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Civilista, andino y militar: Mario Ricardo Vargas (1913-1949)*

Tomada de https://elfarodigital68.blogspot.com/

Tomás Straka 10.07.25

Ramón Emilio Vargas transcribe una muy interesante carta en la que su padre da su explicación del golpe del 24 de noviembre de 1948.  Señala que se sometió a lo que era un movimiento que no podía detener, por lo que, para evitar derramamiento de sangre, se plegó y firmó el acta.  Es un argumento que casi calcará Pérez Jiménez una década después y repetirá toda su vida: que huyó poque no quería derramamiento de sangre.  Ahora bien, tanto los argumentos de Vargas en 1948 y Pérez Jiménez en 1958 tienen puntos flacos.  En el caso de Pérez Jiménez, porque su objetivo fue decir que, de haberlo querido, habría podido sofocar la insurrección, pero que, magnánima y patrióticamente, quiso evitar una matanza fratricida.  Las evidencias demuestran otra cosa: ante una rebelión cívica que se había hecho amplia y muy popular, el alto mando le pidió la renuncia, para evitar la completa caída en la anarquía, y a Pérez Jiménez no le quedó más remedio que hacerlo.  Vargas, por su parte, podría haberse negado a firmar, salvo que temiera por su vida, lo que después de todo es una comprensible actitud humana, aunque es muy improbable que Delgado Chalbaud hubiera hecho algo distinto a lo que finalmente hizo: extrañarlo. No parece además que Vargas estuviera en condiciones de haber organizado una resistencia armada. No tenía mando de tropas y, además, era un hombre ya muy debilitado por la enfermedad. Prácticamente se paró de la cama del sanatorio para ver qué podía hacer en medio de la crisis del gobierno de Gallegos.

La conclusión es que tanto Pérez Jiménez como Vargas simplemente fueron soldados que se sometieron a sus mandos y a la corporación armada.  Ambos fueron militares corporativistas.  Ambos encarnaron al militar andino que se había formado durante el gomecismo.  Vargas comprometido con insertar a la corporación castrense en el proyecto de la democracia, Pérez Jiménez comprometido con hacer a la corporación castrense la directora de la modernización del país, sin el embarazo de compartir el poder con los políticos.  Pero ambos convencidos de que ellos, los militares andinos, debían cumplir un rol fundamental en la conducción y sobre todo la transformación de su patria. Tal vez hoy no resulte fácil entender, en toda su amplitud, lo que, en cuanto categoría sociopolítica, significaba ser un militar andino en la Venezuela de 1945.

  Durante el Trienio, todavía las diferencias regionales eran algo importante, sobre todo políticamente importante.  Entre 1899 y 1945 se habían sucedido cuatro presidentes andinos (saquemos de la cuenta a los tres presidentes-tapa de Gómez, uno de los cuales, por cierto, había sido también andino), que gobernaron con apoyo de sus paisanos, sobre todo en las fuerzas militares y policiales.  Relativamente aislados dentro del “país archipiélago” que había sido Venezuela durante el siglo XIX, para el resto de los venezolanos los andinos eran personas distintas y lejanas.  En Caracas se habló -y aún algunos siguen hablando- de una “invasión andina” en 1899, en tanto que en los Andes se extendió la idea de la superioridad andina, como una región de personas especialmente ordenadas, trabajadoras, buenas para el Ejército, más católicas y sobre todo más blancas que el resto de los venezolanos, y por eso destinadas a gobernar al país. Lo que se llamó entonces el andinismo.  Por medio siglo, los andinos gobernaron en un clima de mayor o menor desconfianza hacia los otros venezolanos, cosa que sobre todo se manifestó en los mandos militares y policiales, que mayoritariamente se otorgaron a sus paisanos. En realidad, más allá de eso, el campesino andino promedio no estaba esencialmente mejor que otro campesino venezolano y, en términos de represión, no hubo ningún privilegio con los Andes.  Más bien al contrario, el temor a un alzamiento en Táchira hizo que su control fuera especialmente severo, convirtiéndolo en la única zona de Venezuela que experimentó una emigración masiva por razones políticas (se habla de unas 20.000 personas, más del 10% de la población).

Pero el hecho fue que muchos opositores al gomecismo concluyeron que el problema de Venezuela eran precisamente los andinos.  Hubo propuestas concretas de restringirles los derechos políticos y, en los disturbios de 1936, llegarán a ocurrir algunos linchamientos de andinos y saqueos de sus propiedades en el centro del país. No en vano, para muchos andinos la Revolución de Octubre de 1945 fue, sobre todo, un movimiento anti-andino, además de comunista (lo de adeco venía de allí: de AD-comunista, como los acusaban los adversarios más conservadores) y negra. En Táchira y Trujillo llegaron a haber alzamientos armados contra la Revolución. Por ello Betancourt se esforzó desde el principio por demostrar que no tenía nada contra los andinos.  No sólo por razones teóricas se oponía a la raza y a la región como los principales motores de la política (hay que recordar que su formación fue marxista), sino que era un nacionalista declarado, y frente al andinismo, o a cualquier bandería regional, proponía el venezolanismo, en el sentido de la unión de todos los venezolanos en una nación.  Lo que Betancourt definirá aún en 1975 como la “venezolanización de Venezuela”.  Hoy podría sorprender que eso fuera un tema importante en 1945, pero era así, además del andinismo, quedaba bastante de independentismo zuliano, el desconocimiento básico de Guayana (la Gran Sabana no vino a “descubrirse” hasta la década de 1920), y numerosos enconos regionales, mayores o menores.  No obstante, el principal problema eran los Andes y, en especial, los militares andinos. No es irrelevante que cuando Medina Angarita buscó una transición con un civil, lo pensó en Diógenes Escalante, que al cabo era andino y había sido militar y gomecista. 

Betancourt, que apoyó la fórmula de Escalante hasta donde fue posible, comprendió que, enloquecido el candidato, había que buscar sus “Diógenes Escalantes” propios.  No en vano siempre promovió o celebró liderazgos andinos dentro de Acción Democrática.   Carlos Andrés Pérez fue, en este sentido, su mayor éxito, porque, a la larga, obró el prodigio de que los centrales llegaran a amar a un político andino. En los días del Trienio las grandes promesas andinas de AD fueron Domingo Alberto Rangel, un verdadero ídolo de los jóvenes; y el intelectual y periodista Leonardo Ruíz Pineda.  Años después encontraría otro estrecho colaborador en Ramón J. Velásquez, justo el secretario privado de Diógenes Escalante. No es un dato menor que después haya sido su secretario de la Presidencia de la República. Pero había un problema: todos ellos eran civiles sospechosamente revolucionarios. Los sacerdotes que en los púlpitos de los pueblos andinos predicaban contra AD y a favor de Cristo Rey, no podían verlos con buenos ojos. Mario Vargas, por el contrario, era el paquete completo: tachirense, inicialmente había sido novicio salesiano, lo que era muy importante en una región tan católica, en la que los sacerdotes decían que votar por AD era pecado; muy joven colgó los hábitos e ingresó en la Escuela Militar, de la que salió primero en su promoción. En su carrera ascendente se atravesó pronto la tuberculosis, un mal muy común entonces. No lo mata en el momento, pero lo deja enferma en los pocos años que le permitió seguir viviendo.  Profesor de la Escuela Militar, al igual que Marcos Pérez Jiménez y Carlos Dealgado Chalbaud, ingresa a la Unión Patriótica Militar, la logia militar conspirativa que soñaba, en la misma línea de los peronistas, en que los nuevos militares de carrera fueran los impulsores de la modernidad del país.  Además, su hermano Julio César, que también es oficial, había sido uno de los fundadores de la logia.

Así las cosas, si se quería conseguir respetabilidad en el Táchira, Mario Vargas era el hombre. Pero esto era sólo un costado del asunto.  Gran parte de la oficialidad en el ejército era andina.  El currículo de Vargas era emblemático de su región, en la que las profesiones de las armas o del púlpito eran muy apreciadas.  Un hijo sacerdote y otro oficial, era un sueño de muchas familias.  Escribió Betancourt al respecto:

…si en otras ramas de la Administración Pública figuraban, indiscriminadamente, gentes de todas las regiones del país, en las Fuerzas Armadas continuaban siendo el origen andino el núcleo mayoritario de Jefes y Oficiales.  Que el andinismo como propósito de injustificable prepotencia regional era un sentimiento ya cuarteado y en trance de derrota, lo evidencian hechos significativos.  En el campo civil, que fue un partido nacional -Copei- dirigido por un nativo de Caracas, el doctor Rafael Caldera, el triunfador en las elecciones hechas entre los años 1945 a 1948 en los Estados andinos Táchira y Mérida; y que Acción Democrática triunfara siempre en otro de los estados de los Andes, en Trujillo, y aun en las ciudades más pobladas y con electorado de mayor conciencia política del estado Táchira, enarbolando plataformas venezolanistas y combatiendo las disolventes pugnas interregionales. En el campo militar, significativo resulta que muchos oficiales andinos y tachirenses para mayor precisión, apoyaran con lealtad al régimen democrático; y coterráneos de Pérez Jiménez, nativo del estado Táchira, se cuenten entre los más decididos adversarios en el Ejército actual del despotismo. Combatiéndolo, hallaron muerte y gloria andinos que ya están incorporados a la historia del heroísmo nacional: Ruíz Pineda, Alberto Carnevali, Troconis Guerrero, Antonio Pinto Salinas, el teniente coronel Mario Vargas y el capitán Wilfredo Omaña. Pero lo que en rigor histórico no puede eludirse, ni silenciarse, es que la apelación al sentimiento regionalista por los abanderados del retroceso social fue un factor más, y de los importantes, en el proceso de gestación de los complots promovidos durante el trienio democrático.

Consciente de sus condiciones excepcionales para ser portavoz de la Revolución de Octubre en el Táchira, Mario Vargas, ministro de Relaciones Interiores de la Junta Revolucionaria, hizo la siguiente alocución radial desde “La voz del Táchira”, de San Cristóbal, el 14 de diciembre de 1945: “con íntima emoción me acerco a los micrófonos de “La Voz del Táchira” para enviar un saludo efusivo y pleno de venezolanidad a esta tierra, parte integral de la patria grande donde tuve la dicha de nacer”, es decir, es un andino venezolanista frente al andinismo, un militar tachirense orgulloso de su “patria grande”.  Cada palabra estaba muy bien medida.  Agrega, más adelante: “para satisfacción muy íntima, pero muy legítima de esta tierra, fueron hombres del Táchira, hombres andinos, quienes, junto a hombres de todas las regiones de Venezuela, dirigieron el movimiento y hoy lo sostienen con fe, satisfechos de que si ayer se explotó el nombre del terruño como instrumento de gobernantes rapaces, hoy se reconozca por la patria toda que también nosotros sentimos a Venezuela y somos avanzada en la revolución.”  En mayo de 1946, nuevamente desde los micrófonos de “La Voz del Táchira”, fue más allá, haciendo una suerte de justificación histórica del papel de los tachirenses en la vida venezolana:

La vecindad de nuestra hermana República de Colombia hace que el Táchira, sin fobia fronteriza, sienta la emulación noble ante un pueblo que al igual que el nuestro, trabaja por un más venturoso porvenir.  Fue posiblemente ese afán de progreso el que llevó a hombres de esta tierra, en 1899, hasta el Capitolio Federal, con el propósito de establecer en Venezuela “los nuevos hombres y los nuevos ideales” que propugnaba Cipriano Castro.  Pero los politiqueros de entonces, eternos explotadores de la ingenuidad del pueblo, hicieron de aquel movimiento una farsa de hegemonía tachirense; y durante casi medio siglo los áulicos rodearon al Caudillo que nació en los Andes.  Nativo del Táchira, no supo imprimir al Gobierno de la Patria el sello de la austera honestidad que es proverbial de nuestra hidalga tierra, y entregado a los placeres de la gran ciudad, saqueó e hizo suya la Hacienda Nacional. Alboreó el 18 de Octubre de 1945, e hijos de los Andes junto con hombres de toda Venezuela, en conjunción admirable de virtudes civiles y militares, y con golpe maestro que asombró a propios y extraños, echaron abajo la falsa hegemonía andina e instauraron un Gobierno con representación de hombres de todas las regiones del país, propicia a la vuelta a la dignidad, a la honradez y a la capacidad.

La Revolución Restauradora, por lo tanto, no fue negativa en sí misma. ¡Cómo iba a serlo, si en el Táchira aún muchos estaban orgullosos de ella! Fueron la gran ciudad, los politiqueros, los áulicos, los que dañaron al Caudillo.  Pero el problema es que eso decían los gomecistas: el Benemérito era, aunque muy rico, austero, y nunca se dejó obnubilar por los politiqueros; por lo que Mario Vargas, que sabía en qué terreno pisaba, advierte a los tachirenses que no se engañen, porque aquella era una falsa hegemonía, tesis sostenida por AD una y otra vez: al cabo, ¿no eran los campesinos tachirenses tan pobres como todos los demás de Venezuela? Por eso lo iniciado en 1899 y pronto traicionado, es retomado ahora, el 18 de octubre, por andinos junto a venezolanos de todas las regiones.  Es una interpretación bastante audaz, en la que realmente no se ha insistido después, pero que en su momento esperaba ser un puente para la reconciliación del andinismo con el venezolanismo adeco.  Pero hay que recordar que Mario Ricardo Vargas no solo es la voz andina de la Revolución, es también una de sus voces militares.  Si en el Táchira debe hablar en cuanto tachirense, en el resto del país habla en cuanto militar.  Así, en un acto en Lagunillas, Zulia, señala:

Advierto que aunque no soy político, tengo que hablar como miembro del Gobierno y exponer el criterio de ese Gobierno; pero no quiero que deje de hacerlo el militar: ese también va a hablar: el movimiento revolucionario no lo efectuamos solo nosotros; fuimos sólo un instrumento: el movimiento revolucionario lo llevó a cabo el pueblo de Venezuela (Gran ovación).  Nosotros estábamos con ese pueblo en el silencio y labor oscura de nuestros cuarteles (muchos aplausos); nosotros somos carne viva de ese pueblo; procedemos, todos, de humilde cuna; y ahora, en la posición de gobierno o en las posiciones a que lleguemos como consecuencia de la Revolución, no podemos traicionar tampoco a ese pueblo. (Ovación)

Quiero dejar constancia aquí, para los que pretenden empalidecer el papel de los civiles en la Revolución, que si fuimos con ellos a ese movimiento fue porque, sabedores de que nosotros no podíamos ser dirigentes de la cosa pública (y de eso tenemos nuestro más profundo convencimiento), encontramos hombres como Rómulo Betancourt (voces: Que viva Rómulo!), Raúl Leoni (aplausos), Gonzalo Barrios (aplausos), Luis Lander (aplausos), Luis Beltrán Prieto (aplausos), Edmundo Fernández (aplausos), Juan Pablo Pérez Alfonzo (aplausos), Humberto García Arocha (aplausos) y otros muchos que sería prolijo enumerar, que son perfectamente honrados, que están completamente identificados con el pueblo venezolano, y es por ello que no vacilamos en poner en sus manos el gobierno que nosotros conquistamos por las armas.  Por eso, hoy, sin adoptar actitudes partidistas, los militares defendemos al gobierno nacido de la Revolución. (Aplausos).

Tal vez resulte distante al espíritu democrático actual un militar hablar con tal militancia, el núcleo de la tesis puede explicar bastante bien por qué terminó en un bando distinto al resto de sus compañeros de la Unión Patriótica Militar: los militares no están para administrar la cosa pública, y si han de intervenir en la política, deberán hacerlo para poner el poder en manos de civiles.   No obstante, es un militar obediente.  En la carta pública a Eleazar López Contreras, que firmó con Delgado Chalbaud el 6 de julio de 1946, se trasluce a los jóvenes militares que se enfrentan al de la generación anterior (“quien conoció nuestras contiendas armadas”, como señalan), que les advierten sobre sus proyectos de invasión (“tan monstruosa eventualidad de unas lucha fratricida no ha de presentarse en Venezuela, porque quienes lo pretendan habrán de enfrentarse a nuestras Fuerzas Armadas, nunca como hoy, cohesionadas y fuertes”, espetan), pero que mantienen el respeto al superior: “Sepa usted, General, que esta ya madura juventud venezolana de civiles y militares que rige los destinos del país, actúa con el más desinteresado patriotismo, con su mejor espíritu de responsabilidad, y que se mantendrá firme en sus propósitos de conducir a la Nación hasta la era constitucional que en breve ha de iniciarse auspiciada por el voto libérrimo del pueblo venezolano”. De que tenían el propósito de conducir a la nación, no dejaron dudas; en lo que definitivamente no fueron tan consecuentes fue en hacerlo sólo hasta las elecciones. 

Con lo dicho hasta acá, entonces, ¿quién fue Mario Ricardo Vargas en cuanto personaje histórico? Él se encargó de decirlo: el militar andino, con lo que eso significaba entonces, que se ha comprometido con la democracia y con la venezolanización de Venezuela, el puente entre el andinismo que se tenía por gomecismo, y el proyecto democrático.  Al menos en eso, un Diógenes Escalante. Los pulmones de Vargas lo obligan a un mutis por el foro cuando la obra llega a su clímax.  Apenas se asoma otra vez, para que la corporación y la logia a las que se debe, le impongan un último acto de obediencia.  En cualquier caso, sale al exilio para morir un año después.  Lo que vino después dejó al Trienio, a sus dinámicas, a los líos interregionales, al andinismo, a los temores de guerras civiles e invasiones de López Contreras, como algo de historia antigua. Así fueron los cambios desatados en el Trienio y continuados durante la dictadura, que para 1958 nada de eso ocupaba un lugar importante en el debate político.  Mario Ricardo Vargas quedó atrás, con aquel mundo, más allá de que esto de alguna manera era un triunfo para él, la coronación de las causas por las que luchó. Era una Venezuela venezolanizada y democrática. Por eso, podemos decirle a Ramón Emilio Vargas, pocos se sintieron con las energías para hablar de su padre.  Algunos porque lo consideraban expresión de cosas muy superadas, y otros porque no querían hablar del Trienio o de la dictadura, no vaya a ser que tuvieran que dar cuenta de sus propios actos.

No obstante, como llevamos visto, rescatar a Mario Ricardo Vargas, no sólo es un acto de amor filial, o un tomo más para el grueso anecdotario de nuestras vicisitudes políticas. Es un aporte para comprender la trepidante y compleja lucha por abrirle paso a la democracia en Venezuela y por construir a nuestra nación.

*Prólogo a Ramón Emilio Vargas Ortiz, Para entender a Mario Vargas. Efímera vida de un gran venezolano, Caracas, Editorial Dahbar, 2024.

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