Por: Francisco Coello Nogueras
La memoria afectiva me trae un recuerdo puntual y luego una catarata de recuerdos. Un domingo antes de la seis de la mañana mis padres y yo estábamos echando gasolina al auto familiar en una estación ubicada en el cruce de la Av. Panteón y la AV. Anauco, íbamos a uno de mis paseos favoritos, La Colonia Tovar. Del otro lado creo recordar un auto muy común de la época (Chevy Nova), su ocupante conversaba con el bombero. Mi padre me dijo: “Es el Dr. Calvani, el Ministro de Relaciones Exteriores”. Lo saludé y me respondió el saludo con la simpatía que solemos dispensar a los niños, intercambió unas palabras con mi familia y seguimos nuestro camino. Manejaba su propio carro, no había escoltas ni ninguno de los símbolos del poder. No podía imaginar entonces que sería beneficiario de una de sus obras, la fundación de la Escuela de Ciencias Sociales de nuestra universidad, allí me hice sociólogo y ahora dicto clases.
La catarata de recuerdos es más cercana, entre mi juventud y parte de la adultez conocí una Venezuela con una vida cultural de excepción. La cultura no es la guinda del pastel ni la niña bien tocando el piano a las visitas para regocijo de los padres. La cultura es central para muchos asuntos pero en particular para sostener una vida civilizada, es decir, política. La cultura y la actividad creadora convocan al diálogo, a valorar las diferencias, a reconocer las señas de identidad venezolanas que compartimos y conectar a los ciudadanos con aspiraciones de mayor alcance que la diaria sobrevivencia. Es así, como la extensa trayectoria del Ateneo de Caracas recibió el debido reconocimiento cuando a principios de la década de los ochenta el Estado le otorgó un edificio en comodato expresamente diseñado para su actividad. Punto de encuentro de jóvenes, creadores, autores, del ciudadano común que encontraba foros sobre las más diversas posiciones ideológicas o artísticas, exposiciones, obras de teatro.
Centro de la labor del Grupo Rajatabla, lugar de acogida para el extraordinario trabajo de Carlos Giménez y aquel maravilloso Festival Internacional de Teatro de Caracas. Allí estuvo la “librería del Ateneo” donde se bautizaron las obras de autores de todas las tendencias, donde nos acercábamos a admirar las novedades o su extraordinaria vitrina esperando ser sorprendidos por el talento de mi querido Jesús Barrios.
El Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles que inició una labor de inclusión social, superación personal y desarrollo de ciudadanos que aún sigue impactando dentro y fuera del país. La refundación de la Biblioteca Nacional rescatando y proyectando nuestro patrimonio documental, vital para disponer de las claves de nuestra nacionalidad. De la mano con el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas, que promovió la lectura y a los lectores, el acceso a la información y el conocimiento, imprescindible para el ejercicio ciudadano y los derechos políticos. Allí conocí a niños y jóvenes lectores envueltos en la pasión de la lectura, comunidades que se articulaban a partir de “su” Biblioteca, así como funcionarios que me conmovieron por su compromiso de trabajo.
Eso tuvo su correlato en la actividad editorial con Monte Ávila Editores, cuyas colecciones permitieron la publicación de obras trascendentes de Venezuela y América Hispana, difundir ideas y conocimientos sin distingo de posiciones. El Premio Rómulo Gallegos, emblema de nuestro país para reconocer el talento literario, y una vez más, sin mezquindades ni bloqueos ideológicos. El Museo de Arte Contemporáneo , permitió que nos acercáramos a las tendencias del arte moderno a partir de unas colecciones que nos colocaban a nivel de los mejores museos del mundo, en los espacios acogedores y libertarios del MAC pude disfrutar de la extraordinaria música de Isabel Palacios y la Camerata de Caracas. Y en el magnífico Teatro Teresa Carreño escuchamos a Serrat y a María Betania, a Marcel Marceu haciendo arte a partir de la nada o conocer a otro Dalí que me brindó Els Joglars.
Seguro dejo por fuera muchas iniciativas, pero esto no es un inventario, es un corto paseo personal recordar y reconocer a hombres y mujeres que nos legaron obras trascendentes así como los aportes de la cultura y el arte a la convivencia, la superación, la inclusión y al entendimiento de los venezolanos,. Todo eso fue posible gracias al camino que iniciamos el 23 de enero de 1958.
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