
Editorial
Luego de las elecciones fraudulentas del pasado 6 de diciembre, cuando se dio paso a una nueva Asamblea Nacional controlada por el gobierno de Nicolás Maduro, que sigue siendo desconocida por la mayoría de la comunidad internacional democrática, la oposición intenta reconciliar sus diferencias en un proceso de debate y negociación interna que se inició a finales del año pasado y continúa al día de hoy. La interrogante es ¿qué va a pasar ahora, cuando el régimen avanza rápidamente en su estrategia, que combina diálogo, represión y elecciones controladas?
Benigno Alarcón Deza
En consonancia con la estrategia de diálogo, represión y elecciones controladas, hemos visto esta semana el inicio de los encuentros con Fedecámaras, tras la visita a su sede de una comitiva liderada por el presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez, al tiempo que la Asamblea Nacional comisionaba al diputado José Brito, presidente de la “Comisión especial de investigación de acciones perpetradas contra la República desde la directiva y miembros de la AN para el período 2016-2021″, para solicitar la prohibición de salida del país de un grupo de diputados y algunos miembros del gobierno interino, incluido el mismo Juan Guaidó. La estrategia se complementa, en lo electoral, con el anuncio de la instalación de la comisión de postulaciones que dará los primeros pasos para elegir a los rectores, ahora que se tiene la mayoría parlamentaria siguiendo el procedimiento constitucional, que tendrán la responsabilidad de organizar los nuevos procesos electorales regionales y municipales, además del presidencial de 2024.
Al contrario de lo que mucha gente cree, las probabilidades de lograr el restablecimiento de la democracia no por la vía de supuestos golpes militares o invasiones externas, como hemos venido diciendo desde hace dos años, son muy bajas, mientras resulta mucho más probable un proceso de transición como resultado de dos dinámicas: conflicto y negociación. Pero no cualquier negociación, sino una que se produce en el momento en que el gobierno no tiene alternativas que sean mejores que las que se le pueden ofrecer por un acuerdo.
Lamentablemente, esa no es la situación hoy, y el régimen, consciente de su ventaja, apura el paso para tomarle la palabra a aquellos sectores empresariales y sociales que se ofrecen para negociar directamente una tregua, aceptando participar en una especie de Mesa Nacional de Diálogo que, a diferencia de la que desembocó en las elecciones parlamentarias del año pasado y las fracturas que ya conocemos en los partidos de oposición, ahora se centra en algunos actores sociales y económicos, lo que inevitablemente generará, como consecuencia de eso que los expertos en teoría de juegos denominan Problemas de Acción Colectiva, nuevas divisiones y fracturas más allá de lo político, acuerdos parciales con quien convenga al gobierno, y un mayor debilitamiento de la unidad opositora.
Los actores políticos opositores reconocen que la unidad es esencial. Pero lograrlo no es sencillo, porque hay diferentes enfoques en la dirigencia, e incluso dentro de las propias organizaciones políticas, pero es indispensable para el reto de llevar a Venezuela hacia el camino de la libertad. También están conscientes los políticos de que la sociedad venezolana aprecia la unidad como concepto. Es por eso que cuando los dirigentes se concentran en atacarse entre ellos, en lugar de luchar por la libertad, se genera un proceso de desesperanza, mientras que, por el contrario, cuando ha habido una cohesión fuerte y una estrategia clara aumenta el aprecio por la política, los políticos y los partidos, como demuestran los estudios de opinión pública, propios y ajenos. La unidad es un proceso que debe protegerse y no siempre es así y esto es lo que le da armas al adversario, que identifica los flancos débiles y se aprovecha de ellos. Lo hemos visto en aquellos que privilegian el dinero, las camionetas, los puestos políticos y han sido cooptados por el régimen. Pero hay otros, los que verdaderamente importan para la causa democrática, que se alejan por discrepancias, que van desde lo ideológico hasta el enfoque estratégico, y son los que deben ser rescatados y conducidos nuevamente al camino de la unidad.
La oportunidad de una estrategia más inclusiva
No obstante, hay quienes aseguran que toda esta crisis generada dentro del G4 y los demás partidos minoritarios podría pasar pronto a un segundo plano, gracias a la labor que se está llevando adelante para definir una estrategia que posiblemente tendrá un importante nivel de consenso para febrero. Para que este consenso sea viable tocará alcanzar acuerdos respecto a varios temas, entre los que destacan:
- El significado y alcance de la continuidad del Parlamento electo en 2015.
- Una mejor definición de una fórmula parlamentaria, como lo es hoy la Comisión Delegada, para el mantenimiento de las funciones de esa instancia.
- El alcance del no-reconocimiento del proceso fraudulento comicial del 6 de diciembre y de la nueva Asamblea fraudulenta.
- El significado y alcance de mantener la presidencia interina en manos de Juan Guaidó, como presidente de la Asamblea Nacional y de la Comisión Delegada.
- El mecanismo de debate y toma de decisiones entre los partidos y actores que participan en la coalición opositora.
- El rol de la sociedad civil en la estrategia y la toma de decisión.
- La participación o no, y la estrategia de cara a las elecciones regionales y municipales que tendrán lugar en el transcurso del 2021 y 2022.
Pero más allá de las diferencias que aún pueden existir, hay avances importantes como el consenso sobre la necesidad de retomar, con la mediación experta de la comunidad internacional, una negociación integral con el régimen. Una negociación muy distinta a la que el régimen ha iniciado de manera bilateral esta semana con Fedecamaras, dejando fuera de la agenda la esencia del conflicto que radica en lo político, y que pretende ampliar a otros sectores que están dispuestos a cooperar y cohabitar con el gobierno, a los que se les quiere dar protagonismo desde el aparato comunicacional oficialista como los únicos representantes legítimos de la sociedad civil.
La negociación que se necesita solo es posible en la medida en que condiciones y factores externos a la mesa de negociación varíen para hacer de esa negociación algo más atractivo que el statu quo para el régimen. En este sentido, la unidad política, así como la sincronización de la presión interna e internacional en torno a una estrategia común, resultan esenciales.
El riesgo de las negociaciones sectoriales
Hasta ahora, la estrategia que está aplicando el régimen de Maduro, como ha ocurrido desde el 2013 hasta la fecha, ha sido la de utilizar el diálogo no para llegar a acuerdos, que es el propósito de una negociación, sino como táctica dilatoria que le ha servido para ganar tiempo en momentos difíciles. Al uso del diálogo como táctica dilatoria se suman ahora los acuerdos selectivos con determinados actores y organizaciones en procesos paralelos, como los de la Mesa Nacional de Diálogo que se desarrollaban simultáneamente con la mediación facilitada por los noruegos en Barbados, y cuyo objetivo era garantizar la presencia de una “oposición” que contribuyera a dar un barniz de legitimidad a la elección parlamentaria.
La estrategia de la Mesa Nacional de Diálogo, que permitió dividir a la oposición haciendo concesiones a algunos actores que fueron cooptados por el régimen, se extiende este año a actores empresariales y de la sociedad civil, con el mismo propósito: legitimar algunas iniciativas, como las que se pretenden implementar en lo económico, cooptando a algunos actores representativos de ambos sectores. Cabe preguntarse si los incentivos que el régimen puede usar en las negociaciones con cada sector serán suficientes para estimular los intereses particulares y colocarlos sobre los nacionales.
A favor de la oposición venezolana ha jugado el hecho, inesperado para muchos, de que mientras el régimen sostenía públicamente su intención de aprovechar el cambio de gobierno en Estados Unidos para impulsar el levantamiento de las sanciones y perseguir a Guaidó y sus aliados, las declaraciones emitidas por el Senado norteamericano y por el nuevo Secretario de Estado, Antony Blinken, reconocen la legitimidad política de Guaidó y los diputados electos en 2015 como los únicos interlocutores válidos. Algo similar ocurrió con la Comunidad Europea que le ha dado un espaldarazo a la oposición liderada por Guaidó, independientemente de las diferencias y dudas sobre el fundamento constitucional para reconocer la continuidad de la Asamblea Nacional o el gobierno interino.
Si bien es cierto que la negociación es deseable en un proceso de transición política, no suele ser lo que origina el cambio político, sino las circunstancias que obligan al régimen a negociar. Es por ello de una importancia capital comprender qué y cuándo negociar, y cómo funciona la dinámica del conflicto y la negociación.
Hoy resulta fundamental que el sector democrático del país se cohesione bajo una sola estrategia y dirección para poder orquestar un esfuerzo que goce de mayores probabilidades de éxito. La unidad social y política no es garantía de éxito, pero sin ella el fracaso está garantizado. En tal sentido, es indispensable abonar el terreno para que el sector político vuelva a conectar con la ciudadanía, lo que sería posible en la medida que se pueda verbalizar y hacer pública una estrategia común que lleve a una salida efectiva de la actual crisis. Dibujar la estrategia no es fácil, pero es necesario para que la población la haga suya y se movilice en pos de ella.
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