
Tomada de diarioabierto.es
José G. Castrillo M. (*)
05.12.24
Después de la Segunda Guerra Mundial, los lazos políticos, económicos, comerciales y militares se consolidaron entre Estados Unidos y Europa. Norteamérica jugó un papel crucial en la reconstrucción de Europa Occidental a través del Plan Marshall. En 1949, nació la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una alianza militar liderada por Estados Unidos y formada inicialmente por Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido, con el objetivo de disuadir y contener la expansión soviética en el contexto de la Guerra Fría.
Al término de la Guerra Fría, con la caída de la Unión Soviética en 1991, la alianza militar europea no sólo se mantuvo, sino que continuó creciendo mediante la adhesión de naciones que habían estado bajo la órbita de la URSS, como Albania, Bulgaria, Hungría, Rumanía, República Checa, Polonia, Lituania, Letonia y Estonia.
Rusia, debilitada por su situación interna tras la implosión de la URSS, en 1991, exigió a Estados Unidos y a la OTAN que no se acercaran más a sus fronteras por razones de seguridad estratégica. Esta demanda no fue atendida, y hoy vemos una de sus consecuencias: la guerra entre Ucrania y Rusia.
Actualmente, la Unión Europea, como entidad político-económica, y su organización militar colectiva enfrentan un gran dilema estratégico: ¿seguir confiando en Estados Unidos como la potencia económica y militar bajo cuyo paraguas se encuentran, o construir su propio camino logrando su autonomía estratégica? Esta última implicaría la capacidad de contar con una agenda política propia, orientada por sus intereses globales y regionales.
Hasta ahora, las agendas de la Unión Europea y Estados Unidos han sido complementarias: la primera representaba el poder blando, y el segundo, el poder duro. En términos estrictamente militares, la OTAN respondía a los intereses estratégicos de Estados Unidos, participando como apoyo complementario en las operaciones militares lideradas por esta nación, como en la antigua Yugoslavia, Afganistán e Irak.
Durante la primera administración de Donald Trump (2016-2020), las relaciones con la Unión Europea y la OTAN se vieron afectadas. El mandatario sostenía que Europa se beneficiaba económicamente de Estados Unidos mientras compraba pocos productos estadounidenses. Además, exigió que los aliados europeos de la OTAN aumentaran su gasto en defensa al 2 % de su PIB, argumentando que el peso financiero recaía desproporcionadamente en su país. En este último aspecto, la demanda resultaba razonable, ya que Estados Unidos cubría un alto porcentaje de los gastos militares, tropas y equipamiento, mientras que el aporte europeo era bajo o marginal.
El regreso de Donald Trump al poder ha generado incertidumbre a nivel global y, particularmente, para Europa, como entidad supranacional con un peso geoestratégico relevante en el actual contexto internacional.
Es probable que un nuevo gobierno de Trump mantenga una postura dura hacia Europa, con exigencias en comercio, defensa y financiamiento colectivo. En este sentido, cabe destacar que el grueso del apoyo militar y financiero a Ucrania en su guerra con Rusia proviene de Estados Unidos. Trump ha afirmado que hará todo lo posible para que esta guerra termine. No obstante, aún no sabemos qué cartas podría jugar para propiciar negociaciones que conduzcan a un acuerdo de paz. ¿Sueña Trump con el Premio Nobel de la Paz?
La Unión Europea y la OTAN apoyan a Ucrania, pero Estados Unidos ha llevado el mayor peso. Por tanto, el destino de ese respaldo está en manos de Donald Trump: si este reduce el soporte financiero y militar, es cuestión de tiempo para que Ucrania enfrente una derrota catastrófica frente a Rusia.
Si la nueva administración trumpiana implementa nuevamente el programa «América Primero», probablemente buscará abstenerse de gestionar asuntos globales. En tal caso, Europa deberá reflexionar sobre la necesidad de diseñar su propio programa político, reduciendo la dependencia de Estados Unidos. Esto implicaría definir prioridades económicas, políticas y militares que le permitan equilibrar dinámicamente su relación con Estados Unidos y con las naciones emergentes, lideradas por China, que buscan un lugar en el nuevo orden global.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, ha señalado insistentemente que Europa debe seguir su propio camino sin dejar de ser un socio confiable de Estados Unidos. Sin embargo, ¿será Estados Unidos un socio confiable para Europa a corto, mediano y largo plazo?
Europa, como espacio geoestratégico y económico, vive un momento complejo y decisivo tras décadas bajo la protección de Estados Unidos. Su gran dilema es continuar dependiendo de este o dar pasos hacia su autonomía estratégica, en el marco de una redistribución del poder global entre varios actores.
(*) Politólogo/Magíster en Planificación del Desarrollo Global.
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