Ysrrael Camero – 3 de marzo de 2017
Una gran mayoría de la sociedad venezolana se opone hoy al gobierno de Nicolás Maduro. Esta mayoría social es un archipiélago informe de ciudadanos, donde encontramos diversas organizaciones sociales, comunidades, asociaciones, sindicatos, gremios, partidos políticos, movimientos, empresarios, obreros, comerciantes, trabajadores de la ciudad o del campo, cooperativistas, funcionarios, buhoneros, militares y civiles, sacerdotes, pastores y rabinos, beatas y profanos, profesores y estudiantes, jóvenes y viejos, abstemios y alcohólicos, unidos en una común animadversión a quien consideran responsable de la calamitosa crisis que vivimos.
¿Cómo convertir este disperso y diverso archipiélago de voluntades en una entidad política con capacidad efectiva para torcer los resortes del poder? ¿Cómo liderar a esta mayoría social para convertirla en una mayoría política que produzca un cambio en el funcionamiento y en la correlación institucional del poder en Venezuela? ¿Cómo convertir la salida del presente gobierno en la construcción de una política alternativa que garantice estabilidad y democracia?
Para responder a estas preguntas se conformó la Mesa de Unidad Democrática. Durante el tiempo de su actuación la oposición ha pasado de ser una gigantesca e importante minoría, segregada del grueso de las instituciones del Estado, a convertirse en una mayoría política con dominio de un Poder Público Nacional, la Asamblea Nacional, que amenaza con desplazar del poder, cuando se presente una próxima elección presidencial, a un chavismo que tiene 18 años en el gobierno.
Pero luego de la victoria electoral de finales de 2015 la coalición triunfante entró en una nueva crisis. 2016 cerró con una sensación de frustración y desesperanza que se expande a la misma velocidad con que la crisis social y económica empobrece a los venezolanos.
La decisión del gobierno de bloquear el referendo revocatorio y de postergar, sin fecha cierta, las elecciones regionales expresa que la transición de un autoritarismo competitivo a una dictadura está completándose. Este cambio en la naturaleza del régimen tiene un impacto en el funcionamiento de la oposición. Efectivamente, el campo de juego del conflicto político no lo define el oprimido sino el opresor, y el gobierno pretende sacar el juego del campo exclusivamente electoral.
Esto enfrenta a la MUD a varios dilemas, y para resolverlos puede sernos útil repasar la historia de la oposición a lo largo de estos 18 años de gobierno chavista, entendiendo también que las mutaciones del régimen político influyen poderosamente en las características y alcances de las fuerzas opositoras.
Una primera oposición
Volvamos a pensar en el año 1999. Al llegar al gobierno Hugo Chávez, la oposición controlaba la mayoría del Congreso Nacional, que había sido electo en noviembre del año anterior. Pero entre noviembre y febrero pareció ocurrir un terremoto en el escenario político venezolano, desarrollándose un proceso que le restó credibilidad y popularidad a las fuerzas que dominaban el Parlamento.
¿Quiénes eran “la oposición” en ese primer momento? Los partidos que habían dominado la política venezolana desde 1958, Acción Democrática y COPEI, así como un novedoso Proyecto Venezuela, de Henrique Salas Römer, y una pequeña Convergencia, dominaban ahora el Parlamento pero se encontraban separados del clima general de la opinión pública y de las movilizaciones de calle, comunes en esos primeros días del chavismo.Fue esta debilidad, tanto de las estructuras partidarias como de las instituciones democráticas del Estado, lo que le permitió a Hugo Chávez avanzar en la instauración de una hegemonía política en la primera etapa de su gobierno.
La configuración de las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1999 marcó una pauta de segregación de los partidos políticos “tradicionales” del nuevo régimen. La plurinominalidad, sumada la dispersión de las fuerzas de oposición y la unidad del chavismo marcó la conformación hegemónica de la Constituyente, donde apenas podíamos encontrar cuatro diputados no-chavistas.
La abrumadora sobrerrepresentación del chavismo, que con 52% de los votos obtuvo 95% de la representación, implicó la desaparición de cualquier proporcionalidad y pluralismo. Esto fue parte del diseño de la Asamblea Nacional Constituyente de 1999, no para construir un nuevo consenso nacional sino para imponer una nueva hegemonía política, facciosa y sectaria.
La relación existente entre esta nueva institucionalidad y el Congreso electo en 1998 estuvo marcada por el atropello autoritario y el aplastamiento. El Parlamento plural que había sido elegido en el marco de la Constitución de 1961 quedó disminuido a un Congresillo, aislado y periférico, mientras la Constituyente hegemónica asumió plenitud de poderes.
Los partidos iniciaron su etapa más oscura. A pesar de que en la Asamblea Nacional, electa en las megaelecciones de mediados de 2000, la oposición obtuvo una importante, aunque minoritaria, representación, la caída en la credibilidad de los partidos determinó una pérdida sustancial de su capacidad de convocatoria pública.
Al iniciarse el ciclo de conflictividad y movilización política, a fines de 2001, el protagonismo de la confrontación contra el gobierno lo tuvieron sectores de la sociedad civil, grupos empresariales, FEDECÁMARAS, y sectores sindicalizados de los trabajadores, la CTV. Este archipiélago de oposición contaba también con la presencia de dueños y gerentes de medios de comunicación, que fueron clave en los acontecimientos posteriores, pero mantuvo en la periferia de las tomas de decisiones trascendentales al liderazgo partidista y parlamentario.
De esta etapa viene nuestro primer ciclo de aprendizaje en la construcción de una alternativa democrática en Venezuela frente al chavismo. Se concluyó que no se podía avanzar sin una organización política unitaria…, y nos propusimos construirla.
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