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Putin y los exagentes de la KGB no detendrán su proyecto hegemónico contra Occidente

Tomada de El Sol de México

Los vínculos históricos que mantuvo Donald Trump durante años con factores del entorno de Vladimir Putin no han sido suficientes para limitar el proyecto hegemónico que desarrolló el líder ruso desde que tomó el poder hace 25 años

Francisco Olivares 04.11.25

Todos los vínculos y lazos económicos que se fueron creando entre Donald Trump y los nuevos empresarios rusos que se impusieron tras la caída de la Unión Soviética, han resultado inútiles en esta nueva etapa histórica, en la que el mandatario estadounidense, apelando a esos nexos, ha intentado frenar o al menos limitar el proyecto hegemónico de Vladimir Putin, que se ha radicalizado a partir de la invasión a Ucrania.

Mientras Donald Trump expresaba por adelantado su satisfacción por estar a punto de lograr un acuerdo entre Ucrania y Rusia para dar fin al conflicto armado con concesiones de ambas partes, en las que incluso negociaba la entrega de territorios ucranianos ocupados a Rusia, Vladimir Putin, quien ha sido hábil en eso de ganar tiempo, puso fin a las gestiones de Trump, cuando las autoridades rusas expresaron con claridad que “no tenía intención de llegar a un acuerdo para acabar la guerra”.   

Trump había guardado sus mejores cartas para su siguiente reunión cumbre con Putin que se organizaría en Budapest y tuvo que reconocer el fracaso de toda su apuesta al señalar: “no quiero una reunión inútil (…) no quiero perder el tiempo, así que ya veré lo que ocurre”. Se trataba de un posible acuerdo, que del lado ucraniano también tenía detractores, incluyendo a los aliados de la Unión Europea, que de antemano rechazaban la posibilidad de ceder los territorios ocupados.

Ambos personajes: Donald Trump y Vladimir Putin, cuyos vínculos comenzaron mucho antes de que fueran los máximos líderes de sus respectivas potencias, desestimaron las verdadera naturaleza de los proyectos de poder de uno y de otro.

La primera asunción del poder de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos el 20 de enero de 2017, fue un acontecimiento aplaudido por Putin y toda su logia de acaudalados empresarios con origen en la antigua KGB.

Putin, consolidado en el poder absoluto desde comienzos de siglo, consideraba que el ascenso de Trump, había sido un significativo hecho que reforzaba su tesis de que había comenzado un importante declive del liberalismo occidental. Putin y su cúpula de poder han considerado a Estados Unidos y a la Unión Europea potencias en declive y han promovido la idea de que el fin de la hegemonía de Estados Unidos está muy cerca.

De allí que las autocracias asiáticas, encabezadas por China, Rusia, Irán y Corea del Norte, aunque cada una de ellas tiene sus propios proyectos, tienen acuerdos militares y objetivos comunes que apuntan a terminar la hegemonía de occidente. 

Cuando se produjo la caída de la Unión Soviética en 1991 y el ascenso de una nueva Rusia con líderes demócratas como Boris Yeltsin, Occidente celebraba el fin del comunismo y el advenimiento de una democracia en Rusia integrada a los principios del mundo occidental.

Lo que no se predijo en aquel momento, por parte de los líderes occidentales es que pocos años después, en mayo del año 2000, el que asumiría el poder en Rusia sería Vladimir Putin. Y como describe la escritora y periodista de investigación, Catherine Belton, en su libro Los Hombres de Putin, detrás del mandatario, estaba el círculo cercano que hoy domina la política, la defensa y la economía del país, que se formó principalmente por exmiembros de la KGB, encabezados por él mismo y Pátrushev.

En su libro describe cómo mientras Putin asumía el poder aquel 7 de mayo, “ocultos y desapercibidos entre la masa de funcionarios que atestaban el dorado salón de Andréyevki estaban los hombres de la KGB que Putin se había traído de San Petersburgo. Transcurridos varios días después de la toma de posesión, la década de cambios hacia la democracia, de la que tan orgulloso se sentía Yeltsin, tomaría otro camino en manos del nuevo gobernante”.

Putin, es un político que se formó en los servicios de inteligencia de la KGB y desde  Alemania Oriental donde estuvo designado muchos años, dirigió operaciones, que le permitieron desarrollar estrategias de penetración al mundo occidental y fortalecer los negocios ligados al Kremlin de su grupo tanto en Europa como en Estados Unidos. Al llegar a la presidencia en Rusia pudo poner en marcha su proyecto hegemónico, apoyado en sus exagentes y nuevos empresarios, y promover su proyecto hegemónico.

Los negocios con Trump y Occidente

Como lo refiere la escritora Belton, los vínculos económicos entre Trump y los empresarios ligados a Putin y la KGB, se remontan  a 1990, los tiempos en que Donald Trump fundó el casino del Taj Mahal en Atlantic City, que abrió sus puertas el 2 de abril de 1990, con una inversión que superaba los US$ 1.000 millones y al que calificó como «la octava maravilla del mundo».

Entre los principales clientes del casino se encontraban varios de los nuevos empresarios que habían hecho sus fortunas a partir de la caída de la Unión Soviética y crecieron a la sombre de Putin, quienes incursionaron en el mundo de las finanzas, el libre mercado, entrando especialmente en Europa y Estados Unidos. Esos empresarios rusos no solo fueron los mejores clientes que dejaron grandes fortunas en el casino sino que se convirtieron en socios en diversidad de negocios en distintas áreas, al tiempo que Donald Trump consolidaba su imperio económico.

Esos vínculos volvieron a ser visibles durante la campaña electoral de 2016 cuando Donald Trump aspiró por primera vez a la Presidencia de Estados Unidos. Las investigaciones del FBI revelaron que el hackeo  de los servidores del Comité Nacional Demócrata y los correos de Hilary Clinton divulgados durante la  campaña electoral, fue ejecutado por la inteligencia rusa, lo cual  puso en evidencia la sospecha de los vínculos que mantenía Trump con factores del gobierno de Putin. Las investigaciones indicaban que habían sido hackeados 33 mil correos que hicieron públicos detalles privados de la campaña de Clinton. Esa intervención de factores del gobierno de Putin se interpretó como una injerencia en esas elecciones de 2016 para afectar la campaña que llevaba Clinton y favorecer las posiciones de Trump. Si bien Putin negó aquello como una estrategia de su gobierno, reconoció que en todo caso fueron “individuos privados”  los ejecutores del robo de información y alegó que ese tipo de prácticas se hacían en todos los países.

Putin mantiene su proyecto

Después de cuatro años de guerra, Putin no entregará los territorios que ha ocupado. Su estrategia es terminar de tomar Donbás y seguir hacia el norte. A pesar de las pérdidas humanas y económicas que le ha generado la guerra, mantiene su campaña interna alegando que todo ese “sacrificio” de los soldados muertos en combate,  es en defensa de la población y la tradición del pueblo ruso. En sus mensajes mantiene una fuerte campaña con un componente emocional en el que alega la supuesta amenaza de Occidente y la necesidad de defender el gentilicio, justificando así la anexión de esos territorios.

La Unión Europea, aunque tardíamente, ha aumentado su apoyo a Ucrania, ahora Donald Trump, a pesar de las limitaciones de ayuda que ha impuesto al respaldo económico y armado a Ucrania y a la OTAN, podría cambiar su postura ante la evidente decisión abierta de Putin de seguir adelante en su proyecto expansivo en el que cada uno de sus aliados, como China, también tienen y están aumentando su influencia hacia Occidente.

En ese complejo dilema en que se mueve la geopolítica actual, Trump se dio cuenta de  que Estados Unidos había dejado en segundo plano a Latinoamérica y, en poco menos de 15 años, China, Rusia e Irán han aumentado su influencia en la región. China es hoy el principal inversionista en Latinoamérica, Rusia uno de los más importantes proveedores de armamentos, e Irán avanza con alianzas militares y económicas en varios países, especialmente en Venezuela.

Gran parte de la razón del despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe sin precedentes, no es solo, como lo señalan, la preocupación por el narcotráfico. En ese despliegue priva la realidad geopolítica que se está generando en el mundo entre autocracias y liberalismo occidental.     

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