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Los Estados y sus intereses multisectoriales: una nueva dinámica en las relaciones internacionales

Tomada de CIPER Chile

José G. Castrillo M (*) 23.06.25

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, las relaciones internacionales estuvieron marcadas por una confrontación entre dos modelos político-ideológicos y económicos contrapuestos: el liberal democrático-autoritario y el socialista (URSS).

En este contexto de confrontación ideológica, cada nación-Estado, muchas veces en contra de sus propios intereses nacionales, debía alinearse con uno de los dos bandos. La Guerra Fría dividió —o intentó dividir— al mundo en dos bloques. Sin embargo, surgió un movimiento de países no alineados que buscó una vía alternativa.

Con la caída del modelo socialista en los años 90, se inauguró una fase de hegemonía casi absoluta de una potencia geoestratégica: los Estados Unidos. Esta nación dominó el sistema internacional e impuso su lógica de poder en distintos escenarios y crisis políticas. Su hegemonía y poder político fueron incuestionables hasta los atentados del 11 de septiembre de 2001.

A partir de entonces, la hegemonía unipolar comenzó progresivamente a diluirse frente a la revolución tecnológica, la globalización económica y la emergencia de nuevos (y antiguos) actores geopolíticos —Rusia, China, India, Brasil, Arabia Saudita, Sudáfrica, Irán— que buscan posicionarse en el nuevo orden global en construcción.

En el mundo contemporáneo, las relaciones internacionales se han transformado profundamente, alejándose de modelos lineales y unidimensionales (Guerra Fría, hegemonía estadounidense), hacia dinámicas marcadas por la complejidad, la incertidumbre, la turbulencia, el conflicto y la multiplicidad de actores e intereses.

Hoy, los Estados, como actores centrales del sistema internacional, ya no actúan bajo esquemas rígidos ni alineamientos políticos o ideológicos tradicionales. En cambio, desarrollan estrategias multivectoriales, es decir, múltiples líneas de acción simultáneas con diversos actores y regiones, en función de sus intereses estratégicos.

El concepto de intereses multivectoriales parte de la premisa de que los Estados no operan bajo una lógica de “amigo/enemigo” ni de lealtades fijas —como ocurría durante la Guerra Fría—, sino que articulan relaciones diversas —a veces incluso contradictorias— para maximizar sus beneficios estratégicos, económicos, políticos o de seguridad. En esta lógica, un país puede ser aliado comercial de una potencia, socio militar de otra y, al mismo tiempo, mantener vínculos diplomáticos con actores enfrentados entre sí.

Este enfoque refleja la creciente complejidad del sistema internacional, caracterizado por un entorno multipolar, en el que ya no existe una hegemonía clara. Nuevos polos de poder  emergen o se consolidan, modificando el equilibrio global.

A ello se suma la influencia de actores no estatales, como organizaciones internacionales, grandes empresas tecnológicas, corporaciones transnacionales, ONG y grupos legales e ilegales, que también inciden en la toma de decisiones de los Estados.

Las relaciones internacionales actuales son no lineales, lo que significa que los efectos de las decisiones o acciones no siempre son proporcionales ni previsibles. Por ejemplo, una intervención militar limitada puede desencadenar consecuencias globales inesperadas; del mismo modo, una disputa comercial puede alterar alianzas políticas.

En este contexto, la soberanía estatal ya no puede entenderse como autonomía absoluta, sino como la capacidad de maniobrar dentro de redes complejas de interdependencia. La globalización ha interconectado los intereses económicos, medioambientales, tecnológicos y de seguridad, lo que obliga a los Estados a cooperar y competir simultáneamente en múltiples frentes.

Un caso emblemático de política multivectorial es Turquía, país que ha desarrollado vínculos estrechos tanto con Occidente como con potencias asiáticas, manteniendo un equilibrio pragmático y obteniendo beneficios concretos en cada relación.

América Latina también ofrece ejemplos de este enfoque, como el de Brasil, que ha diversificado sus alianzas sin romper con actores tradicionales como Estados Unidos, al tiempo que ha intensificado sus vínculos con China, África y el mundo árabe.

Cabe destacar que esta política plantea desafíos éticos y estratégicos, ya que no todos los intereses son compatibles ni todos los actores respetan los mismos principios. Los Estados deben evaluar constantemente los costos y beneficios de cada vínculo, tomando decisiones que equilibren los intereses nacionales, los compromisos internacionales y los valores democráticos o de derechos humanos.

En este nuevo (des)orden internacional, las relaciones lineales entre Estados se diluyen: podemos ser aliados en un ámbito, adversarios en otro y competidores en un tercero. Ya no existen lealtades ideológicas o políticas inmutables, sino intereses superpuestos y relaciones parciales o difusas.

(*) Politólogo / Magíster en Planificación del Desarrollo Global.

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