
Alonso Moleiro
La existencia de encuestas y estudios de opinión constituye en este momento una de las contadas herramientas que tiene la sociedad venezolana para ubicarse en el extravío que ha provocado el chavismo.
El trabajo que adelantan las firmas encuestadoras, y la publicación de sus datos, -aún no prohibida, aunque sí muy escamoteada y omitida- permite a ciertos sectores del debate público en la Venezuela actual poner los pies sobre la tierra, tener contexto, hablar en cristiano frente a los rigores de la crisis económica, el malestar de la población, los verdaderos intereses y necesidades del país.
El mundo de los estudios de opinión, como es natural, despierta siempre polémicas. Sobre todo porque la interpretación de sus contenidos está habitualmente poblada de matices, de implicaciones polivalentes, de salvedades y condicionamientos, que a veces pueden contradecirse, que la mayoría de las veces no pueden ser leídos de forma lineal, difíciles de abordar en un título o una nota informativa.
Por esa razón, durante décadas, hemos escuchado a políticos simplones y vendedores de baratijas con luces cortas desdeñar los contenidos de las encuestas si sus resultados le son adversos, con el pobre argumento de que “son manipuladas”.
La opinión pública conoce cuales son las firmas de estudio de mercado y opinión que tienen mayor credibilidad en el debate nacional. Una encuesta termina siendo una especie de hematología sobre la salud nacional. Como no puede remontar sus números del pasado ni volver a sus viejos niveles de arrastre popular, la clase dirigente chavista invierte dinero y esfuerzos en la promoción de matices adulteradas, fabricando firmas piratas, sobornando personajes para halar la brasa para la sardina oficialista.
Lo habitual es que la empresa contratada haga el sondeo y exprese crudamente los significados e implicaciones de la medición al cliente. Si “el cliente” es el gobierno –es decir, la hegemonía política actual- , lo que suele ocurrir es que se toma uno de los muchos vértices interpretativos del trabajo de campo –aquel que sonría a sus expectativas e intereses- y se haga luego el trabajo promocional para descontextualizar sus contenidos, apuntalados por estos personajes portátiles con moral de alquiler.
En los años de la democracia, en pleno fulgor de la sociedad de masas y la fiesta electoral, por el contrario, los contenidos de las encuestas traían consigo un enorme imperativo moral. También se trajinaba con las cifras, sobre todo en los tiempos electorales, pero las opiniones de la población sobre la nación, el Estado de derecho, el papel de los partidos, las instituciones del Estado y las libertades públicas, eran respetados y tomados muy en serio por la opinión pública y el liderazgo de aquel entonces.
Los contenidos de las encuestas en los comienzos de la decadencia de la democracia, todo hay que decirlo, fueron sobre-explotados de manera algo tendenciosa en la era de los shows informativos: sobre esa realidad fue que Hugo Chávez pudo ascender como una promesa nacional en los años de la antipolítica.
En los primeros años del gobierno de Hugo Chávez las firmas encuestadoras existentes en el país tuvieron toda la cancha que necesitaron para desglosar las opiniones de la gente, y colocar, en blanco sobre negro, el arraigo de su liderazgo, el impacto de su influencia política, el alcance de su popularidad, que dejó desconcertada a una clase media opositora que no quería aceptar en cual país estaba viviendo luego del derrumbe de la democracia representativa.
Y aunque el impacto público y el mandato sugerido de los estudios de las firmas de opinión ha perdido influencia social en el marco de la actual autocracia –gracias a la censura, el oportunismo, el acobardamiento y el amedrentamiento-, lo cierto es que en Venezuela todos los actores políticos y los espacios de poder leen encuestas y saben perfectamente qué ocurre en el país.
El termómetro de las encuestas es cuidadosamente interpretado por todo el estamento político y los mandos dirigentes del Estado venezolanos. Los estudios de opinión son leídos por Miraflores y el alto gobierno; por Jorge Rodríguez, Cilia Flores y Diosdado Cabello; por los diputados de la Asamblea Nacional; por la cúpula militar. También, por supuesto, por la oposición y sus partidos; por las zonas del colaboracionismo político; por las embajadas presentes en el país –amigas o no del actual régimen-; por el empresariado y los actores económicos.
Aunque se hagan interpretaciones tendenciosas y se tome el rábano por las hojas, todo aquel que debe saberlo tiene claro qué es lo que está sucediendo en este país y qué piensa la población. Cómo aquella Venezuela que hace unos años acompañó los postulados del chavismo ha ido mutando de ánimo de manera progresiva, y seguramente irreversible, para integrar un deseo de cambio muy profundo y abrumadoramente mayoritario.
De un extremo al otro del arco político nacional tenemos claro los niveles de impopularidad actual del actual gobierno; el desprestigio popular de las Fuerzas Armadas; la insatisfacción existente con el comportamiento de la Oposición; la pobre opinión que tiene la mayoría del país sobre nuestros poderes públicos; el impacto y el disgusto con las sanciones internacionales; la muerte de la esperanza nacional; los planes de emigrar que tienen, todavía, 7 millones de personas después, importantes capas de la población.
El anticomunismo, aliñado con enorme dolor y resentimiento, que se cuece a fuego lento sobre un porcentaje muy alto de los ciudadanos de este país. El extendido deseo de un cambio político que sobrepasa más del 70 por ciento de los venezolanos. La renuncia a salir a la calle a protestar a causa de la brutal represión de años anteriores. La pulsión, todavía existente, por promover una transformación indolora a través de una consulta popular. La nostalgia por aquella Venezuela próspera, abierta y festiva que se nos fue de las manos en medio de esta estafa político institucional.
Los relieves que enumeramos sobre el estado de ánimo actual de la población no son necesariamente los correctos, los acertados, los aconsejables o los justos. Esa ponderación dependerá de la interpretación que tenga cada quién del actual contexto. Este es, sencillamente, el estado de ánimo mayoritario del país. La interpretación, fácilmente constatable, que tiene la mayoría de la población sobre la terrible realidad actual.
La voluntad de los venezolanos debería ser respetada, con desprendimiento, con sabiduría, con amor a la nación, por el Palacio de Miraflores, por los mandos del PSUV, por el ministro de la Defensa, por Alto Mando Militar, por el Poder Judicial.
El profundo sufrimiento actual de los venezolanos, negado e ignorado por el chavismo civil y militar en medio de su ceguera fanatizada, debería ser atendido, interpretado, escuchado. Venezuela ha vivido una experiencia muy dolorosa que no ha querido ser reconocida por los actuales representantes del Estado venezolano.
Es el chavismo revolucionario armado el llamado a ejercer una interpretación responsable y patriótica de las actuales circunstancias, promoviendo un acuerdo político con garantías para todos, una consulta limpia que traiga consigo sus condiciones, una transición ordenada que esté obligada a respetar sus derechos y les ofrezca garantías.
Es hora de aprender la lección y de jugarle limpio a los ciudadanos.
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