Opinión y análisis

Reconstruir el Estado para reconstruir la democracia

Rafael Quiñones

03.12.24

“No se puede instalar una democracia sobre un Estado roto”.  Andrés Malamud.

El 9 de octubre de 2016, en el diario argentino “La Nación”, el politólogo argentino Andrés Malamud escribió un excelente artículo llamado “Democracia: una crisis de los árbitros, más que de las reglas de juego”, donde aborda el caso de las crisis de la democracia a nivel mundial, con énfasis en la región latinoamericana, toca los casos de Venezuela y Nicaragua.

El texto nos recuerda algo tan obvio que muchas veces se nos olvida: la democracia como sistema de gobierno no se puede asentar sobre un Estado disfuncional por mucho voluntarismo que exista para que exista una democracia. El Estado al perder progresivamente sus facultades, abre también la puerta al deterioro de la misma democracia y al ascenso del autoritarismo en una sociedad anteriormente libre.

Malamud maneja muy bien sus argumentos, haciendo un destacado análisis comparativo: si después de la Segunda Guerra Mundial se instalaron democracias liberales después de implacables autoritarismos en Italia, Alemania y Japón, ¿por qué no se pudo en la primera década del siglo XXI en lugares como Afganistán e Irak luego de la intervención norteamericana? La respuesta que nos da Malamud es que simplemente ninguno de esos dos últimos países había tenido Estados funcionales antes de que la democracia fuese impuesta desde el exterior y por lo tanto ese sistema político no pudo prosperar en esos 2 casos hasta el presente, al contrario de las naciones perdedoras de la Segunda Guerra Mundial.  

El Estado para el sociólogo Max Weber sería el ente que monopoliza de forma legítima la violencia. Para el filósofo Thomas Hobbes, un gigantesco leviatán que evita el Estado de naturaleza de guerra en el que los hombres se destruyen entre ellos al buscar sus objetivos, imponiendo su autoridad de manera absoluta a otros. Para el pensamiento liberal de origen lockesiano, es el ente que regulariza las interacciones de los individuos en sociedad, evitando que cada quien en la búsqueda de su propia felicidad, aplaste los derechos del prójimo cuando busca la suya. En todas estas nociones, el Estado es vital para la organización de la sociedad, aunque perfectamente se han detectado, gracias a la antropología, sociedades que se han podido constituir sin necesidad de Estado, pero lógicamente ninguna de esas sociedades era democrática y libre. Más bien tendían a un fuerte autoritarismo en sus normas sociales por ausencia del Estado sobre el individuo, creando sobre este último una opresión enorme. En resumen, puede haber Estado sin democracia y libertad, pero no democracia y libertad sin Estado, porque la libertad implica una organización compleja.

Los italianos, japoneses y alemanes estuvieron siglos construyendo su Estado, si, bajo criterios autoritarios, pero eran viables. Existe la falsa creencia de que la democracia es un lujo que una sociedad puede darse luego de un largo período de autoritarismo, para que el orden y la prosperidad económica florezcan y hacer sostenible el tránsito hacia la democracia. Esa es una media verdad que al final se convierte en una gran mentira. Cuando un Estado surge, muchas veces lo hace de una manera traumática, lo que lo lleva al callejón sin salida de ser constituido bajo la modalidad del autoritarismo. Es algo que se vio con frecuencia en el siglo XX, cuando las antiguas colonias europeas en África y Asia al independizarse de sus metrópolis adoptaron salvajes dictaduras porque construyeron modelos de Estado no funcionales con la democracia. Casos parecidos se dieron en las naciones que surgieron de la desintegración de la Unión Soviética a principios de los 90. Pero en ambos contextos, también se dieron casos en los que la construcción del Estado se pudo generar de forma democrática (Botsuana, San Mauricio, Estonia, Letonia, Lituania, etc.) porque el modelo adoptado era viable y funcional. El punto es que si queremos democracia, esta no se dará por la mera declaración de principio democráticos de los gobernantes, se necesita de un Estado funcional que permita su materialización como sistema político.

La democracia sería el buen conductor de un vehículo, mientras que el Estado sería el vehículo mismo en palabras de Malamud. La democracia representativa y liberal es un invento reciente, siendo optimistas podemos detectar su nacimiento a finales del siglo XVIII, asentado en modelos de Estado anteriores que no eran precisamente democráticos. Desde el siglo XVIII hasta el presente muchos países pasaron de ser autoritarios a democráticos porque contaban previamente con Estados funcionales que hacían posible la democracia cuando se terminó adoptando. Mientras que todos los procesos de democratizar una sociedad en ausencia de un Estado en plenas funciones han fracasado, y donde el Estado ha ejercido sus funciones de manera deficiente, en el mejor de los casos, ha habido democracias débiles. En los peores casos, se han registrado dictaduras con instituciones democráticas de nombre.

Y eso nos lleva a Venezuela. Nuestra nación se independizó de España en 1811 y se asumió como nación soberana de pleno derecho en 1830. Pero en el largo interludio entre el siglo XIX y XX venezolano, el Estado venezolano no fue funcional, siendo nuestra historia un largo periodo de guerras civiles y tiranías hasta la dictadura de Juan Vicente Gómez  (1908). Gómez no trajo la modernidad (y mucho menos el bienestar) a Venezuela como dicen sus apologistas, pero sí creó el Estado moderno, que es otra cosa, y no precisamente por razones altruistas. Sólo un Estado moderno eficiente le podía garantizar al caudillo andino su permanencia en el poder y aplastar con éxito las montoneras lideradas por los caudillos de antaño. Cuando Gómez murió, se tenía un Estado funcional y, por lo tanto, era completamente razonable que las élites políticas creyeran que el país estaba preparado para la democracia. No fallaron. El período democrático fue sin duda el más brillante de la historia venezolana en materia de éxitos en política, economía, servicios públicos e infraestructura del país.

Obviamente el lector se preguntará si en verdad la democracia venezolana era tan genial, cómo se deterioró a tal nivel que en 1999 el país entró en una descendente espiral hacia el autoritarismo, actualmente comparable con las peores dictaduras del planeta. La respuesta es sencilla: el deterioro de las capacidades del Estado en un punto del período de la democracia, arrastró a su vez a la democracia misma. Los intentos de reformar el Estado para evitar la debacle fueron frustrados en los 90 por las élites del país, atentando directamente con la democracia. Las instituciones políticas y económicas son las reglas de juego para interactuar en sociedad, pero es el Estado el árbitro que las hace valer. Si el árbitro no cumple su función, las reglas pierden vigencia ante los jugadores, es allí cuando el autoritarismo se cuela a través de la ley del más fuerte, a falta de normas vigentes de convivencia.

Muchas formas tenemos de medir lo robusto que es el Estado, pero para no alargar el análisis, usemos el más sencillo: el nivel en que este hace valer el Estado de derecho, la institución que sirve de base a la mayoría de las instituciones políticas y económicas vigentes en una sociedad. Si usamos datos del V-Dem, podemos notar que entre 1959 y 1971, Venezuela llegó a su punto más alto de Estado de derecho en toda su historia republicana: 0,69/1. A partir del período 1971-1975, el sufrió una súbita caída hasta 0,56/1, una cifra apenas aceptable para sostener una democracia.

El país nunca pudo remontar ese bajón, incluso en los 90, cuando se intentó reformar el Estado, intento frustrado por las élites políticas y económicas del país. A esas élites les convenía un modelo de Estado que, sustentado en instituciones políticas y económicas extractivas, que beneficiara a unos pocos. Para 1998, el Estado de derecho era de 0,56/1 y con la llegada del chavismo al poder no hizo otra cosa que descender aceleradamente hasta un 0,01/1, en 2023. Acotamos que en cuanto el Estado de derecho se debilitaba, los indicadores señalaban que el aumento de la corrupción era cada vez mayor.

El chavismo no sólo destruyó la democracia al concentrar el poder del Ejecutivo por encima de los otros poderes del Estado. Destruyó la democracia junto con sus instituciones. Como diría Manuel Caballero “el chavismo reina a través del caos”. La autocracia se pudo cristalizar en Venezuela gracias a que se demolieron los elementos del Estado que las instituciones democráticas necesitaban para existir. El Estado de derecho es el ejemplo más claro, pero no el único. Hasta el elemento más consustancial del Estado moderno ha sido vulnerado en estos 25 años: el monopolio de la violencia legítima.

Pero lo contrario de un Estado deficiente o fallido no es la concentración del poder como diría Malamud.  El sociólogo Michael Mann propuso una distinción entre la dimensión despótica y la infraestructural del Estado. El poder despótico es mayor cuando el Estado puede actuar coactivamente sin restricciones legales. El poder infraestructural se refiere a la habilidad del Estado para arraigarse en la sociedad y organizar las relaciones sociales…Cuanto más fuerte el caudillo, más débil el Estado(Malamud, 2016, https://www.lanacion.com.ar/opinion/democracia-una-crisis-de-los-arbitros-mas-que-de-las-reglas-de-juego-nid1944763/).

Debilitar el Estado se tradujo en perjuicio para la mayoría de la ciudadanía venezolana tanto en lo político como en lo económico, dando más discrecionalidad al uso del poder por parte del gobierno para someter a la ciudadanía; eso no se tradujo en mayor protección para los habitantes del país.

Para una transición democrática en Venezuela no sólo se necesita un plan de gobierno que proclame el retorno de las libertades básicas que permite la democracia, sino también un plan para la reconstrucción o renacimiento de las instituciones políticas y económicas que posibilitan esas libertades. Y a su vez un plan para reconstruir el Estado que sostiene todo lo anterior, porque de lo contrario, Venezuela seguirá siendo una sociedad fallida como lo fue durante todo el siglo XIX, y sería una aberración soportar el reemplazo del autoritarismo chavista por el autoritarismo de un nuevo Gómez durante décadas, para tener nuevamente un Estado viable para la democracia.

            Bibliografía:

ACEMOGLU, Daron; y ROBINSON, James. E (2012). “¿Por qué fracasan los países?” España, Deusto S.A. Ediciones.

ACEMOGLU, Daron; y ROBINSON, James. E (2019). “El estrecho pasillo”. España, Deusto S.A. Ediciones.

BRATTON, M., & VAN DE WALLE, N. (1997). “Democratic Experiments in Africa: Regime Transitions in a Comparative Perspective”. Cambridge, Cambridge University Press.

HOBBES, Thomas (1999) “Del ciudadano y Leviatán”. Madrid Tecnos, España.

LOCKE, John (1959). “Segundo Tratado de Gobierno”. Argentina, Editorial Ágora.

MALAMUD, Andrés (2016). “Democracia: una crisis de los árbitros, más que de las reglas de juego”. [Web en línea]. Disponibilidad en Internet en:   https://www.lanacion.com.ar/opinion/democracia-una-crisis-de-los-arbitros-mas-que-de-las-reglas-de-juego-nid1944763/ (Con acceso el 15 de noviembre del 2024).

NORTH, Douglas (1990) “Institutions, Institutional Change and Economic Performance”. Reino Unido, Cambridge University Press.

WEBER, Max (2014). “Economía y sociedad: Esbozo de sociología comprensiva”. México, Fondo de Cultura Económica.

            Anexos:

Índice de Estado de Derecho en Venezuela según V-Dem en 1959: 0,69/1. Fuente: https://www.v-dem.net/data_analysis/CountryGraph/

Índice de Estado de Derecho en Venezuela según V-Dem en 1975: 0,56/1. Fuente: https://www.v-dem.net/data_analysis/CountryGraph/

Índice de Estado de Derecho en Venezuela según V-Dem en 1998: 0,51/1. Fuente: https://www.v-dem.net/data_analysis/CountryGraph/

Índice de Estado de Derecho en Venezuela según V-Dem en 2023: 0,01/1.  Fuente: https://www.v-dem.net/data_analysis/CountryGraph/

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