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Colón y el doctor Frankenstein. A propósito del 12 de Octubre

José Ignacio Guédez

Presidente de la Asociación Causa Democrática Iberoamericana

Desde la primera vez que leí la magistral obra de Mary Shelley, identifiqué una inquietante analogía entre esa historia con la llegada de Colón a América y sus consecuencias. La comparación de la América poscolombina con el monstruo creado por el doctor Frankenstein es algo que me ha rondado en la cabeza mucho tiempo y que intentaré explicar, a propósito de otra conmemoración del 12 de Octubre, llámese como se llame ahora.

El doctor Frankenstein, lleno de frustraciones por su tormentoso pasado, utiliza la ciencia para conseguir una hazaña inédita: crear un ser viviente semejante, a partir de partes de cadáveres. La llegada de Colón a América fue ante todo, una hazaña, y la posterior colonización de esas tierras, fue una creación de algo nuevo hecho a imagen y semejanza de sus creadores. Las partes inanimadas que le dieron vida al monstruo son los cadáveres de la cultura europea como el esclavismo y el feudalismo. Occidente se mudaba a la modernidad usando las nuevas colonias como trastero. 

Pero la mayor similitud la encuentro en la repulsión que le generó al doctor Frankenstein su propia creación, y la soledad a la que finalmente fue condenado el monstruo que no podía vivir entre los humanos por sus deformaciones e imperfecciones. Un experimento científico que termina en abandono y parricidio. Un creador que arrepentido abandona su obra a su suerte, dejándola sola sin ningún semejante. Un monstruo con una crisis existencial que no puede vivir entre sus creadores que lo desprecian.

América Latina es una región compuesta de partes diferentes conectadas por la fuerza con el fin de conformar de forma artificial una civilización, quedando luego huérfana y aislada. La forma en la que sus creadores quieren matar su obra es pretendiendo ignorarla, retrotrayéndola al estado previo a su intervención. Pero al igual que en Frankenstein, la creación del nuevo ente es irreversible y solo se puede deshacer lo hecho, matándolo. Este dilema es la clave en la novela y también la clave para entender la situación actual de nuestra región.

¿Qué somos? El monstruo tenía sentimientos y razonaba, por lo que era a todas luces un humano, más allá de cualquier diferencia. Por su parte, América Latina es irreversiblemente una civilización occidental, que merece los mismos derechos y las mismas libertades que sus pares. Por eso justamente luchamos desde hace dos siglos, porque en América las guerras no fueron tanto de independencia, como de liberalidad. Se inspiraron en la revolución francesa, en la declaración de derechos británica y en la ilustración occidental. La independencia y la creación de las nuevas repúblicas fueron forjadas por hijos de europeos, por occidentales. Pero aún así no hemos podido ser reconocidos como tales y las antorchas para matar al monstruo siguen encendidas en un Occidente que todavía siente repulsión por su obra.

Hogueras como el indigenismo y el comunismo son de vieja data, pero ahora se suma la del autoritarismo iliberal que comienza a sustituir los referentes occidentales por injerencismo ruso, chino y hasta iraní. Hay muchas formas de matar el monstruo, la más fácil es pretendiendo que no existe. Por eso nadie habla sobre los tres siglos de colonialismo americano, su cancelación es absoluta, como si no hubiera nada que aprender desde Colón a Bolívar.

En la obra literaria, la autora Shelley optó por matar a los dos, al monstruo y a su creador. Aunque es realmente interesante imaginarse finales alternativos a ese duelo a muerte. En la novela la alternativa concreta es la creación de una compañera para el monstruo, cosa que al final no sucede. En el caso al menos de la América española, la alternativa pudo haber sido la vigencia de la Constitución de Cádiz (la pepa), por ejemplo. El caso es que en la novela ambos mueren sin que al final quede muy claro quién es el verdadero monstruo. Hoy los valores occidentales están en riesgo en todos lados y las diferencias entre Europa y América se desvanecen cada vez más.

Sería irónico y lamentable que lo que finalmente nos homologue y una sea la muerte común. Todavía hay tiempo de buscar un final alternativo, pero para eso debemos entender que somos lo mismo. Valga este 12 de octubre para sugerir sentir orgullo por la expansión de Occidente y la globalización de su cultura, que a la fecha es la única que ha engendrado en su seno la democracia liberal y los derechos humanos. ¿Cuántas tragedias no se hubiera ahorrado el doctor Frankenstein si hubiera asumido con orgullo su obra y no la hubiera abandonado? América Latina es parte del espacio vital de Occidente, es hora que la dejen de tratar como un engendro que hay que revertir.

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