Destacado

Profecías cumplidas

Tomada de Fundación Vida Superior

Alonso Moleiro

20.09.24

Nadie sería capaz de calibrar en un momento como este cuales serán los efectos de los resultados oficiales anunciados luego de las elecciones presidenciales del 28 de julio. Lo que sí podríamos concluir es que ninguno será bueno.

Ante la incredulidad que campea, el ejecutivo tendrá que apretar el puño para imponer su voluntad; la población se puede ir divorciando progresivamente de las citas electorales del futuro; el flujo de emigrantes seguirá creciendo; la oposición, la política y la civil, tiene sobre sí una amenaza que condiciona su propia existencia.

El oficialismo chavista parece que ha perdido la paciencia con sus críticos, y ha roto con mucha naturalidad sus propios umbrales en materia de atropellos y excesos. No hay espacio para el escándalo interno. Los resortes se quebraron. Más sanciones será más aislamiento. A Nicolás Maduro ya no lo persuaden los disuasivos de la comunidad internacional.

El entuerto planteado parece que le duplicara los costos de salida al esfuerzo por restaurar el Estado de derecho en el país. La mentada “salida electoral”; “pacífica y constitucional” se extravió en el trayecto.  La marcha de Edmundo González Urrutia – consecuencia de un asedio político sobre el cuál quedan todavía cosas por esclarecer-, le pone la cuesta especialmente empinada a María Corina Machado.

La conducta del Consejo Nacional Electoral, su explicación de lo que ha sucedido, ha sido especialmente pobre, y ha dejado insatisfecha a mucha gente. De hecho, el presidente de CNE, Elvis Amoroso, no ha emitido ninguna declaración pública luego del polémico anuncio del 28-J. En lugar de explicaciones, de aclaratorias, de cotejos, en lugar de argumentos, lo que tenemos son amenazas de cárcel y procesos judiciales.

Mientras estas sean las circunstancias, todas las consecuencias que emerjan de la realidad política del 28 de julio serán muy graves, no hay forma de atenuar conclusiones o forzar paradojas. Es el tipo de agravios que se queda fijado en la memoria de los colectivos; uno de estos incidentes que entra de manera automática entra en las polémicas de la historia. Por unos cuantos años más nos estaremos acordando de aquel contexto contranatura: aquella campaña electoral y de aquel día final.

Aquí no sólo aludimos a la incongruencia de las cifras, la inconsistencia de los procedimientos institucionales del chavismo, la desaparición de las actas y el papel jugado por Elvis Amoroso: hablamos también de la desproporcionada represión ejercida por los cuerpos de seguridad del Estado en contra de la ciudadanía cuando la gente sacó sus conclusiones.

Cristalizan, en un momento como este, todas las profecías lanzadas durante estos años de polarización extrema en torno a la posible concreción de una auténtica dictadura, la chavista, sin apelativos artísticos –como “autoritarismo competitivo”- o apellidos añadidos, como “democracia revolucionaria”.  

Aquellos sombríos pronósticos, tan frecuentes a finales de los años 90 y comienzos del 2000, que entonces sonaban improbables, y que le auguraban a la sociedad venezolana una cotidianidad sin libertad de prensa; sin garantías constitucionales; sin diálogo político; sin contraloría pública; con presos políticos, sin derechos humanos.

Puede que sea cierto que la estrategia oficialista para apagar la indignación ciudadana haya tenido su eficacia, y que en algo avanzaron, imponiendo el miedo, ampliando cárceles, repartiendo golpes, extendiendo amenazas, ajustando cuentas e invirtiendo la carga de la prueba.

Acostumbrado a subestimar el malestar ciudadano, el conciliábulo cívico-militar que gobierna Venezuela podría estar concluyendo que sólo será cuestión de tiempo para que se enderecen las cargas; para que la población se habitúe, para que se olvide y se resigne a que el chavismo es la única corriente política que pueda gobernar este país, porque ellos son los que garantizan la paz.

Subestimar el malestar popular, en lugar de reconocerlo, no sólo ha ido agravando año a año la tragedia cotidiana de los últimos tiempos, sino que ha sido un pésimo negocio para la clase política chavista.  Todas y cada una de las exigencias que la oposición ha hecho al oficialismo en este cuarto de siglo han sido ridiculizadas por el fanatismo revolucionario y su incorregible narcicismo político.

Al darle la espalda a los problemas ciudadanos y naturalizar el actual estado de cosas en un fútil ejercicio de simulación televisiva, el oficialismo está abriendo la puerta para el desembarco de nuevos trastornos, de nuevos malestares, de más y mayores problemas, de más tensiones, que continuarán horadando su ya precario apoyo popular y sentenciando definitivamente el fin de su influencia entre la gente, una realidad que, técnicamente, ya está entre nosotros.

Es la consecuencia de no saber dar la talla y no convencer.

Deja un comentario