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En una serie de textos revisaré de forma sucinta la historia electoral del siglo XXI, ya que justamente los procesos electorales del país pueden dar cuenta de la desdemocratización, que ha venido atravesando a Venezuela. Si bien las dos elecciones de 1998 están cronológicamente fuera de la referida centuria, sus resultados fueron determinantes para el inicio de una nueva etapa histórica
Andrés Cañizález
En las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998, el entonces teniente coronel retirado Hugo Chávez obtuvo 3,6 millones de votos, equivalente al 56,2%. Fue seguido por Henrique Salas Römer con 2,6 millones, 39,9%. La clara diferencia entre uno y otro candidato en el caudal de apoyo popular convirtió a Chávez, sin discusión alguna, en presidente electo con fecha de asunción para el 2 de febrero de 1999.
Otros dos candidatos quedaron bastante atrás. La ex reina de belleza y exalcaldesa del Municipio Chacao, Irene Sáez, se hizo con algo más de 184 mil votos que representaban el 2,8% de la votación, y “el caudillo”, como se le conocía entonces a Luis Alfaro Ucero, quedó bastante reducido: 27.586 votos, 0,42%.
Sáez estuvo al frente de los sondeos de opinión hasta el mes de julio de 1998. El apoyo que le dieron los dirigentes del partido socialcristiano Copei, en un anuncio que encabezaron el expresidente Luis Herrera Campins y el dirigente partidista Donald Ramírez, la llevaron a un rápido e inexorable declive. Quienes formaban parte del equipo de Sáez sostenían que Copei aportaría maquinaria electoral, necesaria para hacerse presente en las mesas de votación, pero no midieron el impacto tan negativo de aquel apoyo para la Miss Universo 1981.
Alfaro Ucero, en tanto, tuvo un empecinamiento personal en ser candidato, pese a su falta de carisma, que pretendía compensar con el manejo del aparato partidista, cerrando el paso al que parecía un candidato más idóneo para Acción Democrática (AD), Claudio Fermín, quien había sido alcalde del municipio Libertador (Caracas) y se proyectaba como generación de relevo.
Las elecciones de 1998, inicialmente previstas como unas elecciones generales, fueron divididas por razones políticas. Los dos partidos que seguían controlando los hilos institucionales, AD y Copei, preveían que separar la elección presidencial de las regionales y legislativas les beneficiaría, cosa que no ocurrió. Tal como lo han señalado Luis Lander y Margarita López Maya, las elecciones del 8 de noviembre se vivieron como una suerte de primera vuelta de cara a las presidenciales.
No es exagerado decir que entre una y otra votación, estos dos partidos vivieron una suerte de “hora loca”, al cambiar de candidatura a días de la elección del presidente, retirando así su apoyo a Sáez (Copei) y a Alfaro Ucero (AD, en previa rebelión interna contra el candidato que a su vez era la máxima autoridad partidista), para endosarlo a Salas Römer.
El crecimiento electoral que empezó a tener Chávez desde agosto, una vez que se reflejó en las encuestas la decepción de la ciudadanía con Irene Sáez, estuvo en alza en la recta final de la campaña e incluso tomó más fuerza aún entre una y otra elección, que de forma excepcional en Venezuela se celebraron con apenas un mes de diferencia.
Lander y López Maya precisan que hubo un crecimiento electoral de casi 10% entre uno y otro evento, y esto era natural que ocurriera por la naturaleza de ambos procesos, siendo una tendencia histórica en el país que una elección presidencial genera mucho más interés en los votantes. Chávez se hizo de 1,9 millones de votantes al comparar ambos comicios y Salas Römer apenas 100.000. La estrategia política de AD y Copei de separar los comicios había fallado, y lo que ocurrió entonces desnudó crudamente la improvisación de aquellos que habían sido los dos partidos icónicos de la democracia venezolana, ya bastante menguada en 1998.
Adecos y Copeyanos no lograban conectarse con el deseo de cambio que latía entre los venezolanos, tras una década de crisis institucional agudizada, vaivenes y ajustes económicos, junto a la falta de perspectivas de una transformación genuina y positiva para Venezuela. El país que abrazó la candidatura de Chávez quería un cambio y el teniente coronel retirado le proponía a la sociedad una transformación profunda.
Los números de las elecciones de 1998
Con el llamado Polo Patriótico, que se reunió en torno a Chávez, de alguna manera se reeditó al “chiripero” (de pequeñas y variopintas organizaciones políticas) que ya había apoyado a Rafael Caldera en 1993, cuando el septuagenario dirigente socialcristiano se presentaba como una alternativa de cambio. Teniendo como principales fuerzas legislativas al Movimiento V República (MVR), Movimiento al Socialismo (MAS) y Patria para Todos (PPT), el Polo Patriótico logró en 1998 un total de 18 senadores y 75 diputados.
Las fuerzas opositoras obtuvieron más bancadas en ambas cámaras, pero no pudieron cohesionarse en aquel Congreso atravesado por un debate político intenso y un discurso descalificante desde el poder, que pasó a tener Chávez una vez que asumió la presidencia el 2 de febrero de 1999. Este año se ha cumplido un cuarto de siglo desde el ascenso del chavismo al poder en Venezuela.
AD, Copei y Proyecto Venezuela (el partido original de Salas Römer) sumaban 30 bancas en el Senado y 109 en la Cámara de Diputados. Aquel poder legislativo no tuvo un liderazgo nítido, más allá de los acuerdos operativos para controlar las comisiones, directiva, etc. Pero se perdió de vista el carácter de cambio de fondo que había significado la irrupción de Chávez y su amplio respaldo en las urnas.
El país que entregó Rafael Caldera
Rafael Caldera (1916-2009) llegó por segunda vez al poder gracias a un discurso a favor del cambio y en contra del plan de ajustes que había llevado adelante Carlos Andrés Pérez (1922-2010), en su segundo y truncado gobierno, entre 1989 y 1993. Un Caldera septuagenario y rodeado de pequeños partidos sin clara mayoría parlamentaria, no pudo cumplir con lo que había prometido, dado que ejecutó un plan de austeridad (similar a los del Fondo Monetario Internacional) y sus planes de transformar al sistema político e institucional naufragaron tempranamente.
Como lo recuerdan Lander y López Maya, no puede obviarse una suerte de pesada herencia que recibió Caldera al llegar al poder, como lo fue la intervención del Banco Latino, que daría paso poco después, en los primeros meses de aquel 1994, a una crisis bancaria mayúscula.
Durante la campaña electoral de 1998, el 44% de los hogares no tenía cómo satisfacer sus necesidades básicas y otro 18% de familias venezolanas ni siquiera tenía para alimentarse. Los salarios estaban severamente devaluados ante un 800% de inflación acumulada entre 1989 y 1996, años que comprenden los segundos mandatos de Pérez y Caldera, con el breve interregno en el poder del historiador e intelectual Ramón J. Velásquez y su gobierno interino, tras la destitución de Pérez en 1993, meses antes de concluir su período constitucional.
La sociedad había vivido, además, sucesos dramáticos y violentos durante 1989 (Caracazo) y 1992 (dos intentos fallidos de golpe de Estado). Ante la falta de respuestas efectivas al deseo de cambio social por parte de la clase política tradicional (de la cual Caldera era parte sustantiva), el deterioro social y una falta de horizonte de esperanza con los actores ya conocidos, se abrió una brecha en el sistema que allanó la irrupción del outsider, encarnado en Hugo Chávez.
El militar en situación de retiro, pero a quien todo el mundo llamaba “comandante”, había descartado años atrás la vía electoral para acceder al poder, sin embargo dio un giro estratégico en 1997, cuando se lanzó a recorrer el país anunciando su candidatura presidencial.
La sociedad que habló en 1998
Tal como lo planteó José Virtuoso, al analizar los dos procesos electorales que habían ocurrido al final de aquel 1998, en Venezuela no sólo tuvieron lugar unas elecciones o no había tenido lugar apenas un cambio de actores en la dirección del país. Se trataba, y esto lo recalca en su primera lectura de ambos procesos, de que en Venezuela se abrió “una nueva época”.
El cambio de época, al que se refería el fallecido rector de la Universidad Católica Andrés Bello, tenía un símbolo inequívoco: el fin del bipartidismo en Venezuela. Si bien para las elecciones de 1993, Caldera se presentó sin el apoyo de su histórico Copei, esta organización y AD siguieron teniendo un control institucional importante, al punto de que se considera a Acción Democrática, con “el caudillo” Alfaro Ucero, fue sostén del gobierno calderista entre 1994-1999.
La ruptura del bipartidismo no estaba solamente en un discurso desde el naciente chavismo en contra de aquellos dos partidos. Por ejemplo, en la elección del 8 de noviembre de 1998 un total de siete organizaciones se repartieron los cargos tanto del Congreso como de las gobernaciones y Asambleas Legislativas regionales.
Virtuoso apuntaba otro elemento sintomático de las dos elecciones de 1998: la marcada abstención. No había duda en los resultados, por la amplia diferencia a favor de Chávez y de sus adláteres, pero un asunto no menor es que 40% de los votantes no acudieron a las urnas el 8 de noviembre y un 36% dejó de hacerlo en las presidenciales del 6 de diciembre de aquel 1998. Eran datos que debían hacer reflexionar a la clase política, de cara al tiempo nuevo que se abría en el país.
Sumando el factor abstención a la participación que, a pesar de los pesares, habían obtenido los referentes políticos no chavistas, para Virtuoso resultaba claro -antes de que Chávez se juramentara como presidente de los venezolanos- que un gran peligro que envolvía a la “Revolución Bolivariana” estaba en pretender erigirse como conducción política hegemónica.
Referencias
Lander, Luis y López Maya, Margarita (1999). “Venezuela. La victoria de Chávez. El Polo Patriótico en las elecciones de 1998. En: Nueva Sociedad. N° 160. pp. 4-19.
Virtuoso, José (1998). “¿Qué nos reveló el 8 de noviembre?”. En: SIC. N° 610. pp. 466-469,
Virtuoso, José (1999). “Una revolución en marcha”. En: SIC. N° 611. pp. 10-13.
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