mayoría que dice representar no es una mayoría entre otras, sino la “’buena” porque está compuesta por las personas “correctas”. Todo gobierno populista es un gobierno faccioso. Es el de una parte auto percibida como la “mejor” la cual actúa abiertamente para su propio beneficio satisfaciendo sus particulares intereses y necesidades. Ello, obviamente, representa un problema “radical” para el sistema de partidos, la representación electoral y la democracia constitucional. La opinión de las masas llega a ser identificada con la voluntad del pueblo, por fuera de instituciones y procedimientos que detectan y regulan la evaluación de dicha voluntad. De acuerdo a los planteamientos de Urbinati, el populismo presume que la voz del pueblo es idéntica a la de la mayoría y a la del líder que la personifica. Esto se alinea con el desprecio por los partidos y la pretensión del liderazgo populista de convertirse en el único partido del pueblo suprimiendo al resto de filiaciones partidistas. 

 La aversión por las organizaciones partidistas se ubica en el origen mismo de la democracia de partidos, aunque esa aversión se manifestara muy marginalmente. La pérdida progresiva de legitimidad de dichas organizaciones las condujo a explorar nuevas formas de actuación, como por ejemplo a que se abrieran a políticas de mainstream, como la de la lucha contra la pobreza o la defensa del ambiente a  fin de conectar con el público.  Esto, sin embargo, no impidió su declive. El desgaste de la democracia de partidos a lo largo del tiempo, condujo, finalmente, al establecimiento de gobiernos populistas en varios países del mundo.  Este fenómeno trajo aparejado el aumento portentoso de una personalización de la política, principalmente a través de la televisión. Es lo que se ha conocido como democracia de audiencia. El telepopulismo permite que el demagogo actúe sobre su auditorio mostrándose más interesado  en que lo vean a que  lo entiendan.  La televisión dejó de ser una simple herramienta de los partidos para convertirse en un actor autónomo con relación a  los eventos ligados a la política, alcanzando una influencia fundamental sobre la popularidad de los actores  y los temas polemizados en ese ámbito. La emergencia de la digitalización, no ha hecho sino profundizar el fenómeno. 

El caso de Donald Trump resulta arquetípico en este sentido. Para el momento de su elección, como argumentan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, los sistemas de cribado de los partidos en Estados Unidos, habían dejado de funcionar. Significa esto que, los filtros de protección contra figuras independientes con fama o dinero, en este caso del partido Republicano, no operaban ya. La explosión de medios de comunicación alternativos, como las agencias de noticias y las redes sociales, amén de otros factores, incrementó las posibilidades de que un candidato ajeno al partido, poco amigo de la institucionalidad, como Trump, llegara a la nominación presidencial. A pesar de que, en un principio, el aspirante fue rechazado por el liderazgo republicano, el empresario logró convertirse en un candidato a la medida del patrón digital.

El caso estadounidense brinda pistas certeras que confirman la idea de Urbinati en el sentido de que el populismo es un “proyecto pospartidos”. Si  Trump se impone en las venideras elecciones, podremos concluir que, por sí sola, su figura, a pesar de las múltiples causas judiciales que pesan en su contra, es capaz de imponerse más allá del Partido Republicano reforzando la idea de que las organizaciones partidarias  parecen contar cada vez menos, a la hora de las grandes decisiones político-electorales.  Ello favorece enormemente al programa  populista antipartidos.

Un ejemplo notorio en América Latina es el venezolano. La llegada al poder de Hugo Chávez en 1999, icono del populismo de estos tiempos, significó también la disolución de los partidos políticos en Venezuela. A la erosión del viejo sistema de partidos evidente para ese momento, se le sumó la acción sistemática de su  gobierno enfilada a diezmar totalmente las estructuras partidistas existentes. A lo largo de un cuarto de siglo de mando chavista, el propósito de disolver las estructuras partidistas percibidas como estorbos al proyecto revolucionario, se ha hecho cada vez más  claro. Para ello se ha recurrido invariablemente a la vía judicial. De esto no han escapado siquiera, organizaciones afectas a la revolución. Despojo de sus símbolos, de sus sedes y la imposición de sus autoridades en atención a la conveniencia oficial, abonan la tesis de Urbinati.  El populismo es contrario a los partidos porque el mismo aspira a la unanimidad y nada más opuesto a esta que los partidos políticos.  

Algunos autores ven en los partidos el mejor antídoto contra los populismos. Pero ¿cómo recomponerlos  si es precisamente el desencanto con relación a ellos lo que ha hecho posible en buena medida la emergencia de numerosos  liderazgos populistas en el mundo?

Si estamos viviendo el siglo del populismo, como sugiere el título de uno de los últimos textos del sociólogo francés Pierre Rosanvallon, podemos entonces aventurar la idea de que  también podríamos estar en el siglo de agonía de los partidos. De ser así, las campanas podrían estar tocando a rebato por la democracia, tal como hasta ahora la hemos conocido.

Bibliografía

Duverger, Maurice (1994) Los partidos políticos Fondo de Cultura Económica, Bogotá.

Levitsky Steven y Ziblatt Daniel (2018) Cómo mueren las democracias. Edic. Ariel, Barcelona.

Taguieff Pierre-André (1996)  “Las ciencias políticas frente al populismo: de un espejismo conceptual a un problema real”. En Populismo posmoderno Adler F. Fleming T. y otros. Buenos Aires.

Urbinati, Nadia (2019) “Liquid parties, dense populism” Philosophy & Social Cristicism vol. 45 issue 9-10.

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