
CARTA DEL DIRECTOR
Mientras las encuestas en muchas partes del mundo muestran un panorama de una creciente apatía ciudadana y de desinterés por la política, surge una demanda sorda pero poderosa por una política más auténtica, cercana y útil. La gente no se ha vuelto apolítica; está harta de la política tal como se les presenta
Existen múltiples datos y estudios que evidencian un creciente desinterés o aparente rechazo hacia la política en gran parte del mundo.Las cifras son elocuentes y parecen contar una historia de desencanto. Muchos estudios –World Values Survey (WVS), Latinobarómetro, Eurobarómetro, por citar solo unos pocos ejemplos– muestran una tendencia constante: el declive en la confianza hacia los partidos políticos, la caída en la identificación partidista y una sensación generalizada de que «la política no importa» en la vida diaria. Sin embargo, interpretar estos datos como una simple desconexión sería un grave error de diagnóstico. Lo que estamos presenciando no es el fin del ciudadano comprometido, sino el agotamiento de un modelo de hacer política que parece haberse quedado obsoleto. Es la paradoja de nuestro tiempo: el interés formal por la política disminuye, mientras la demanda por un estilo distinto de hacer política se dispara.
Para millones de personas en el mundo, la política se ha convertido en un reality show de alto voltaje y bajo rendimiento. Dominada por el ruido de las redes sociales, la polarización estéril, las peleas personalistas, los clichés disfrazados de supuesta ideología y las promesas grandilocuentes que obviamente nunca se materializan, la actividad política convencional parece haberse desconectado de los problemas reales de la gente.
La ciudadanía no es tan tonta como suponen algunos factores de poder. Percibe una brecha enorme entre el debate político, centrado en agendas pseudo-ideológicas abstractas o luchas de poder, y sus preocupaciones cotidianas: el costo de la vida, la calidad de la escuela pública, el derecho a una salud digna, la seguridad en su barrio, el acceso a servicios básicos, el disfrute de un salario digno. Al final, lo que estamos viendo en los estudios no es apatía sino fatiga. Es el cansancio con actores políticos que hablan en nombre de la gente, pero cuyos intereses y conductas concretas poco o nada tienen que ver con la realidad de ella.
Esta fatiga política no significa necesariamente un rechazo a la política, sino a sus representantes actuales y sus métodos. Es un voto de desconfianza hacia una clase política percibida como una casta alejada, más interesada en su propia supervivencia que en la resolución de problemas. El estudio “Radiografía psicosocial de los venezolanos” (Psicodata UCAB) arroja datos que evidencian esta aparente contradicción: por un lado, los problemas políticos son los que menos les interesan a la gente, muy por debajo de los problemas económicos, de salud, personales y sociales. Pero cuando se les pregunta a los venezolanos “si usted tuviera la oportunidad de participar en actividades políticas para incidir en su entorno”, las respuestas afirmativas se acercan al 70%.
Frente a este panorama, emerge con fuerza una demanda por lo que algunos han llamado «la política de lo concreto». Los ciudadanos no parecieran pedir grandes relatos ideológicos, sino soluciones y propuestas tangibles.
Empieza a evidenciarse en muchos países una especie de desplazamiento de la energía cívica. Al no sentirse representada en los canales tradicionales, la ciudadanía busca canalizar su deseo de cambio y participación a través de otras vías. El “desinterés” en la política es, en realidad, la contracara de un intenso interés por la atención de sus urgencias concretas.
Esta paradoja o aparente contradicción representa un desafío existencial para las instituciones democráticas y para los actores políticos serios. El modelo de campaña permanente, la crispación como estrategia y la desconexión de la vida real ya no son sostenibles.
La tarea urgente de la política es reconectarse. Esto implica menos tribuna y más calle. Menos discusión sobre quién tiene la razón y más colaboración para encontrar soluciones. Menos promesas vagas y más resultados medibles. Menos discursos vacíos y más compromiso con los problemas reales de la gente.
No estamos presenciando la resignación de una ciudadanía apática, sino la respuesta silenciosa de una sociedad que, desde su cansancio y frustraciones acumuladas, está exigiendo a gritos una política a la altura de sus necesidades y de su inteligencia.
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