
Félix Arellano
El activismo que está demostrando la administración de Joe Biden en los temas de política internacional, no se está proyectando en la actuación frente a nuestra región, por ahora, con la excepción del caso venezolano, donde se mantiene una importante atención y se está trabajando desde una perspectiva multilateral. En lo que respecta a la región en su conjunto, no se aprecia la definición de una estrategia que permita abordar la diversidad de temas que pueden ser de potencial interés para ambas partes.
Las relaciones con América Latina y el Caribe en las últimas décadas se han concentrado fundamentalmente en los temas de seguridad, migraciones y narcotráfico; asuntos relevantes y de gran preocupación para los Estados Unidos; empero, es lamentable que la atención se enfoque exclusivamente en esos temas, desaprovechado oportunidades para construir una agenda amplia, dinámica, creativa y generadora de oportunidades.
Adicionalmente, otra limitación que ha caracterizado las relaciones en los últimos años, tiene que ver con la visión limitada en el manejo de los temas que han concentrado la agenda. Tanto la seguridad, como el tema de las migraciones se ha abordado desde una perspectiva restringida, privilegiando aspectos punitivos, incluso militaristas; sin profundizar en las causas estructurales de los problemas, que permitiría construir soluciones más efectivas y sustentables y, sin aprovechar los beneficios que una migración bien administrada puede conllevar al país receptor, en particular a los sectores económicos.
Conviene recordar que durante la pasada administración de Donald Trump se reforzó ampliamente la visión conservadora y restrictiva de los temas de seguridad, incluso con un sesgo de xenofobia, que propiciaba el propio presidente, reduciendo sensiblemente las posibilidades de abordar las migraciones con una visión más flexible y con la necesaria sensibilidad humana, sin debilitar la seguridad nacional del país.
Uno de los aspectos fundamentales desde la limitada concepción de seguridad que ha caracterizado las relaciones en los últimos años, ha sido el caso de las migraciones provenientes de la región, en particular del llamado Triángulo Norte (El Salvador, Guatemala, Honduras), y todo parece indicar que, en términos generales, la actuación se ha concentrado en el establecimiento de controles y prohibiciones en el territorio americano, una clara evidencia del enfoque punitivo que ha predominado en los últimos años.
El faraónico proyecto del “muro en la frontera con México”, que promovía el presidente Donald Trump desde su campaña electoral, que no resolvía para nada la situación y generaba nuevos problemas, constituye un claro ejemplo de la visión estrecha para el abordaje de un tema complejo, pero con potenciales oportunidades.
Hasta el presente la administración Biden también ha concentrado la mayor atención en el tema de las migraciones, particularmente en las oleadas provenientes del Triángulo Norte y, al respecto, ha designado a la vicepresidenta Kamala Harris para la coordinación del caso. Si bien por el poco tiempo de gobierno puede resultar prematuro definir la orientación de las nuevas relaciones con la región, hasta el presente se aprecia que se mantiene la agenda limitada de temas, pero se perciben algunos elementos de mayor flexibilidad en su tratamiento.
Por una parte, su abordaje al más alto nivel del ejecutivo, al designar a la vicepresidenta como la coordinadora, además por sus intervenciones sobre el tema, se percibe el interés de ampliar la perspectiva de análisis, incluyendo una mayor atención en los orígenes del problema; es decir, el reconocimiento de las condiciones estructurales y multivariables que determinan las oleadas migratorias. Adicionalmente, el ejecutivo está trabajando en el Congreso para lograr adoptar una normativa más eficiente y un tratamiento más humanizado de las migraciones.
En este contexto cabe destacar la visita oficial de Harris a Guatemala y México, que si bien limitó la agenda en el tema migratorio, dejó claro el mensaje de la importancia política que se asigna y la disposición a trabajar con los gobiernos de los países involucrados en la construcción de soluciones.
Frente al resto de la región se registra muy poca actividad, en ese contexto, las visitas de funcionarios de nivel medio, como ha sido el caso del Sr. Juan González, encargado del Hemisferio Occidental en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, quien realizó una gira que incluyó a Colombia, Argentina y Uruguay desde el 11 al 15 de abril. Más recientemente, se registra una visita de muy bajo perfil del Sr. William J. Burns, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), a Colombia y Brasil, de la que no ha transcendido mayor información a los medios de comunicación.
La visita del Sr. Burns confirma la importancia que asigna la nueva administración a la tradicional relación estratégica de los Estados Unidos con los gobiernos de Colombia y Brasil, que se presentaba inicialmente debilitada, por el amplio respaldo que tales gobiernos expresaron a favor del presidente Donald Trump, durante la campaña electoral para su reelección. Si bien la relación no se presenta tan estrecha, en particular con el presidente Jair Bolsonaro de Brasil subyacen importantes diferencias, con la visita se confirma la importancia estratégica de tales relaciones.
No podemos dejar de reconocer que la visita del Sr Burns ha estimulado la narrativa crítica, antisistema, incluso las versiones conspirativas de los movimientos radicales de la región, que tradicionalmente han mantenido una postura muy crítica contra la CIA, por sus vinculaciones con la inestabilidad política.
Es evidente que la complejidad de la región exige de una actuación prudente, reflexiva e incluyente. Por una parte la diversidad de gobiernos y de movimientos políticos, varios de ellos populistas, con discursos críticos a los Estados Unidos, que explotan los aspectos negativos que se han presentado a lo largo de las relaciones, en particular las acciones de inestabilidad y las intervenciones militares en los tiempos de la guerra fría, pero menosprecian las oportunidades tan amplias que se podrían desarrollar en una relación creativa, constructiva y equilibrada entre ambas partes.
Las visiones radicales que han crecido en la región satanizan las relaciones con Estados Unidos, la asocian con los problemas que tiende a generar el libre mercado y la globalización, lo que representa una simplificación, de la situación que es mucho más compleja; empero, debemos reconocer que tampoco el gobierno de los Estados Unidos se ha esforzado en dinamizar y fortalecer las relaciones, por el contrario, como se ha señalado anteriormente, con el tiempo se ha limitado fundamentalmente a los temas que más preocupan a la sociedad norteamericana como son: migraciones, narcotráfico e ilícitos internacionales.
La reducida agenda y limitada visión que ha caracterizado las relaciones con la región, está generando la progresiva pérdida de liderazgo y espacios de los Estados Unidos, situación que se presenta más compleja ante la creciente penetración de China y su marcado protagonismo en los temas económicos y comerciales.
Un tema cada día más complejo en las relaciones de Estados Unidos con América Latina tiene que ver con la progresiva presencia de China en la región, con el tiempo se está trasformando en el principal socio comercial y mercado para las exportaciones latinoamericanas, especialmente de productos básicos; este proceso ha experimentado profundas transformaciones.
Cabe destacar que China entra progresivamente en el mercado latinoamericano, en una primera fase, con una manufactura de bajo nivel tecnológico y poca calidad, concentrando su competitividad en el bajo costo de su mano de obra. Pero, con el tiempo, la producción industrial avanza en niveles tecnológicos y competitivos, con mayor valor agregado y, actualmente China compite en sectores de alta tecnología, inteligencia artificial, tecnología 5G; además tiene una activa presencia y relativo control de diversas cadenas globales de valor.
La presencia de China ha sido importante; su enorme consumo de materias primas, lo que estimuló por varios años el incremento de los precios, el denominado boom de las materias primas, que procuró ingresos importantes para la mayoría de países de la región, que no todos lograron administrar eficientemente. China también está avanzando en materia de inversiones y se posiciona como el primer inversionista en la región desplazando tanto a Estados Unidos como a la Unión Europea.
Pero las relaciones con China también tienen serias limitaciones. En el plano comercial, se ha caracterizado por la conformación de una estructura asimétrica, donde la región se especializa en la exportación de materias primas sin mayor valor agregado y compra manufacturas chinas que se han fortalecido en su nivel tecnológico y valor agregado. En el caso de las inversiones, se ha incrementado un importante nivel de deuda que China maneja de forma discrecional, lo que genera una creciente incertidumbre en las relaciones futuras.
Ahora que la administración Joe Biden se plantea como una de sus prioridades la competencia sistemática con China a escala global, resulta fundamental revisar la estrategia que se ha desarrollado en los últimos años frente a la región. Concentrar la atención exclusivamente en los temas de seguridad y migraciones, que son importantes, limita sensiblemente desaprovechando las múltiples oportunidades que se pueden generar con una agenda más diversificada para las relaciones futuras.
Por otra parte, también resulta necesario revisar la visión que ha caracterizado el tratamiento de los temas de seguridad y plantear una percepción más amplia e incluyente que en particular pueda profundizar en las causas estructurales de los problemas y una participación más activa de los países de la región en la construcción de las soluciones.
Resulta necesario y conveniente que la nueva administración de Joe Biden en los Estados Unidos se concentre en la revisión y ampliación de la agenda de las relaciones bilaterales, retomar con dinamismo y creatividad los temas económicos, el comercio, las inversiones, la promoción de proyectos industriales y tecnológicos conjuntos, la conformación de cadenas globales de valor con la activa participación de los sectores productivos de la región, con especial atención en la pequeña y mediana industria y los nuevos emprendedores.
La nueva agenda de las relaciones debería ser enfática en los temas sociales, ecológicos, culturales, étnicos y éticos. Resulta fundamental avanzar en la construcción de una relación más dinámica, creativa, equilibrada e incluyente.
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