
Tomada de AFP
Rafael Quiñones
25.07.24
“Mi idea siempre fue que la transición no se iba a producir sin un choque frontal. Yo utilizaba siempre la siguiente expresión: ellos son una fortaleza, nosotros tenemos que rodearla y si formamos un cerco fuerte, los de adentro van a tener hambre y llegar a buscarnos. Entonces la transición se dará en consecuencia de una especie de confluencia de fuerzas que se alejan del gobierno para unirse a la oposición. No será la oposición sola”. Fernando Henrique Cardoso en “Transiciones democráticas: Enseñanzas de líderes políticos” de Sergio Bitar y Abraham F. Lowenthal.
Es bastante reducida la probabilidad de que la elección presidencial del 28 de julio del 2024 lleve inmediatamente a una transición hacia la democracia por el mero apoyo mayoritario de los venezolanos al candidato de la oposición, Edmundo González Urrutia. Antes que prendamos las alarmas y nos lancemos tanto a la negación como a la depresión, tengamos claro algunas cosas. Los procesos de transición política, especialmente desde una autocracia hacia una democracia, son procesos bastante complejos, en que un solo factor nunca ha sido suficiente para generar el suceso. Pocas cosas son generalizables en estos procesos, pero una de ellas es que en si en un evento electoral, por muy organizada que esté, la oposición tiene mayoría en preferencia electoral, no es un hecho suficiente por sí solo para generar el cambio. Quienes han dicho que para que retorne la democracia en Venezuela sólo basta voluntad de voto y disposición de defenderlo mienten o se engañan. Generalmente la elección que permite reemplazar a un gobierno autocrático por una democrático es consecuencia de la transición política, no su causa.
Los procesos de transición política según la literatura y los ejemplos empíricos relatan 3 procesos que deben darse para cristalizarla: liberalización (creación de las garantías mutuas entre gobierno y oposición, con una reducción progresiva de los mecanismos de represión por parte del gobierno, y en un mayor respecto a las libertades y derechos de los ciudadanos), democratización (avance concreto hacia un genuino cambio de régimen por vías más o menos institucionales, generalmente elecciones libres y competitivas), y consolidación democrática (aceptación de las fuerzas políticas que la democracia es la única forma de participar en política y acceder al poder del Estado). En Venezuela actualmente no se ha dado ni siquiera el proceso inicial de liberalización política. Por lo tanto, la especulación de algunos analistas de que el gobierno se prepara por entregar el poder si pierde las elecciones parece carecer de base.
Participar en elecciones en contextos autocráticos en sí no crea los deseados procesos de liberalización-democratización-consolidación democrática para una transición, pero sí ayuda a crear organización y movilización en los factores que hacen oposición al gobierno. Un ejemplo cercano de ello es el caso de la dictadura militar brasileña. Desde 1962, la oposición de Brasil en plena dictadura militar participaba en las elecciones organizadas por el régimen autoritario y ganaba, para luego ver que el resultado, o era irrespetado por el gobierno, o se le eliminaban las potestades de poder a los cargos ganados. Sólo a partir de 1979, cuando asciende al poder el general moderado João Baptista Figueiredo, que generó un proceso de quiebre de la coalición política que sostenía a la dictadura en el poder, es cuando empezó un proceso de apertura política que inició el proceso de liberalización política que a su vez fue el comienzo de la verdadera transición. Resumen, la acción concreta que inicia la transición política hacia la democracia es el quiebre de la coalición gobernante. Sin él, no comienza la transición.
Este quiebre puede darse de manera pacífica (el sector moderado y pro democrático del régimen presiona al más duro para hacer una apertura política y compartir el poder, o simplemente renuncia al mismo en circunstancias ventajosas). Dichos procesos si bien obedecen al orden de acontecimientos de liberalización-democratización-consolidación democrática, los tiempos son muy variables de acuerdo a los casos de la velocidad que se dan desde que comienzan hasta que la democracia es alcanzada. En el caso brasileño fueron más de 11 años, el uruguayo cerca de 10 y en el chileno, a raíz del quiebre que generó el plebiscito de 1988, un poco más de un año. ¿Y lo anterior en qué nos ayuda a comprender la situación venezolana? Primero, el chavismo ha permitido que este 28 de julio del 2024 haya elecciones presidenciales, pero a niveles de competencia e institucionalidad electoral democrática nulos: inhabilitaciones de candidatos opositores; violación constante de la legislación electoral; el grueso de los centros electorales situados en cuarteles militares o zonas dominadas por paramilitares oficialistas; control sin supervisión del aspecto técnico del conteo de votos y monopolio casi absoluto de la cobertura de la campaña a su favor, entre muchos otros factores.

Institucionalidad democrática electoral. Venezuela: 0/12. Fuente: Freedom House.
Segundo, se ha visto un proceso de quiebre de la coalición que sostiene al régimen el poder. El más notable, la defenestración del segundo hombre más poderoso del régimen, Tareck El Aissami y su círculo de colaboradores, primero por hechos de corrupción vinculados a la evasión de las sanciones económicas hechas por la comunidad internacional, y luego, acusaciones de intentar derrocar al presidente. Un hecho así sólo sucede en un ambiente de tensas y abundantes fracturas entre quienes sostienen en el poder al régimen y la cúpula gobernante. Adicionalmente, durante el proceso de la campaña electoral, hemos visto reiterados procesos de desobediencia de autoridades que responden al oficialismo de bloquear la campaña de la oposición, al igual que liberaciones más frecuentes de presos políticos venezolanos hechos prisioneros durante la campaña. Evidencia de fuertes grietas en el Gobierno, tanto de los cuadros más bajos de sus seguidores hasta las más altas esferas. Recordemos, que sin quiebre de la coalición de poder no hay transición. Una explicación de estas y potenciales fracturas en este momento: las sanciones internacionales han reducido el nivel de recursos que el régimen dispone para comprar lealtades en su coalición dominante junto con la amenaza de que, de haber fraude, las mismas se reimpongan con mayor fuerza, unido a la desmoralización por 25 años de gobierno que ni siquiera puede garantizar beneficios a sus seguidores de base y el alta moral que la oposición experimenta en este momento.
Tercera, una oposición cohesionada, bien organizada y de moral alta, que ha logrado ante la inhabilitación de su candidata unitaria original, María Corina Machado, unirse en torno a la figura de Edmundo González Urrutia, quien llegó a ser conocido y aceptado a lo largo del país, aventajando al oficialismo, de acuerdo a las encuestas, con más de 30 puntos. Igual, esto ha permitido concretar una organización dentro de la oposición para defender el voto y los resultados, que si bien no pueden anular la probabilidad de un fraude, pueden hacerlo inmensamente costoso, ahondando las fracturas y quiebres dentro del régimen.
Y cuarto y último, una comunidad internacional, que si bien no se está esforzando con tanta energía como en el 2019 durante el intento de crear la transición hacia la democracia usando el gobierno interino de Juan Guaidó como vector, ha mostrado su determinación frente a la necesidad de que Venezuela experimente una transición democrática en detrimento de un statu quo autoritario. Promesas de restablecer las sanciones económicas si existe un fraude en Venezuela; presión para hacer supervisión electoral por parte de organismo internacionales y un contexto internacional en el que el actual gobierno de Venezuela se ve enemigo de las democracias occidentales, evidencian esto. No es nada improbable que si el gobierno juega bien sus cartas, termine aceptando de facto su autoritarismo a cambio de petróleo en los mercados y deportaciones masivas de venezolanos. Pero de momento la brújula que tiene la comunidad internacional es en torno a la democratización de Venezuela.
La sumatoria de estos factores nos lleva como escenario más probable a que Edmundo González Urrutia tiene en materia electoral lo suficientes votos para ganar de manera contundente, pero a su vez el gobierno los recursos técnicos para operar un fraude y disposición a hacerlo de acuerdo al discurso de sus voceros, su publicidad oficial y amenazas de miembros de las altas esferas del gobierno. Es el escenario que con más fuerza puede concretarse, todo apunta que va a materializarse, aunque no es imposible que se den sucesos impredecibles a última hora que construyan otros escenarios (el llamado Cisne Negro). Escenarios como la suspensión de elecciones o inhabilitación de la candidatura de Edmundo González aún no son imposibles, pero se reducen sustantivamente cada día que se acerca la elección del 28-J.
Con base al párrafo anterior, tenemos tres bifurcaciones, al menos hasta el momento que se escriben estas líneas. La primera es que el gobierno, ya sea la misma noche del 28 de julio como en los días subsiguientes, intente perpetuar un fraude alterando los resultados de las elecciones a su favor y se proclame ganador, pero que el conjunto de grietas y fracturas que existen en su coalición lo obliguen a aceptar el resultado, comenzando el proceso de transición hacia la democracia (ejemplo: cuando en Chile, en el plebiscito de 1988, Pinochet tenía la intención de desconocer el NO en torno a la continuidad de su gobierno y el Comandante del Fuerza Aérea, Fernando Matthei, declaró que le parecía “evidente el triunfo del NO”, negando el apoyo de los militares). Estas se darían con un proceso de liberalización política (presos políticos liberados, derechos políticos y civiles respetados a la ciudadanía, etc.) donde comenzaría la transición política venezolana, con garantías mínimas de impunidad a los miembros del gobierno y participación política en democracia, celebración de elecciones verdaderamente libres para el 2025 en materia legislativa y autoridades regionales, entre otras cosas en un ambiente de tensos diálogos entre los líderes de la oposición y el Gobierno. Incluso se contemplaría una nueva consulta electoral en torno al presidente dentro de una institucionalidad electoral democrática sólida ese mismo año o el próximo.
La segunda, que el gobierno tenga éxito el mismo 28 de julio y los días subsiguientes en concretar un fraude y proclamarse ganador. La cuestión es que el proceso de cohesión dentro de la oposición unitaria, iniciada desde las primarias opositoras en 2023 y consolidada en la campaña electoral presidencial del 2024, lleve a un proceso de protestas ciudadanas contra el fraude. Esto, unido a una comunidad internacional que por razones pragmáticas prefiere una situación política democrática y pacífica en Venezuela que una autoritaria y violenta, también presionará junto con las protestas internas a respetar los resultados de las elecciones. Esos dos factores, unidos a un tercero, las grietas y fracturas dentro de la coalición del poder del oficialismo que sería influidas por las 2 primeras, obligue a que un sector relevante del oficialismo presione a la cúpula gubernamental para entregar el poder (ejemplo: la renuncia a distancia de Alberto Fujimori en Perú en el año 2000). Este sector será el que en nombre del oficialismo negociará un proceso (lento o rápido) de liberalización política del país, democratización y consolidación democrática, en el que ellos tendrán espacio, poder e impunidad a cambio de un sistema democrático.
La tercera bifurcación es parecida a la segunda, sólo que las fracturas y las divisiones dentro del oficialismo para defenestrar a la cúpula del régimen del poder, y de momento el gobierno de Nicolás Maduro, se mantienen en el poder en medio de una gran inestabilidad política, con fuerte represión a la ciudadanía que interpela el fraude. En esta bifurcación las fracturas dentro del oficialismo ni las amenazas de restitución de sanciones son lo suficientemente fuertes para persuadir la entrega del poder (ejemplo: las elecciones presidenciales bielorrusas ganadas fraudulentamente por el presidente Aleksandr Lukashenko). Venezuela empezaría a transitar el camino de un autoritarismo hegemónico que permite elecciones, pero siempre amañadas a favor del gobierno, a un autoritarismo cerrado que no tolera ni siquiera elecciones de utilería.
El escenario seguro es, hasta el momento que se escriben estás líneas, el del intento de hacer fraude electoral y proclamarse ganador por parte del oficialismo. Sus bifurcaciones son tres, en que dos pierde el gobierno pierde el poder y en el tercero lo mantiene en medio de mayores niveles de inestabilidad política e institucional. La variable que puede definir cuáles de estas bifurcaciones se dé, recae en la capacidad de generar grietas y fractura de la coalición que mantiene en el poder al régimen, a través de una combinación de negociaciones políticas entre élites, protesta ciudadana y presión internacional. Cuanto más profundas y numerosas sean, mayores posibilidades tendrá la ciudadanía y la presión internacional de inducir un cambio político en Venezuela que implique la liberalización, democratización y consolidación democrática de la nación.
No todo acaba, para bien o para mal este 28 de julio del 2024. Los aparentes finales por lo general son comienzos camuflajeados. Cuanto más costosa pueda hacer la oposición al gobierno el intento de hacer fraude, mayores probabilidades de generar quiebres en quienes lo apoyan, y por lo tanto el inicio a partir de ese día de un proceso de transición política que lleve a elecciones libres y una democracia libre en el país. La autocracia como diría Henrique Cardozo es una fortaleza que la ciudadanía debe asediar, a veces para tomarla en un asalto audaz, en otras, por hambre, para forzar un acto de traición entre quienes la defienden, rendirla a la democracia. De la forma que lo haga, la fortaleza se abrirá para ser tomada por la ciudadanía o será esta la derrotada en el proceso de asedio. Por es esencial la forma de asediarla, en que una parte de quienes son sitiados sientan que es mejor rendirse y entregar la fortaleza a cambios de determinadas garantías y eso se logra con una combinación de astucia, determinación y firmeza.
El resto…sólo son castillos en el aire.
Bibliografía:
ALARCÓN, Benigno (2014). El Desafío Venezolano: Continuidad Revolucionaria o Transición Democrática. Caracas, AB Ediciones UCAB.
BITAR, Sergio y LOWENTHAL, Abraham F. Transiciones democráticas: Enseñanzas de líderes políticos. Barcelona, Galaxia Gutenberg.
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HOWARD, Marc Mojé y ROESSLER, Philip G. (2006). Liberalizing Electoral Outcomes in Competitive Authoritarian Regimes. American Journal of Political Science, Págs: 365-38.
MARTÍNEZ MEUCCI, Miguel Ángel y OLIVAR, José Alberto (2020). Transiciones políticas en América Latina, desafíos y experiencias. Caracas, Universidad Metropolitana.
NORTH, Douglas (1990) Institutions, Institutional Change and Economic Performance. Reino Unido, Cambridge University Press.
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