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La guerra de los 12 días: consideraciones estratégicas

José G. Castrillo M (*) 08.07.25

El 13 de junio, el mundo se estremeció cuando la fuerza aérea israelí inició un ataque masivo contra instalaciones militares—bases aéreas, defensas antiaéreas, radares, depósitos— y nucleares de Irán, de forma simultánea con operaciones especiales e infiltraciones que permitieron asesinar a altos cargos militares y científicos vinculados al programa nuclear de ese país.

La escalada fue rápida, con ataques cruzados que se extendieron durante 12 días. Israel realizó operaciones aéreas contra activos militares en la nación persa, mientras que esta respondió lanzando andanadas de drones, misiles de crucero y balísticos contra objetivos en territorio israelí.

Estados Unidos, deshojando la margarita sobre si participar o no en el conflicto, el 22 de junio se decidió y realizó un ataque aéreo con sus bombarderos estratégicos B-2, utilizando bombas antibúnker GBU-57 de 14 toneladas de peso, contra tres instalaciones donde se desarrolla el programa nuclear iraní: Natanz, Isfahán y Fordow, esta última escondida a 90 metros de profundidad en una montaña.

Con la intervención estadounidense, el peor escenario se instaló en el imaginario colectivo global: una escalada militar que podría culminar en una guerra regional, con fuerte impacto en el mercado energético y la economía internacional.

Estados Unidos impuso por la fuerza (presión) un cese al fuego a los actores en conflicto. Estos, a pesar de sus respectivas declaraciones de luchar hasta alcanzar sus objetivos, aceptaron la propuesta, pues una guerra prolongada resultaba insostenible tanto para Irán como para Israel. Para el primero, mantener un esfuerzo operativo de lanzamiento de 30 misiles diarios durante tres meses significaría haber usado 2.700 misiles de un arsenal estimado en 3.000 unidades; en ese lapso, Irán se habría quedado sin misiles.

Por parte de Israel, mantener operaciones aéreas de ataque diario durante meses agotaría su inventario de bombas y misiles, y el desgaste logístico de sus activos aéreos (F-16, F-15 y F-35) pasaría factura a su capacidad operativa, considerando que debían volar 3.400 kilómetros (ida y vuelta de Israel a Irán).

Israel ha justificado este “ataque preventivo” alegando que el programa nuclear de Irán representa una amenaza existencial. Aprovechando el contexto estratégico tras los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023, Tel Aviv actuó con determinación y sin límites, golpeando a todos los actores del llamado “Eje de la Resistencia”, aliados de Teherán: Hamás en Gaza, Hezbolá en Líbano, los hutíes en Yemen y Siria, que bajo un nuevo gobierno se realineó contra Irán.

El gobierno israelí señaló que la operación militar buscaba destruir la capacidad nuclear de Irán, aunque en la práctica solo logrará retrasarla. Esta acción tendrá un efecto contrario al deseado: lejos de impedir que Irán desarrolle un arma nuclear, lo empujará a hacerlo como medio de disuasión creíble en su confrontación estratégica con Israel.

La «Guerra de los 12 Días” fue un conflicto intenso y breve que, a pesar de concluir con un alto el fuego, ha alterado significativamente el panorama geopolítico de Medio Oriente. Israel, con el apoyo de Estados Unidos, logró atacar la base industrial del programa nuclear iraní, pero la inestabilidad y la posibilidad de próximos enfrentamientos persisten. El futuro de la región dependerá en gran medida de cómo Irán se recupere internamente, de la voluntad de las partes para negociar, y de la capacidad de las potencias globales para gestionar las tensiones.

Aunque hay un alto el fuego, las tensiones estructurales entre Irán e Israel no desaparecerán. La retórica de ambos actores seguirá siendo de confrontación, y la desconfianza mutua es profunda.

Lo trágico de este conflicto es que podría haberse evitado si el presidente Donald Trump, en su primer período de gobierno (2016–2020), no se hubiese retirado del acuerdo nuclear de 2015, que negociado y alcanzado entre Irán, Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Alemania, regulaba el desarrollo del programa nuclear iraní.

El dios Ares de la guerra ronda Medio Oriente. Ojalá la ponderación y el realismo político prevalezcan en esta crisis que podría conducirnos a peligrosos derroteros, como una guerra regional de consecuencias impredecibles. Debe haber espacio para la paz, lo cual está condicionado a que los actores enfrentados —Israel e Irán— abandonen sus posturas maximalistas y comprendan que deben gestionar sus diferencias y temores sin procurar destruir al otro. La realpolitik debe imponerse para rebajar las tensiones y alejar a Ares de la región.

(*) Politólogo/Magíster en Planificación del Desarrollo Global.

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