Opinión y análisis

El problema de una oposición atomizada

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Diapositiva2Por: Juan Manuel Trak / Jueves, 01 de mayo de 2014

Entre febrero y abril del año en curso Venezuela ha experimentado uno de los ciclos de protesta más importantes de los últimos años. Según el Observatorio de Conflictividad Social en Venezuela el número de protestas del primer trimestre del año es 550% superior al mismo período del año anterior. Durante este ciclo de protestas el repertorio utilizado por los manifestantes ha sido variopinto: manifestaciones multitudinarias, concentraciones, pancartazos, cierre de vías y el enfrentamiento con los organismos de seguridad del Estado. Las razones detrás de estas manifestaciones son múltiples: inseguridad, inflación, escasez, fallas en los servicios públicos, petición de libertad de presos, reacciones ante la represión, por mencionar algunas; en cualquier caso son una expresión de la incapacidad del sistema político actual de procesar las múltiples y diversas demandas provenientes de la sociedad.

En este contexto, la situación de crisis nacional se presenta como una oportunidad o una amenaza para los actores en conflicto. Para el gobierno, la necesidad de demostrar capacidad de resolver los problemas sociales relevantes le impone una agenda pragmática en lo económico que va en contra de los ideales políticos que profesa. Así, mientras establece mecanismos de comunicación con el empresariado y toma medidas de ajuste económico, su retórica se mantiene en el plano ideológico con la finalidad de atribuir la culpa de la precaria situación que vive el país al sector productivo. Por otro lado, acusa a la oposición (toda ella) de urdir un plan golpista apoyado por los Estados Unidos, mientras abre también una mesa de diálogo para ventilar algunos de los problemas más importantes consecuencia de las protestas.

Esta lógica, que pareciera contradictoria, está dirigida a la búsqueda de gobernabilidad. Por un lado, intenta complacer el clamor de la opinión pública nacional e internacional de la necesidad de que abra el juego político con los sectores más importantes del país, de allí la necesidad de los supuestos diálogos. Por otro lado, el discurso radical busca mantener contentas a sus bases de apoyo, las cuales se radicalizan más en la medida que los moderados se vuelven desafectos al proceso bolivariano. Así que, en su búsqueda de estabilidad para afrontar el duro año que se avecina, el gobierno ha logrado encender aún más la calle con la represión desproporcionada a la que ha sometido a los manifestantes.

Del otro lado el escenario es mucho más complejo, la oposición dejó de ser el actor unitario que había logrado constituirse para los procesos electorales del 2012 y 2013, y se ha atomizado en facciones que comparten fines pero difieren en medios. Las diferencia en el seno de la Mesa de Unidad Democrática y el protagonismo cobrado por las barricadas como modo de protesta desmovilizó a una parte de la población que manifestaba contra el gobierno. En este sentido, la oposición se enfrentó a un falso dilema entre protesta y diálogo; cuando en realidad el verdadero dilema de los partidos que conforman la Mesa de la Unidad, incluso aquellos que promovieron «la salida», es entre seguir una línea en la que se le hable a sus bases de apoyo más duras, o tratar de buscar aumentar dicha base entre quienes no se sienten afectos al gobierno pero aún recelan de la MUD. Esta atomización ha debilitado la capacidad de la dirigencia opositora para convocar a manifestaciones masivas que desafíen las restricciones impuestas por el gobierno y, en consecuencia, también ha debilitado la gran fortaleza que tiene la oposición en la mesa de diálogo: la calle.

Así las cosas, la Mesa de la Unidad tiene como gran reto alcanzar los niveles de representatividad y legitimidad para una parte importante de la población descontenta con el desempeño del gobierno nacional, al mismo tiempo que necesita recobrar el apoyo de sus bases más radicales. Lo anterior pasa por reconstruir la unidad en el seno de la oposición, a través de la elaboración de una agenda conjunta que pueda satisfacer tanto la demanda de los grupos que buscan una solución a través del diálogo, como de aquellos que creen que la calle es el mejor escenario para exigir cambios en la manera como se está llevando el país.

En este proceso, el movimiento estudiantil ha logrado mantener relativamente intacto su prestigio e independencia, pero también ha perdido parte de la fuerza con la que contaba en un principio. Es interesante, sin embargo, la capacidad del movimiento estudiantil de aglutinar a diferentes sectores sociales como los son los gremios, sindicatos u otras organizaciones de la sociedad civil. La evolución de esta posible alianza puede cambiar radicalmente el juego político, pues el foco de atención dejaría de estar en lo político para regresar a lo social.

En cualquier caso, las causas que originaron este ciclo de protestas aún se mantienen intactas y la actuación del Estado ha generado mayor malestar en la población. El momento es propicio para la construcción de un movimiento social siempre y cuando se tengan unos medios y fines relativamente claros y se retome la protesta pacífica y masiva capaz de convocar a la mayor cantidad de ciudadanos. En caso de lo contrario, la atomización de la oposición seguirá su curso y el gobierno habrá dominado la situación.

REFERENCIAS

[1] http://www.observatoriodeconflictos.org.ve/category/tendencias-de-la-conflictividad

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