
Tomada de El Mundo
Andrés Cañizález 17.10.25
En un mundo de cambios acelerados. Con transformaciones digitales cotidianas y debates sobre elecciones en diversos lugares del mundo, Corea del Norte se mantiene como un enclave impenetrable. Según los índices globales de democracia más reconocidos, este país asiático ocupa el último o penúltimo lugar en mediciones de libertades políticas y civiles, consolidándose como la dictadura más férrea del planeta.
Freedom House, The Economist con su índice de democracia, Reporteros Sin Fronteras (RSF) y Amnistía Internacional coinciden en que el régimen de Kim Jong-un no solo reprime, sino que anula sistemáticamente cualquier vestigio de derechos humanos. En 2025, tal como si el tiempo se hubiese detenido para ellos, los norcoreanos viven bajo un control totalitario que se extiende a cada aspecto de su existencia diaria.
Los datos son inequívocos. El informe Freedom in the World 2025 de Freedom House califica a Corea del Norte como «No Libre», con una puntuación global de 3 sobre 100, desglosada en 0/40 en derechos políticos y 3/60 en libertades civiles. Ocupa la última posición, este año como el año pasado y el anterior, en esta medición global que hace la reconocida ONG internacional con sede en Estados Unidos.
En el ranking de Freedom House, Corea del Norte ocupa el foso con la calificación más baja posible, un estancamiento que refleja la ausencia de elecciones plurales, la persecución de disidentes y la vigilancia omnipresente. El informe destaca cómo el régimen ha intensificado el monitoreo digital a través de smartphones estatales, limitados a una intranet controlada, mientras centenares o miles de personas (no se sabe con exactitud) languidecen en campos de prisioneros políticos donde se documentan torturas, trabajos forzados y ejecuciones extrajudiciales.
Por su parte, el Democracy Index de The Economist Intelligence Unit, de la emblemática revista británica, con fecha de febrero de 2025, otorgó a Corea del Norte una puntuación de 1.08 sobre 10, colocándola en el puesto 165 de 167 países evaluados.
Clasificado como «régimen autoritario», el índice mide fallos en procesos electorales (0/10), funcionamiento gubernamental (0/10) y participación política (1.67/10), subrayando cómo el Partido de los Trabajadores de Corea actúa como un monolito sin oposición. El promedio global del índice cayó a su nivel más bajo desde 2006, reflejando el retroceso que vive la democracia en el mundo, pero Corea del Norte permanece en el fondo, ilustrando un autoritarismo que no solo sobrevive, sino que se fortalece ante presiones externas como sanciones de la ONU.
En el ámbito de la prensa, el World Press Freedom Index 2025 de RSF posiciona al país en el 179º lugar de 180, solo por encima de Eritrea. RSF describe un entorno donde la censura es absoluta: el único medio permitido es la Agencia Central de Noticias de Corea (KCNA), que difunde propaganda oficial. Los periodistas independientes sencillamente no existen; cualquier intento de reportaje disidente conlleva detención inmediata. Corea del Norte ejemplifica el extremo: un «desierto informativo» donde el acceso a internet global está prohibido y la vigilancia de dispositivos móviles se ha expandido.
Amnistía Internacional, en su reporte anual de 2025 sobre derechos humanos, confirma esta realidad al detallar cómo el gobierno ejerce «control total sobre todos los aspectos de la vida», restringiendo la libertad de expresión, el acceso a información y el movimiento. Amnistía enfatiza que no hay paralelo contemporáneo en violaciones a la libertad individual, con un sistema de castigos que se extiende a familias enteras bajo la doctrina de «culpa por asociación».
Estos índices no son meras estadísticas; revelan un patrón donde el Estado no tolera desviaciones, perpetuando un ciclo de miedo que asegura la supervivencia del régimen. Sin exageración alguna, la represión de libertades individuales en Corea del Norte alcanza niveles que rayan en la anulación de la humanidad misma.
La libertad de expresión, por ejemplo, es inexistente: criticar al líder supremo, Kim Jong-un, o consumir medios extranjeros –como series surcoreanas o noticias de China– puede resultar en sentencia a campos de reeducación política, conocidos como kwalliso. Testimonios de desertores recopilados por Amnistía describen ejecuciones públicas por posesión de DVDs de K-pop (música popular de Corea del Sur), vistas como «contaminación ideológica».
La libertad de movimiento está igualmente cercenada. Los ciudadanos requieren permisos estatales para viajar entre provincias, y la frontera con China –principal ruta de escape– está minada y patrullada por guardias que reciben incentivos por capturas. Quienes logran huir y son repatriados enfrentan torturas o muerte; Amnistía documenta casos de mujeres embarazadas forzadas a abortar por «contaminar la sangre pura» del pueblo coreano.
En 2025, con la economía estancada por un estatismo exacerbado y sanciones de Occidente, el gobierno ha incrementado reclutamientos obligatorios en granjas colectivas y fábricas. La libertad religiosa, por su parte, se reduce a cultos estatales que veneran a los Kim como deidades.
En términos de privacidad, la expansión de smartphones –alrededor de 7 millones en uso– permite al régimen rastrear conversaciones vía software espía, como detalla Freedom House. Un simple like a un video prohibido en la intranet puede desencadenar redadas. Estas restricciones no son accidentales: forman un ecosistema donde el individuo existe solo en función del Estado, eliminando cualquier espacio para disidencia o autonomía.
Para entender esta opresión actual, es esencial retroceder a los orígenes del régimen. Corea del Norte surgió en 1948 de las cenizas de la ocupación japonesa (1910-1945) y la división peninsular impuesta por las potencias aliadas al fin de la Segunda Guerra Mundial. El norte, ocupado por la Unión Soviética, vio emerger a Kim Il-sung, educado en Moscú, como figura clave. Apoyado por Stalin, Kim consolidó el poder mediante la purga de rivales y la creación del Partido de los Trabajadores de Corea en 1949.
La Guerra de Corea (1950-1953), que devastó la península y dejó millones de muertos, sirvió para forjar el mito fundacional: Kim Il-sung como salvador contra la «agresión imperialista» estadounidense. Durante las décadas de posguerra, el régimen se endureció. En los años 50 y 60, Kim Il-sung desarrolló el Juche, una variante del marxismo-leninismo que enfatizaba en la autosuficiencia y el culto a la personalidad, desplazando influencias soviéticas y chinas. La hambruna de los 60, exacerbada por políticas colectivistas fallidas, fue silenciada mediante propaganda. Kim Il-sung gobernó hasta su muerte en 1994. La transición a una dinastía familiar se materializó en los 70, cuando Kim Il-sung designó a su hijo, Kim Jong-il, como sucesor. Este, apodado el «Querido Líder», asumió el mando efectivo en 1980 y formal en 1994. Murió en 2011, pasando el poder a su hijo menor, Kim Jong-un, de apenas 27 años.
Esta herencia dinástica, justificada por el linaje «de la sangre del Monte Paektu» –una referencia mítica a guerrilleros fundadores–, ha perpetuado un totalitarismo hereditario único en el comunismo moderno. En 2025, Kim Jong-un, en su segundo decenio, ha purgado a tíos y generales rivales, consolidando un aparato represivo que incluye 200.000 agentes de seguridad interna.
Este modelo dictatorial hacia lo interno es monolítico, pero no estático en su inserción global. Expertos debaten su sostenibilidad en un mundo cambiante. El analista de defensa, Bruce W. Bennett, sostiene que el régimen de Kim Jong-un se ha fortalecido externamente gracias a alianzas con Rusia, que en 2024-2025 ha intercambiado tecnología militar por municiones norcoreanas para Ucrania.
Para Bennett, sin un colapso interno impulsado por élites desleales, la dictadura podría durar décadas, priorizando el desarrollo nuclear sobre reformas.
En contraste, Lisa Collins, experta en el Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), prevé que, sin un cambio en la política estadounidense hacia un «coexistencia estable» en lugar de presión máxima, la dictadura podría prolongarse, pero con mayor volatilidad.
Estos análisis subrayan una verdad incómoda: la dictadura norcoreana no colapsa porque su maquinaria represiva, forjada en siete décadas, se adapta. Y en este largo ejercicio del poder autocrático han logrado establecer un control total sobre la población. Corea del Norte simboliza no sólo una dictadura férrea, sino el totalitarismo.
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