
Ángel E. Álvarez, PhD Ciencias Políticas
Director de Urgent Action for Democracy and Development (UADD)
Hay una ola de recesión de la democracia. Los problemas de la democracia son evidentes en países con economías y estados frágiles, pero también en algunos de larga tradición democrática, estabilidad política y desarrollo económico. La tercera ola de democratización está en reflujo y una marea de autocratización está aumentando. Entre los ciudadanos se extiende un creciente desencanto con la democracia liberal. Pero en contrastes con previas crisis de la democracia, en lugar de incrementarse las dictaduras tradicionales, lo hacen los gobierno iliberales, muchos de ellos democráticamente electos pero contrarios a la protección de los derechos individuales y de las minorías. Lo propio de esta coyuntura global, entonces, no es tanto una crisis de la democracia electoral sino un importante debilitamiento del estado liberal y social de derecho.
Esta entrega es la primera de una serie de trabajos sobre la crisis de la democracia a nivel global. Este artículo se centra en la descripción del problema. En próximas entregas se analizarán, en primer lugar, más datos que muestran la naturaleza y profundidad del tema. En segundo lugar, se discutirán algunas anomalías y paradojas, entre las cuales destaca el caso de Venezuela.
La democracia y su desencanto han sido temas de estudio que han ocupado no solo a los especialistas en las democracias frágiles o nuevas, sino también a los estudiosos de las democracias más desarrolladas. El desencanto es un fenómeno extendido en las sociedades democráticas desarrolladas. Se ha expresado entre otras formas en un descenso importante de los niveles de participación electoral a nivel nacional, producto de descontento con el consumismo, la especialización de la actividad política, la complejidad de los asuntos de la agenda política y el cinismo de los ciudadanos promovido por los medios de comunicación (Stoker, 2006). Robert Putnam fue uno de los primeros en sostener que la democracia estadounidense esta afectada por un significativo deterioro de la participación de los ciudadanos en organizaciones voluntarias entre los setenta y los noventa del siglo XX (Putnam, 2000). Igualmente, en los Estados Unidos ha decrecido la participación en concentraciones partidistas y discursos de líderes, e incluso el involucramiento en actividades y asuntos públicos de las comunidades locales. También la asistencia a la iglesia ha caído, lo cual es llamativo en un país caracterizado por un tradicionalmente alto nivel de compromiso de la mayoría cristiana protestante. Los ciudadanos estadounidenses se han desconectado psicológicamente de la política de las instituciones de gobierno nacional, expresando una creciente desconfianza del gobierno federal. Al margen de las críticas que se han formulado al concepto de capital social y su importancia para la democratización (Tarrow, 1996; Boix & Posner, 1998), lo cierto es que los hallazgos de Putnam no han podido ser refutados: en los Estados Unidos hay un creciente desapego con las instituciones democráticas, con la cultura participativa y la acción organizativa de la sociedad americana.
Barry Hindess ha planteado dos problemas relacionados con la idea de democracia como autogobierno del pueblo, que pueden explicar el desencanto de los ciudadanos (Hindess, 1997). En primer lugar, el déficit democrático y, en segundo lugar, la corrupción en la asignación de recursos públicos. El problema del déficit democrático se concreta en el hecho de que los arreglos democráticos están invariablemente limitados por arreglos de tipo no democrático. Dentro de la democracia subsisten instituciones, organizaciones y prácticas no democráticas de las cuales pueden surgir retos que la democracia no siempre logra superar. En segundo lugar, está el problema de la corrupción en la asignación de recursos públicos para premiar la lealtad política necesaria para conservar el poder y castigar el disenso. Prácticas de este tipo no son exclusivas de las democracias, pero sí tienen especial impacto en regímenes que proclaman la igualdad de derechos.
Los países que fuera de la región han mostrado recientemente tendencias más marcadas de recesión democrática incluyen a los Estados Unidos de América, Polonia, Hungría y la República Checa. Los cuatro últimos países estuvieron bajo dominación de dictaduras comunistas durante la Guerra Fría, pero luego de la transición, en los ochenta, alcanzaron niveles muy altos de democracia. Además de los cinco casos anteriores, clasificados como democracias liberales por el Instituto Variedades de la Democracia, V-Dem (https://www.v-dem.net/), algunas democracias electorales densamente pobladas (como India y, en América Latina, Brasil) han pedido puntajes en sus índices de democracia. El hecho de que Estados Unidos, India y Brasil describan tendencias autocratizantes lleva a concluir que hoy en día la mayoría de la población del planeta vive en países que se hacen menos democráticos o que ya son claramente autocráticos (como China o Rusia). En un grupo de países han ocurrido quiebres de la democracia y se han impuesto con éxito gobiernos autocráticos. Este es el caso de Comoras, Mali, Serbia, Turquía y Ucrania, en América Latina, Honduras, Nicaragua y Venezuela. Otros países que previamente no eran democráticos se han hecho aún más autocráticos en los últimos años, como Bahréin, Burundi, Haití, Mauritania, Tailandia y Yemen (Lührmann, et al., 2020).
En contraste con lo descrito por la literatura para las democracias más maduras, las transiciones políticas latinoamericanas se producen en el contexto mundial de optimismo democrático, creado por lo que Samuel Huntington llamó la “tercera ola” de la democratización (Huntington, 1991). Mientras Europa presenciaba las transiciones de Portugal, Grecia y España, la caída del muro de Berlín y la democratización de Europa del Este, América Latina se fue poblando de nuevo de gobiernos electos mediante el voto popular, desde finales de los setenta, luego de décadas de guerras civiles en Centroamérica y brutales dictaduras militares en Suramérica. Nunca en la historia del continente ha habido tantas democracias como las existentes durante las últimas tres décadas.
El primer y más claro logro de los países latinoamericanos en contraste con su pasado de largas y muy represivas dictaduras, ha sido el realizar elecciones libres durante varias décadas con un nivel de conflicto mínimo respecto de los resultados y con alternabilidad en el poder entre partidos, no solo diferentes sino ideológicamente enfrentados. No obstante, incluso en relación con la forma mínima de democracia electoral, varios países de América Latina tienen un desempeño por debajo del óptimo en términos de pluralismo y competitividad política.
Sin embargo, las crisis de las democracias latinoamericanas surgen casi simultáneamente con sus instauraciones. Muy tempranamente los académicos comenzaron a observar importantes fragilidades, retos y retrocesos (Hagopian & Mainwaring, 2005). Con variantes de país a país, casi todas las democracias de la tercera ola en América Latina y también las preexistentes, (Colombia, Costa Rica y Venezuela) han estado sometidas a crisis recurrentes. En algunos casos, las crisis han conducido a cambios de gobiernos tras fuertes protestas populares. En otros, los gobierno logran mantenerse, negociando con los oponentes o reprimiendo a las masas descontentas. En muchos casos, la calidad de la democracia se ha deteriorado y las instituciones y los equilibrios de poder se han roto o cambiado. Sin embargo, en contraste con las crisis del pasado, descritas y explicadas por la literatura del quiebre de las democracias (Linz & Stepan, 1978), hasta ahora, incluso las crisis más severas, se han resuelto sin que desaparezcan del todo las formas democráticas.
Sin embargo, Guillermo O’Donnell sostuvo que tales crisis de la democracia eran intrínsecas a la democracia misma (O’Donnell, 1999). Siendo un sistema en el que la contestación es parte esencial, su propio seno surge del cuestionamiento, no solo al gobierno o a los políticos en general, sino de las bases del sistema y de su funcionamiento. El desencanto es intrínseco al modo en que la democracia funciona, lo que previene su completa superación. Toda democracia, según O’Donnell, está condenada a coexistir con cierto nivel de desencanto natural a su propia esencia, como forma libre de gobierno basada en la deliberación crítica, no solo acerca del gobierno de turno, los partidos y demás instituciones públicas, sino también en torno a las reglas constitucionales y el concepto mismo de democracia.
En la región hay países que destacan por tener un relativamente elevado y estable desempeño como democracias electorales. Ello no significa que los miembros de este grupo estén exentos de tensiones, problemas y situaciones críticas, sino que sus democracias enfrentan estas circunstancias sin sufrir decaimientos severos. Costa Rica es la excepción más notable, aunque también Chile y Uruguay son democracias electorales que se acercan al máximo puntaje (ver Gráfica 1). Argentina y Panamá desde sus transiciones, y Perú, luego del colapso del autoritarismo electoral de Alberto Fujimori (Carrión, 2006), forman otro clúster de países que obtienen valores altos en el índice de democracia electoral. No obstante, los miembros de este subgrupo tienen niveles promedio de democracia electoral inferiores a los de Costa Rica, Chile y Uruguay. En otro grupo de países de la región, el índice tiende a crecer ligeramente post-transiciones (ver Gráfica 2). No obstante, todos los países de este grupo registran aun valores más bajos que los observados para los países antes mencionados. La tendencia tiene una pendiente positiva pero no muy fuerte, lo que sugiere un avance lento en términos de crecimiento de la competitividad de las elecciones y pluralismo político. En muchos de ellos hay recientes retrocesos. Esto ha ocurrido en cuatro de los cinco países de este grupo. Es decir, salvo en Paraguay, los demás países (Colombia, Guatemala, El Salvador y México) registraron en 2019 peores desempeños en términos de competitividad electoral y pluralismo político que en años inmediatamente anteriores. Los retrocesos no son severos como los que vamos a ver en el tercer grupo, pero siendo que se trata de los países con déficits en la calidad de sus procesos electorales y libertades cívicas entre elecciones, un descenso de la calidad de la democracia electoral en ellos es digno de atención por pequeño que sea comparativamente hablando.
Grafica 1: Democracias electorales estables en América Latina:
Argentina, Chile, Costa Rica, Panamá, Perú y Uruguay. V-Dem, 1900-2019

Finalmente, hay un tercer grupo en el que la pendiente del índice es negativa. En algún momento del lapso estudiado, estos países comienzan a hacerse electoralmente competitivos y menos pluralistas. El descenso del índice ha sido consistentemente año tras año desde el punto de inflexión de la curva para cada uno de ellos (Gráfica 3). El momento histórico del inicio de la inclinación negativa varía de país a otro por pocos años, salvo en el caso de Brasil. El primer país de este grupo que destaca por la caída en la calidad de su poliarquía es Venezuela, en 1992 y 1993, años de levantamientos militares y de intensas polémicas públicas causadas por el juicio y posterior encarcelamiento del presidente Carlos Andrés Pérez. Aunque el valor del índice se recupera en 1995, cae de nuevo sin mejoras importantes a partir del año 2000, cuando el presidente Hugo Chávez lidera un proceso de intensas reformas dirigidas expresamente a acabar con la democracia electoral y reemplazarla por una, así llamada, “protagónica” y participativa. Venezuela es el país con el actual nivel más bajo de democracia electoral, seguido muy de cerca por Nicaragua. Desde 2008, este segundo país tiene un patrón de decaimiento del pluralismo y la competitividad electoral muy parecida a la de Venezuela y el punto de inflexión de su curva se ubica después del venezolano, en 2006, tras la elección de Daniel Ortega. No obstante, el deterioro de la competitividad electoral nicaragüense comienza antes, con gobiernos de derecha. En Honduras, la pendiente de caída de la democracia electoral es bastante similar a la de Venezuela y Nicaragua. Las curvas de Ecuador y Bolivia tienen pendientes menos pronunciadas pero en ambos se observan deterioros marcados, especialmente desde el 2008. En Brasil, por el contario, la pendiente negativa de su curva se inicia más recientemente, en correspondencia con una secuencia de eventos que van desde graves escándalos de corrupción a los niveles más altos del gobierno, la salida del poder de la presidenta Dilma Rousseff y la elección del capitán retirado de extrema derecha, Jair Bolsonaro como presidente.
Gráfica 2: Democracias electorales de nivel moderado en América Latina:
Colombia, Guatemala, México, El Salvador y Paraguay. V-Dem, 1900-2019

Gráfica 3: Democracias electorales en declive en América Latina:
Bolivia, Brasil, Ecuador, Honduras, Nicaragua y Venezuela. V-Dem, 1959-2019

Aunque la crisis actual de las democracias de la región no es la primera, ni se presenta igual en todos los países, su importancia no es menor. No sabemos todavía hasta dónde llegará la profundidad de la crisis ni si estamos apenas comenzando o cerca de salir de este período. Lo que si sabemos es que, así como la democratización del los ochenta se produjo en un ambiente favorable creado por la tercera ola de la democratización, las democracias de la región se enfrentan a un entorno crecientemente desfavorable producto de la tercera ola de autocratización.
En la actual coyuntura de salud pública, es posible que se agudicen ciertas medidas restrictivas de la libertad individual, que haya posposición y se haga más fácil la manipulación de elecciones y que aumente la concentración de poder en manos del ejecutivo nacional. Al mismo tiempo, la crisis de salud pública también crea oportunidades para la acción colectiva mediante el desarrollo de redes de comunicación y organización social que pueden contribuir a chequear y reducir el potencial efecto antidemocrático de la crisis, tanto durante como después de la pandemia. No obstante, las evidencias de retrocesos en las instituciones y actitudes democráticas en la región surgieron mucho antes de la pandemia e incluso antes de la preocupante ola de protestas y represión ocurrida principalmente en 2019 en varios países de la región (especialmente Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Honduras, Haití, Nicaragua, Perú, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela).
¿Será esta combinación de problemas internos con un ambiente adverso una “tormenta perfecta” que puede llevarse consigo avances democráticos y favorecer la profundización de tendencias autoritarias? En próximas entregas se abordará esta pregunta y sus implicaciones.
Trabajos citados
Boix, C., & Posner, D. N. (1998). Social Capital: Explaining Its Origins and Effects on Government Performance. British Journal of Political Science, 28(4), 686-693.
Carrión, J. (2006). The Fujimori Legacy: The Rise of Electoral Authoritarianism in Peru;. University Park, PA: Edited by Julio F. Carrión; 2006; Book; Published by: Penn State University …
Hagopian, F., & Mainwaring, S. P. (2005). The third wave of democratizatiob un Latin America. Advances and setbacks. Cambridge: Cambridge University Press.
Hindess, B. (1997). Democracy and Disenchantment. Australian Journal of Political Science, 32(1), 79-92.
Huntington, S. (1991). The Third Wave: Democratization in the Late Twentieth Century. Norman and London: University of Oklahoma Press.
Lührmann , A., & Lindberg, S. I. (2019). A third wave of autocratization is here: what is new about it?, . Democratization, 26(7), 1095-1113.
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