Carta del Director

El reto de movilizar

Foto: REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

16 de noviembre de 2019

 Benigno Alarcón Deza

Editorial

Las circunstancias del derrumbe del régimen presidido por Evo Morales en Bolivia la semana pasada ha sido, sin lugar a duda, el evento internacional que ha generado mayor ruido en América Latina y mayor preocupación a la corte del Palacio de Miraflores desde donde se acusaba al gobierno norteamericano de fraguar un golpe de Estado con la participación de la Fuerza Armada boliviana. 

Aunque la salida abrupta del Presidente Evo Morales del poder puede ser solo atribuida a su propia tozudez y desconocimiento de las reglas de juego al insistir en seguir gobernando Bolivia más allá del término establecido en la Constitución, la incidencia que en ello tuvieron las protestas masivas y sostenidas durante dieciocho días por los bolivianos resultaban, por decir lo menos, en una coincidencia preocupante para el oficialismo venezolano, que se preparaba desde hacía meses para lidiar con una escalada de la protesta a partir de septiembre, que no llegaba por una decreciente capacidad de convocatoria, pero que ahora podría encontrar un nuevo impulso ante la evidencia boliviana, e incluso la chilena, de que la protesta si es capaz de poner en jaque a los gobiernos e incluso revocarlos. 

Es así como mientras Naciones Unidas, la Unión Europa y los Estados Unidos reclamaban respeto por el derecho a la protesta, el gobierno venezolano cerraba su semana amenazando con represión dura y cárcel a quienes pretendieran seguir el ejemplo de Bolivia, al tiempo que se hacía exhibición de equipos y hombres armados en las calles de las principales ciudades del país, y en especial Caracas, desde dos días antes de la fecha convocada. 

Asimismo, la liberación de Lula en Brasil, el triunfo de Alberto Fernández en Argentina, el resultado de las elecciones en Colombia, la relativa desmovilización de la población, la desaparición de la amenaza de intervención militar, pese a la aprobación del TIAR, y la aparente  ineficacia de las sanciones para modificar la posición del gobierno y la lealtad de los militares, contribuyen a reducir las expectativas de cambio en el corto plazo, dando al régimen un nuevo respiro y razones para sentirse más cómodo en su entorno geográfico más inmediato. 

En sentido opuesto a lo que considerábamos podría ser una protesta con mayores oportunidades de masificación, la movilización del sábado 16 de noviembre lució medianamente concurrida, aunque algo más que en las convocatorias de los últimos meses, pero no como lo que podríamos considerar una vuelta en U del declive de la movilización que se inició con el evento del 23 de febrero y se agrava aún más después del 30 de abril. 

La convocatoria del 16 de noviembre no logró, pese al reciente antecedente de Bolivia, generar las expectativas necesarias para sacar a los ciudadanos de Caracas a la calle de manera masiva, y por el contrario muestra las enormes dificultades que afronta la oposición democrática para volver a generar esperanza y expectativas positivas sobre una salida a corto plazo de la grave crisis política, que alimenta la económica y social, y hacen de la vida en Venezuela algo insostenible para la gran mayoría de su población. 

La explicación sobre la falta de respuesta a la convocatoria puede recaer en múltiples causas, lo que incluye el descenso en las expectativas sobre una salida inminente después de los eventos del 23 de febrero y el 30 de abril, la intensificación de las sanciones, así como la más reciente aprobación del TIAR, sin que ninguno de ellos parezca incidir de manera significativa en el tablero del juego político. Asimismo, continúa siendo evidente la improvisación y las enormes debilidades de planificación, así como las derivadas de la ausencia de una estructura orgánica que haga posible mantener la protesta. Contribuyen también la ambigüedad en la convocatoria y en la fijación de objetivos que den sentido al riesgo y sacrificio que implica la participación y permita premiar a los participantes con algún logro, lo que termina agotando, como una llama que consume su propio oxígeno y el combustible que la mantiene, su sustentabilidad. Adicionalmente, se suma a ello el hecho que regímenes como el de Venezuela aprenden y comparten su know how sobre cómo lidiar con las condiciones para evitar la masificación de la protesta, como ha sido el caso en muchos otros países que han fracasado en el uso de este medio fundamental para el cambio. 

Tras una movilización que no representó la amenaza a la que tanto temía el régimen, éste debe sentirse aliviado sabiendo que vuelve a ganar tiempo, ante una reducción importante de los costos de mantener el poder, al no tener que ejercer la fuerza contra sus adversarios, mientras avanza en su estrategia electoral que busca la normalización del statu quo tras la elección parlamentaria del próximo año, que el régimen buscará desarrollar dentro de los tiempos constitucionales y bajo condiciones que reduzcan su cuestionamiento, sin poner en riesgo el control del parlamento, apostando a la división y abstención de la oposición mayoritaria que hoy domina el Poder Legislativo.  

Sin presión interna luce muy difícil, y cuidado si no imposible, materializar una salida política a la crisis venezolana. Sin presión interna, la externa suele no ser sostenible por mucho tiempo y el régimen no tendrá incentivos para introducir ningún cambio favorable en el sistema que ponga en riesgo su hegemonía en el poder. Sin presión interna ni tan siquiera un acuerdo para el nombramiento de los nuevos rectores del Consejo Nacional Electoral luce como una posibilidad real o medianamente factible. Mientras tanto el régimen continuará avanzando en la cooptación de todos los espacios de poder de la vida nacional. 

La oposición necesita escalar el conflicto con el régimen para lograr romper con el statu quo del que hoy solo se beneficia el gobierno, pero para ello debe dejar a un lado la improvisación y emprender un esfuerzo serio de planificación y trabajo para conformar una estructura organizativa de movilización de bases (grassroots) para, a partir de allí, retomar la convocatoria bajo objetivos que le vuelvan a dar sentido real a la movilización antes de que la desesperanza se apodere de los ciudadanos de manera irreversible, como ha sucedido en otros países como Zimbabue y Cuba. 


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