Miguel Angel Cardozo-Montilla[1] / 09 de octubre de 2014
Hoy se reconoce el importante papel que juega la salud en el desarrollo de las naciones, a tal punto que se le ha dado la más alta prioridad al tema en los principales foros internacionales, como ocurrió en años recientes en la Asamblea General de las Naciones Unidas[1], en la que se decidió brindar absoluto respaldo a la Organización Mundial de la Salud en sus esfuerzos por impulsar –dentro de sus Estados Miembros– la consecución de la cobertura sanitaria universal, considerada como uno de los factores clave para el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio[2,3].
Pero pese a lo que se ha avanzado en esta materia en el contexto global, Venezuela va claramente en dirección opuesta, por lo que cabe preguntarse si el franco deterioro del sistema nacional de salud es consecuencia de la ineptitud de quienes han estado al frente del ente rector del sector durante los últimos tres lustros, o es más bien otro de los perversos mecanismos de opresión con los que un despótico régimen pretende postrar a toda una sociedad con el único fin de conservar el poder político.
Sin duda, no es un asunto para ser tomado a chanza, máxime cuando lo más probable es que sea acertado el atribuir la actual crisis sanitaria a ambas posibilidades, en cuyo caso la mencionada ineptitud solo habría precipitado la pérdida del control de la inducida situación.
Sea lo que fuere, es un hecho que la salud siempre ha ocupado un lugar central en las agendas totalitarias, aunque por diversas razones, como lo evidencian los disímiles intereses involucrados en el diseño e implementación de las políticas sanitarias de la Alemania nazi y de la Cuba castrista.
En la primera, la noción de salud estaba vinculada a la idea de superioridad racial, por lo que todas las iniciativas nacionalsocialistas en materia sanitaria tenían como propósito alcanzar la “pureza” del pueblo alemán y, en consecuencia, asegurar la supremacía de una pretendida “raza aria”, en nombre de lo cual se dio rienda suelta, entre otras cosas, a condenables prácticas eugenésicas y a aberrantes experimentaciones médicas, cuyo descubrimiento por parte de la opinión pública mundial fue determinante en el surgimiento de la bioética y, posteriormente, de una ética de la salud mucho más amplia[4].
Ello no sorprende dados los extremos a los que llegó la Rassenhygiene –o “higiene racial” nacionalsocialista–, que, como relata Ana Rubio en su impactante libro Los Nazis y el mal: la destrucción del ser humano[5], se empleó como argumento para justificar tanto la esterilización y segregación de los portadores (?) de “enfermedades hereditarias” –un laxo criterio que terminó afectando a quienes vivían en condiciones de pobreza, a diversas minorías y a los habitantes de los territorios ocupados–, como la investigación experimental en seres humanos dentro de los campos de concentración y el asesinato de toda persona considerada sin “valor” para la consolidación del Tercer Reich; valor que se juzgaba de manera discrecional en función del supuesto cumplimiento –o no– del “deber” que tenía cada individuo de permanecer “sano” y “apto” para el trabajo, aunque esto solo encubría la decisión de los jefes de tan cruento régimen de eliminar a aquellos que creían indignos de vivir, particularmente a los judíos.
En la isla caribeña, por su parte, la “universalidad” de la atención sanitaria socialista ha enmascarado por décadas lo que de acuerdo con el análisis de la obra de Katherine Hirschfeld, Health, politics, and revolution in Cuba since 1898, realizado por Alexander Alum y Rolando Alum Linera[6], es un complejo mecanismo de control, ya que los profesionales responsables de la prestación de servicios de salud son, a su vez, leales “soldados revolucionarios” entrenados para espiar a sus pacientes.
Por tanto, lo que se ha exhibido ante el mundo como un logro sin par, no pasa de ser un sistema de oropel en el que el bienestar de los cubanos poco importa y en el que, como apuntan los citados autores, existe una suerte de apartheid, por cuanto la atención sanitaria de alta calidad está reservada para adinerados turistas y para la farisaica élite gobernante, en tanto que el resto de la población solo tiene acceso a servicios básicos de calidad inferior.
Esos servicios para el pueblo, según Alum y Alum Linera, han generado “un clientelismo –cuidadosamente diseñado– dependiente del omnipotente estado, como lo es casi todo lo demás”, con el agravante de que “las policlínicas o consultas locales, usualmente mal provistas, funcionan en coordinación con los infames Comités de Vigilancia, o de Defensa de la Revolución […], por lo que los disidentes políticos confrontan una gran desventaja médica”.
De allí que, como también señalan dichos autores, ha surgido “una red informal de servicios de salud a la que recurre el cubano promedio, porque no confía en el sistema médico estatal”; una red en la que muchos profesionales “ejercen clandestinamente a cambio de efectivo o de pagos en especie”, tales como “medicamentos y enseres domésticos; por cierto, generalmente robados de agencias estatales o enviados por familiares exilados”.
A la luz de tales revelaciones, no resulta descabellado pensar que lo que se pretendió en Venezuela con la creación de la misión Barrio Adentro y de la carrera de medicina integral comunitaria, junto con la paulatina destrucción de las capacidades resolutivas del subsistema de salud privado, fue establecer una estructura sanitaria de control similar a la cubana, aunque el resultado no fue el esperado por la cúpula del régimen dado que en el proceso intervinieron factores no previstos, principalmente la firme resolución de la mayoría de los profesionales de la salud venezolanos –los formados en universidades nacionales e internacionales de larga trayectoria y prestigio– de no actuar en detrimento de sus pacientes.
Claro que si bien esos factores han impedido el establecimiento de dicha estructura, el efecto de las erróneas políticas económicas, aunado a la patente ineptitud de las autoridades sanitarias y a la emigración de buena parte del personal asistencial cualificado –que se ha ido sustituyendo con médicos integrales comunitarios que no poseen las competencias para abordar de manera efectiva los complejos problemas de salud de la población venezolana–, ha ocasionado un severo deterioro del sector; un deterioro al que el régimen, al parecer, le ha intentado sacar provecho, probablemente por la retorcida idea de que la enfermedad, además de obrar como elemento de distracción, puede doblegar a quienes la padecen y, por tanto, facilitar su sumisión.
En todo caso, lejos está la actual crisis sanitaria del país de allanarle el camino a las aviesas aspiraciones de la roja oligarquía, porque en vez de amilanar y quebrantar el espíritu de lucha de la sociedad venezolana, está exacerbando en ésta su hambre de vida; una vida muy distinta a la de la diaria supervivencia en medio del temor a sufrir cualquiera de las innumerables enfermedades que están causando estragos en todo el territorio nacional.
El problema es que mientras se continúa en la desesperada búsqueda de un camino que conduzca al restablecimiento de la democracia, los cadáveres siguen apilándose y la aflicción de los supervivientes incrementándose, sin que por ello se inmuten siquiera las más pequeñas fibras de las conciencias de los sátrapas socialistas del siglo XXI.
Pero como quiera que todo sugiere que la enfermedad y la muerte siempre han formado parte de su agenda neototalitaria, esto no debe producir extrañeza.
@MiguelCardozoM
Referencias
[1] Salud mundial y política exterior. Nueva York, Naciones Unidas, Asamblea General, 2013 (A/RES/67/81; http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/67/81, consultado el 2 de octubre de 2014).
[2] El lugar de la salud en la agenda para el desarrollo después de 2015: documento de debate de la OMS. Ginebra, Organización Mundial de la Salud, 2012 (http://www.who.int/topics/millennium_development_goals/post2015/WHOdiscussiWHOdisc_October2012_es.pdf, consultado el 2 de octubre de 2014).
[3] Cobertura sanitaria universal. En: 66.ª Asamblea Mundial de la Salud, Ginebra, 20-28 de mayo de 2013. Ginebra, Organización Mundial de la Salud, 2013 (A66/24; http://apps.who.int/gb/ebwha/pdf_files/WHA66/A66_24-sp.pdf, consultado el 2 de octubre de 2014).
[4] Coleman CH, Bouësseau MC, Reis A. The contribution of ethics to public health. Bulletin of the World Health Organization, 2008, 86:578-579. doi:10.2471/BLT.08.055954
[5] Rubio A. Los Nazis y el mal: la destrucción del ser humano. Barcelona, UOC, 2009.
[6] Alum AL, Alum Linera R. La antropología política de la antropología médica cubana. La Ilustración Liberal, 2009, 40 (http://www.ilustracionliberal.com/40/la-antropologia-politica-de-la-antropologia-medica-cubana-alexander-l-alum-y-rolando-alum-liner.html, consultado el 3 de octubre de 2014).
[1] Profesor de postgrado de la UCAB e investigador. Doctorando en Gestión de Investigación y Desarrollo, UCV. Especialista y Magíster en Gerencia de Servicios Asistenciales en Salud, UCAB. Odontólogo, UCV.
Categorías:Espacio plural, Opinión y análisis
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