
Tomada de Africa Intelligence
Andrés Cañizález 12.09.25
El Cuerno de África es una región estratégica del este del continente africano, conocida por su forma geográfica que asemeja un cuerno. Comprende principalmente cuatro países: Somalia, Etiopía, Eritrea y Yibuti.
De acuerdo con el portal El Orden Mundial, el Cuerno de África siempre ha sido una de las regiones más importantes del continente africano. Sus costas dan acceso al mar Rojo y al estrecho de Bab al Mandeb, un enclave estratégico que conecta el continente con Oriente Próximo y por donde circula un 12% del comercio mundial.
En el corazón de ese Cuerno de África está Eritrea, un país de aproximadamente 3,8 millones de habitantes, que es noticia cada vez que se publican reportes sobre la falta de libertades en el mundo, ya que está bajo el yugo de una de las dictaduras más represivas del orbe. Desde de que se logró la independencia de Etiopía en 1993, tras una guerra de 30 años, el sueño de libertad e independencia que inspiró a generaciones ha derivado en una feroz dictadura encabezada por el presidente Isaías Afwerki.
Líder del Frente Popular para la Democracia y la Justicia (PFDJ), Afwerki ha gobernado sin elecciones, sin prensa libre y sin una constitución activa durante más de tres décadas, consolidando un régimen que organismos internacionales como Human Rights Watch (HRW), Amnistía Internacional y Freedom House , describen como un «Estado totalitario».
Un país sin libertades desde su nacimiento como nación independiente
Eritrea logró la independencia en 1993 tras una lucha liderada por el Frente Popular de Liberación de Eritrea (EPLF), del cual Afwerki fue figura central. Sin embargo, la promesa de un Estado democrático se desvaneció rápidamente. En 1997, una constitución que garantizaba derechos civiles fue ratificada por plebiscito, pero Afwerki la suspendió indefinidamente, citando «amenazas externas» en el marco de la guerra contra Etiopía que comenzó en 1998 y se extendió por un par de años.
El peso simbólico de Afwerki debe colocarse en contexto. Eritrea fue primero colonia italiana y después conquistada por los británicos, terminó siendo anexionada a Etiopía en 1952, como parte de una serie de arreglos geopolíticos tras la segunda guerra mundial, y en 1961 el entonces emperador etíope, Haile Selassie, la convirtió en una nueva provincia tras aplacar violentamente cualquier reclamación de autonomía y prohibiendo a su vez la lengua y la cultura eritrea.
Alcanzar la independencia de Eritrea era un anhelo, pero este sueño devino en una suerte de pesadilla totalitaria. Desde que Afwerki se hizo del poder en 1993, no ha habido elecciones nacionales, el parlamento no se reúne desde 2002 y el PFDJ monopoliza el poder como partido único. Freedom House, en su informe «Freedom in the World 2025», otorga a Eritrea un puntaje de 3/100, colocándola entre los países menos libres, solo superado por Corea del Norte. HRW describe un «Estado policial» donde la vigilancia, la censura y las detenciones arbitrarias son la norma.
Represión, control social y éxodo
La libertad de expresión es inexistente. Desde 2001, cuando el régimen cerró todos los medios independientes y arrestó a decenas de periodistas, no hay prensa libre. Amnistía Internacional, en su informe de 2025, señala que el destino de los detenidos en la purga de 2001 —incluidos 11 altos funcionarios del PFDJ conocidos como el Grupo G-15— sigue siendo un misterio, con al menos nueve de ellos presuntamente muertos en prisión.
La libertad religiosa también está severamente restringida: solo cuatro denominaciones (islam suní, ortodoxo eritreo, católico romano y evangélico luterano) son reconocidas. HRW documentó en 2024 el arresto de 110 cristianos, incluidos niños, por practicar cultos «no autorizados», como los Testigos de Jehová, quienes enfrentan hasta 20 años de cárcel.
El servicio nacional indefinido, instaurado en 1995 y endurecido tras la guerra con Etiopía, es quizás la medida más opresiva. Obliga a hombres y mujeres de 18 a 40 años (y reservistas hasta los 60) a servir en el ejército o proyectos estatales sin límite de tiempo, con salarios míseros. Amnistía Internacional lo califica como «esclavitud moderna», y el alto comisionado de derechos humanos de la ONU, en un informe de 2016 que fue actualizado en 2025, lo considera un crimen contra la humanidad. Las redadas conocidas como «giffas» capturan a quienes intentan evadir el servicio, mientras que las familias enfrentan castigos colectivos, como multas o detenciones.
Este clima de miedo ha impulsado un éxodo sin precedentes. Según la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR), en 2024, unos 683.000 eritreos, que representa casi el 18% de la población, eran refugiados o solicitantes de asilo, siendo los principales países de destino Sudán, Etiopía, Egipto y Libia. Los refugiados enfrentan riesgos adicionales: entre 2024-2025, Etiopía deportó a más de 600 eritreos, y en su gran mayoría estas personas terminaron en campos de concentración, prácticamente esclavizados.
HRW también documenta la represión transnacional, ya que el régimen de Afwerki extorsiona a la diáspora mediante un impuesto del 2% sobre ingresos y amenazas a familiares que siguen dentro de Eritrea.
El éxodo tiene consecuencias devastadoras. Eritrea pierde capital humano crítico, con un PIB per cápita de apenas 650 dólares. Según reportes del Banco Mundial de 2024, este es uno de los países más pobres dentro de un ya empobrecido continente africano.
Kjetil Tronvoll, profesor de la Universidad de Oslo y autor de un libro académico sobre la deriva autoritaria en Eritrea, sostiene que Afwerki usa el servicio nacional y la narrativa de «amenazas externas» para justificar un control militarizado, fragmentando a la sociedad al profundizar diferencias étnicas o religiosas. A diferencia de otros autócratas africanos, no favorece a su grupo étnico (Habab), sino que reprime a todos por igual, lo que, según este académico noruego, asegura su supervivencia en el poder.
Dan Connell, un estudioso de Eritrea y quien en el pasado simpatizó con la causa nacionalista que encabezó Afwerki como líder independentista, sostiene que el dictador traicionó los ideales de una generación política en aras de apropiarse del poder. En 2024, en un ensayo para la publicación “Journal of Modern African Studies”, Connell acusa al régimen de «genocidio lento» y señala que es insostenible, pero su aislamiento internacional retrasa cualquier perspectiva de cambio.
El control que ejerce Afwerki sobre el poder hace pronosticar que seguramente nombrará a un sucesor de su entorno familiar.
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