
Fotografía: Edgiannid Figueroa
Por: Gustavo L. Moreno Valery / Jueves, 01 de mayo de 2014
Esta semana la UCAB está recibiendo al Padre Nicolás, General de la Compañía de Jesús en el mundo. Y lo hace en un contexto lleno de significado para la Compañía: los doscientos años de la Restauración, del 7 de agosto de 1814, tras 41 años de desaparición jurídica. PolítiKaUcab no ha querido dejar de pasar esta oportunidad para entrevistar a uno de los personajes más importantes de la historia de los Jesuitas en Venezuela durante la segunda mitad del siglo XX, tras el regreso de la Compañía a nuestro país en 1916: el Padre José del Rey s.j. Con más de sesenta libros publicados, el padre del Rey constituye no solo un cimiento fundamental de la obra de la Compañía de Jesús en Venezuela, sino un historiador de primer orden. Siempre controversial, nos ofrece en esta entrevista su visión sobre los Jesuitas, sobre la Universidad y sobre el país.
Padre del Rey, siendo la Compañía de Jesús una de las órdenes religiosas más importantes de la Iglesia Católica desde su fundación en 1540, ¿Qué razones llevan primero a Carlos III a expulsar a la Compañía de España en 1767 y luego su desaparición jurídica en 1773 bajo el papado de Clemente XIV?
Con Carlos III uno tiene que interpretar el contexto en que se movía. Los Reyes Borbónicos tanto el de Portugal como el de España y Francia, representan el Despotismo Ilustrado, el gobierno del pueblo pero sin el pueblo, y en ese horizonte es lógico que Portugal comience en 1759 a expulsar a los jesuitas en forma cruel y sangrienta, de forma tal que bastantes murieron en las peores cárceles portuguesas. En 1763 lo hace Francia y se apodera, por supuesto de todos los bienes. En 1767 le toca el turno a España. Fue un acto típico del despotismo ilustrado. El absolutismo borbónico al condenar a la pena máxima a la orden fundada por el más universal de los vascos en 1540 deseaba reiterar al mundo que el poder absoluto era incompatible con otros poderes que pudieran socavar los principios sagrados del Estado. Para estos “ilustrados”, los jesuitas eran una especie de ministerio de educación; además, en el caso concreto americano, lo que son hoy los grandes espacios geográficos del corazón del subcontinente, como la Orinoquia y la Amazonia, estaban en manos de los jesuitas que dependían de la corona española, y éstos fueron los que lucharon contra Portugal para que Brasil no se expandiera sus fronteras en territorios hispanos tal como lo había pactado la famosa línea de Tordesillas. El escritor judío Fritz Hochwälder quien plantea el problema de las Misiones del Paraguay como tesis los aplazamientos del Reino de Dios en la Tierra en su controversial pieza teatral Das Heilige Experiment. Y establece que fin de la utopía nunca puede ser previsto. Y añade: “La verdad y la paz no son nada si no se encarnan; pero, tan pronto como lo hacen, se ven perseguidas y tienen que refugiarse en el desierto. El hombre aspira sin cesar al reinado de la justicia, pero desde el momento en que éste se perfila en el horizonte, tiene que sacar la espada para defenderlo; entonces la mística, al convertirse en política, se degrada y reniega de sí misma”. Según muchos historiadores de la cultura afirmar que estas medidas oficiales sacudieron profundamente la sociedad colonial y es difícil encontrar otro suceso de la misma magnitud en el curso de la historia de Latinoamérica entre la conquista y la independencia.
El 21 de julio de 1773 Clemente XIV había sentenciado a muerte legal a 22.847 jesuitas dispersos por todo el mundo. Los expatriados de los reinos de España culminaban el trágico periplo a que habían sido sometidos: en seis años habían pasado de ciudadanos útiles a la sociedad a apátridas y exilados en busca de un país que los acogiera como refugiados; en 1768 tuvieron que renunciar al nombre que los identificaba como miembros activos de una corporación en el exilio; y finalmente la máxima autoridad de la iglesia católica les expoliaba los bienes espirituales y les sentenciaba a pérdida de su identidad religiosa. En verdad sepultaron a la Compañía de Jesús pero no pudieron sepultar ni a sus hombres ni a la cultura jesuítica.
Una prueba fehaciente la exhiben aquellos expatriados que en los Estados Pontificios se constituyeron el “centro más denso de todo el americanismo europeo” y así se construyeron los fundamentos del tránsito de la conciencia criolla al nacionalismo emergente. De esta suerte se abrieron nuevos caminos para la historia natural, la geografía, la historia e incluso para incursionar la filosofía de la historia y así se levantaron las bases para los estudios científicos de las realidades naturales, sociales e históricas de América elaboradas desde el exilio. Es curioso verificar que a través de la obra escrita del Precursor de la independencia de Venezuela, Francisco de Miranda, unos 290 jesuitas colaborarían en las tareas de la emancipación de las nuevas. Sin embargo, a cuántos la oscura geografía de la muerte los sembró de forma anónima en su mayoría en los cementerios de ciudades y aldeas totalmente desconocidas para sus familiares americanos, sin lápidas que convoquen sus recuerdos pero sembrados en la misteriosa agricultura de Dios. “Cada uno en el sitio en que su cansada esperanza prefirió morir a esperar”.
En su libro “La Biografía de un Exilio”, al hablar de la restauración y de los “restaurados” usted señala: “al hablar de la “restauración” debemos enfrentar dos conceptos: la resurrección de los que estaban extintos y por ende muertos jurídicamente, y por el otro lado el “nacimiento” de la segunda Compañía con hombres nuevos y en circunstancias totalmente distintas e incluso adversas. ¿Cuál fue ese jesuita extinto, muerto jurídicamente y cuál fue ese “hombre nuevo”?
El día 7 de agosto de 1814 Pío VII restituía la carta de ciudadanía eclesiástica a 600 sobrevivientes de aquel ejército de excombatientes que, aunque náufragos, supieron resistir a todas las fuerzas adversas hasta alcanzar las orillas de la restauración. El cardenal Pacca recoger la imagen de los resucitados de la siguiente manera: “Eran la mayor parte sordos, cojos, apopléticos, y apenas podían tenerse en pie con el bastón, aun en presencia del Papa, y mostraban sus semblantes el ardiente deseo de que se diese cumplimiento a aquel acto”.
Qué podían ofrecer aquellos sobrevivientes del naufragio de 1773, intensamente disminuidos por la obligada ley de la demografía que impone la vida frente a un mundo nuevo en el que debían afrontar la confrontación de nociones nuevas como liberalismo, capitalismo, racionalismo, libertad de prensa, democracia, pluralismo y tolerancia en materia de religión cuando nadie sabía qué hacer frente al legado político y filosófico de la era revolucionaria, sobrevenida después de todo un siglo de teorización innovadora y subversiva!.
Mas, para los pueblos ibéricos serían las Cortes de Cádiz las que fijarían la ruta política del liberalismo contra los jesuitas en el mundo hispánico. Como afirma Manuel Revuelta no fue la Compañía de Jesús la que rechazó al liberalismo, “fue más bien el régimen liberal el que sofocó en España, desde el principio, los brotes de una Compañía que ya había renacido en otras partes. De ese modo parecía establecerse la incompatibilidad entre la Compañía y el régimen liberal, en el que no pocos de los jesuitas supervivientes habían puesto su esperanza, pensando que encontrarían la igualdad y la justicia que les había negado Carlos III”. Y a partir de ese momento se radicalizaría la posición de los regímenes liberales pues su criterio sería la supresión y no la mera expulsión.
De forma paralela, Catalina II de Rusia, se convirtió en decidida defensora de los anatematizados jesuitas a quienes confió la formación de las juventudes de Bielorrusia como fundamento del Estado ilustrado. Todavía más, el tema americano también fue parte del interés geoestratégico del imperio ruso como lo demuestra el creciente movimiento comercial hacia el continente colombino a través de las florecientes exportaciones peleteras y la tentación que sugerían las colonias españolas poco protegidas y mal cuidadas. Y una de las causas del acercamiento de la zarina a la Compañía de Jesús parece ser porque había pensado en servirse de sus miembros como “columna subversiva” de infiltración en los espacios americanos.
En su regreso a Venezuela ¿Qué país se le presenta a la Compañía de Jesús, en 1916?. ¿Cuáles eran los retos que, desde el espíritu ignaciano, se plantean aquel grupo de jesuitas que llegan al país a inicios del siglo XX, tras décadas de su expulsión?
Existen dos imágenes históricas sumamente curiosas. Cuando expulsan en 1767 a los jesuitas de Caracas salieron como criminales, custodiados por la guardia, aunque también hay que reconocer que en la ciudad del Ávila algunos funcionarios de la curia arzobispal fueron los primeros que levantaron su voz y se negaron reconocer la autoridad del Rey. Cuenta la tradición que al presenciar este espectáculo un joven caraqueño presenció con ira esta decisión real y juró vengar esa ignominia: se llamaba Francisco de Miranda. En 1916 regresan de la misma manera, pues ante la petición de regreso de los ignacianos que le formuló el arzobispo Ricón González a Juan Vicente Gómez, éste contestó “que vengan, pero que vengan sin ruido”. Así pues ingresaron, no como jesuitas, sino como hombres cultos que venían a hacerse cargo del seminario, de forma discreta, de forma totalmente desapercibida. ¿Por qué?, porque siglo y medio de liberalismo y anticlericalismo, Venezuela se mueve entre los grandes países anticlericales. Por ello, Juan Vicente Gómez, hombre inteligente y práctico como buen tachirense, dijo: “que vengan pero que no metan ruido”. Éstas son las dos imágenes que ha captado la historia: la salida fue triste como unos criminales y el regreso discreto como el que va a asaltar una casa a media noche y lo hace en silencio. Es triste.
Asumiendo una mirada retrospectiva, mirando la historia de la Compañía de Jesús en Venezuela durante el siglo XX, ¿Cuáles fueron sus grandes aciertos que permitieron recoger los frutos que hoy se han recogido? Y ¿cuáles son esos frutos?
El primer punto de partida es que Venezuela, como Venezuela, nace en 1777, 10 años después de la expulsión de los jesuitas. ¿Qué integraba Venezuela?, en primer lugar la gran provincia de Guayana, la provincia más grande del Imperio Español, que dependía del Nuevo Reino de Granada. Segundo, los Andes eran parte integrante del virreinato del Nuevo Reino. La Provincia de Venezuela se extendía de Trujillo a Barcelona, porque más allá estaba la provincia de Nueva Andalucía.
Sin embargo, las semillas del gran Proyecto Orinoco ya se habían dispersado por todo el mundo occidental gracias a El Orinoco ilustrado del P. José Gumilla. Y la biografía de la Provincia de Guayana, la del gran Antonio de Berrío, nunca olvidará al Rector de la Javeriana Manuel Román, descubridor del Casiquiare en 1744 y el iniciador de las nuevas relaciones con las naciones del sur del Orinoco, así como de la nueva cartografía; ni a Bernardo Rotella, fundador de Cabruta y pieza clave no sólo en las luchas anticaríbicas sino forjador del nuevo equilibrio interracial en los espacios surorinoquenses; ni a Francisco del Olmo y Roque Lubián genuinos hombres de frontera y sin cuya colaboración los hombres de la Expedición de Límites hubieran tenido que afrontar dificultades insuperables; ni a Agustín de Vega a quien se debe la luminosidad esclarecedora del comportamiento social y bélico del Caribe depredador del Orinoco, cuyo libro le merece exclamar a un especialista de la historia de la Guayana: “esta Crónica aparece en la bibliografía jesuítica e histórica de la Orinoquia, como un monolito único y ejemplar, pues no tiene algo similar en ninguna de las bibliografías coetáneas”; ni a Felipe Salvador Gilij a quien la historia de la lingüística indígena de América del Sur lo reconoce como el fundador del comparatismo en la región del Orinoco; en fin, ni al fruto de la experiencia y reflexión misioneras que proporcionarían a Sudamérica la inquietud por los estudios de sociolingüística y psicolingüística. Y, mientras el poder real hispano los arrojaba de toda América, quizá nunca se imaginaron que con ellos desaparecía la memoria histórica de la provincia de Guayana que se extendía hasta las márgenes del río Amazonas y que el virreinato de Santafe y la Capitanía General de Venezuela se verían obligados a renunciar a lo que debió haber sido la Amazonia neogranadina y venezolana, ribereña a lo largo de todo el río grande de América.
A su juicio, y desde el ejemplo de compromiso que su acción, en este país y dentro de la compañía de Jesús, ha significado, ¿cómo ve el futuro de la Compañía de Jesús?, ¿a casi 100 años del retorno de los Jesuitas a Venezuela que retos están planteados para la Compañía de Jesús hoy?
El ritmo del auge y la decadencia de la obra de Ignacio de Loyola la describió con precisión espiritual el poeta Novalis (protestante alemán de alma de religiosidad viva y profunda) quien intuyó la dialéctica de la genial creación del fundador de la Compañía de Jesús: “Siempre será esta Compañía –escribía en 1790- un modelo de cualquier sociedad que sienta un ansia orgánica de infinita expansión y de duración eterna; pero también será siempre una prueba de que basta un lapso de tiempo sin vigilancia para desbaratar las empresas mejor calculadas”. Hay que reconocer que Novalis supo intuir el alma de la dialéctica ignaciana con la inspiración de la poesía profunda, cercana a la mística para enfrentar el conflicto y la crisis. Y, como sucede en la política de Estado, también en las órdenes religiosas existe el peligro de que los “intérpretes oficiales” del genuino carisma del fundador en vez de reconocer su incompetencia declaren que el principio generador del carisma ya está obsoleto. Así hace acto de presencia el “funcionariado” que trata de controlar a los movimientos audaces que siempre provoca el fervor místico e inspirador del carisma fundacional.
Durante las palabras del General Padre Nicolas durante esta mañana, se refirió varias veces al tema de la identidad, nos comentaba que en gran parte de las instituciones de la Compañía de Jesús en el mundo están abocados al tema de la identidad?, ¿qué significa esto?, ¿por qué la preocupación por la identidad?
Es muy difícil en el mundo moderno que cada quien se pregunte ¿quién soy?, ¿qué hago en el mundo?, ¿a dónde voy?, ¿soy un ser solitario o soy un ser comunitario?. Cuando los primeros jesuitas, que todos son estudiantes de la Universidad de Paris, se unen, hacen votos de hacer algo inmenso, algo nuevo, una respuesta a la sociedad del Renacimiento que acababa con todas las estructuras feudales de la Edad Media y se abría, a través de la ciudad a una nueva forma de ver la vida. Identidad es saber cuáles son esos sueños, asimilarlos y ponerlos en práctica.
También el General Padre Nicolas mencionaba esta mañana esa metáfora de la “pasarela” de la UCAB, vista como esa comunicación entre Universidad y realidad. A su juicio, cuáles son los pilares de esa “pasarela” para construir de manera sólida, hoy, el compromiso entre la Universidad y el País, la realidad?, ¿desde dónde tendríamos que pararnos para accionar en este encuentro con el país que estamos presenciando?
Siempre hemos juzgado conveniente recurrir a las teorías del sociólogo alemán Karl Mannheim quien estudió la dialéctica de la historia a través de dos conceptos claves que se superponen en el obrar de las sociedades humanas: a una etapa utópica le sucede otra ideológica.
Por “utopía” Mannheim entendía ese momento en el que los hombres intentan poner en práctica sus sueños para construir una sociedad mejor. Por “ideología”, el teórico alemán infería los esfuerzos colectivos para congelar la historia y sofocar esos sueños. En definitiva, el curso del devenir histórico está marcado por las “topías” y las “utopías”, es decir, que “el camino de la historia lleva de una topía, a través de una utopía, hasta la próxima topía, etc.”.
Mas, para que el concepto de “utopía” pueda significar el aval y la garantía del proceso dialéctico de auge, decadencia y quiebra que recorrió la biografía de la Compañía de Jesús entre 1540 y 1815 es necesario apelar a las geografías espirituales e intelectuales que diseñan la genuinidad de la utopía a fin de poder percibir las luces que deben irradiar de su interpretación.
En realidad, aunque la necesidad de modernizar es el sueño de todas las épocas, la utopía se define como una creación humana -imaginación de otros tiempos e invención de otros espacios- con voluntad constructora de futuro que apela a la razón y a la mano del hombre. Con sus debidas matizaciones, Ruyer la ha sintetizado en la siguiente frase: «Se trata del hombre que juega a ser dios, no del hombre que sueña en un mundo divino».
En esos terrenos ilimitados que se extienden más allá de la conciencia es lógico que se den puntos de fricción -incluso de tensión- entre la fidelidad a una ley eclesial y la experiencia espiritual propia. En consecuencia, el hombre moderno sustituye la aventura mística en su espacio interior por el dictamen riguroso de la conciencia. Si a ello añadimos la herencia genuinamente racionalista del XIX que ponía en duda la objetividad de esa experiencia y la reducía a un producto de la fantasía, de la sensibilidad o de la enfermedad, podremos concluir que los hábitos intelectuales hodiernos nos han reducido en el mejor de los casos a la concepción verificable, una razón meramente antropológica y moral.
Para finalizar, el país esta convulsionado, eso es evidente. ¿Cuál es la responsabilidad de la Universidad en general, y especialmente de la UCAB, en la construcción del país que soñamos?, ¿cómo la Compañía de Jesús debería abordar esa responsabilidad, como en otrora abordó los retos de esa Venezuela gomecista?
En primer lugar jesuitas quedan pocos. En segundo lugar hay mucha gente que habla del carisma ignaciana y de no sé cuantas virtudes ignacianas, en todo amar y servir, pero desconocen el significado de sus auténticos compromisos.
Vuelvo a lo mismo, una excelente formación con una ética profesional y profundamente espiritualista, es la que puede salvar al país. ¿Por qué digo espiritualista?. El hombre, el ser humano muchas veces tiene un doble peligro, el cruzarse de brazos y resignarse, o el que está apurado y pisa el acelerador y piensa que todo se resuelve ya. En ese intermedio es donde se ubica la gente que piensa, la gente que reflexiona, la gente que analiza. Las soluciones nunca son fáciles, y aunque encontremos una solución teórica la tienen que poner en práctica los hombres, que son mentes complicadas, mentes interesadas, en donde siempre el interés, lamentablemente, es la estrella que los guía en la vida. Entonces, el mensaje de Ignacio de Loyola es unir virtud con letras, unir ciencia y consciencia, técnica y ética, y eso es lo difícil. No hay jesuitas, pero digo como el poeta Novalis, volverá a haber místicos, no funcionarios.
¿Qué libros tiene en “el horno” en este momento el Padre del Rey?
Ayer acabé uno que pienso entregar a Bogotá la semana entrante que es “Historia y Crónica Orinoquense, aportes jesuíticos”. Prácticamente los que descubrieron la Orinoquia fueron los jesuitas. Y pongo la crónica porque el Orinoco, la gran Orinoquia, se da a conocer gracias a los misioneros que eran belgas, flamencos, alemanes, austríacos, porque eran los que escribían a sus países; y en la bibliografía exótica de sus países aparecemos nosotros, sin que todavía la bibliografía venezolana haya caído en la cuenta de eso.
¡Muchas gracias, Padre Del Rey!
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