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Barbarie y civilización en política

Tomada de https://www.desdemitrinchera.com/

Política significará, pues, para nosotros, la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre los distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres que lo componen”.  Max Weber. “La política como vocación”.

Rafael Quiñones

17.09.24

Max Weber define poder como “la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social aún contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de su probabilidad”. El poder precede a la construcción del Estado, que hasta el momento ha sido el mejor constructo que los humanos han creado para la administración del poder.  El poder es una construcción social por el cual los humanos luchan para tener la capacidad de alcanzar determinadas metas colectivas, que obligan a crear capacidades para movilizar recursos para lograr esos objetivos.

Pero el poder sigue siendo el poder. Ya sea a nivel de individuos como de grupos, el poder genera recursos deseados, obediencia de unas personas hacia otras que siempre es anhelada y junto a todo eso, capacidades para alcanzar objetivos. El poder lleva al conflicto, porque generalmente todos los humanos lo desean y al ser varias personas las que aspiran al mismo, chocan, compiten y entran en conflicto para obtenerlo. Y al constituirse el Estado como el mejor ente para el uso del poder, se fijó que la lucha por el poder tuviera como objetivo máximo influir y dominar el poder del Estado. Esta lucha por el poder la podemos denominar como lo hace Weber, POLÍTICA.

La política es la lucha por el poder: obtenerlo, conservarlo, incrementar su radio de acción o al menos influir en su uso. Si bien los humanos necesitan el poder para alcanzar fines colectivos, ese no es el objetivo natural del poder. El poder obliga a reunir recursos para obtenerlo y ejercerlo, pero no establece previamente fines y reglas de cómo alcanzarlo y utilizarlo. Eso lo hacen los seres humanos con el arte de la política. Y la política en su esencia más primitiva no tiene reglas, objetivos ni moral per se,  excepto el obtener y usar el poder. Es algo que las sociedades construyen según sus deseos al  ser civilizadas y más sofisticadas.

El poder se puede utilizar para alcanzar fines colectivos de una sociedad o un sector importante, pero nuevamente esa no es su naturaleza. Las bases del poder son salvajes. Eso no significa que la política siempre será amoral y no pueda usarse en la búsqueda de un bien común. Sólo que no existe una naturaleza previa del poder y la política para buscar esos fines nobles. La política implica conflicto por el poder, porque todos lo desean, y los modos tanto para obtenerlo como ejercerlo,  son definidos por cada sociedad, no la política por sí misma escrita en su propia naturaleza como arte de obtener y usar el poder.

Primeramente, si la política se limita simplemente a una lucha pragmática y amoral para obtener el poder, y su ejercicio es de la misma manera, es difícil llegar a fines comunes. Por eso el papel del Estado moderno no es sólo organizar de forma eficiente el acceso y uso del poder, sino domesticarlo, para primero evitar sus usos más perjudiciales, y segundo, para poder alcanzar objetivos comunes de la sociedad más eficientemente. Si la política, arte de usar el poder, fuese una catedral, diríamos que sus bases bajo tierra (que sólo interesan generalmente a los expertos) son salvajes y llenas de cadáveres, cuya construcción se logró a través de la lucha existencial y violenta entre seres humanos, y donde necesitamos autores como Maquiavelo, Hobbes y Weber para entender esa dinámica. Mientras tanto, su inmensa y bella cúpula, contemplada por todos, sería la lucha agonal y pacífica (pero siempre con conflicto regulado) bajo reglas estrictas, que nunca deben violarse y en pos de un bien mayor. Para entender la cúpula, entran autores como Aristóteles, Kant, Arendt o Habermas. La política puede usarse o no para fines sublimes, pero sus bases siempre serán salvajes y oscuras. Podemos (y debemos) civilizar esas bases en cuanto se asciende en la catedral de la política, pero jamás negar su existencia en el subsuelo.

Por eso es risible que haya gente tanto con buena fe como malas intenciones, tratando de reducir la política a su aspecto más sublime como el diálogo, el conflicto regulado, la negociación, el acuerdo y el consenso. Son los fines más deseables de la política y cuando más civilizada y al servicio de las personas, es que se deben procurar estas formas para que funcione. Pero se hace escaso favor tanto a los políticos como quienes estudian la política o simplemente experimentan sus efectos, esta reducción. La política no tiene como naturaleza alcanzar fines colectivos nobles a través del poder, sino la lucha por el poder mismo, donde la imposición es más frecuente que el diálogo y el consenso.

El Estado moderno trata de civilizar esa lucha por el poder a través de distintos mecanismos: constitucionalismo, Estado de derecho, sufragio para elegir gobernantes, división de poderes, derechos políticos y civiles, etc. En resumidas cuentas, regula el poder a través de INSTITUCIONES. Las instituciones más avanzadas, las que aspira la política más moderna y la democracia liberal como objetivo, se lograrían al alinear los incentivos individuales con los colectivos: que cada uno, procurando su propio beneficio, contribuyera al de todos en sociedad. Tanto la política como la economía funcionan para el mayor número de personas cuando las instituciones la civilizan. El secreto reside en las instituciones, que cristalizan acciones en el largo plazo para alcanzar fines que abarquen al mayor número de personas al mismo tiempo que hace más civilizada la lucha por el poder entre seres humanos. Las más eficaces logran internar reglas civilizadas de convivencia entre las personas de tal manera que lo ven como algo natural y no impuesto por la sociedad.

Si la política es competencia por el poder, las instituciones son las reglas para competir por el poder. Una política más civilizada es aquella en que las instituciones son sólidas e inclusivas, exigiendo árbitros profesionales y un sistema que los respalde y controle. Sin árbitros es esperable una guerra campal. La democracia liberal es de momento el sistema más sofisticado que tenemos al alcance para garantizar la política civilizada más grande que la humanidad ha alcanzado. No suprime todos los elementos que se consideran bárbaros del poder y la política, pero los domestica a niveles increíblemente importantes.

Pero la mayor constante en la historia de la humanidad es que la política esté reducida a sus aspectos más primitivos. Incluso en la actualidad, la mayor parte de los países del mundo vive entre autoritarismos abiertos o con ciertas apariencias de institucionalidad democrática; el número es mayor al de las democracias liberales, sean plenas o débiles. Eso no debe desanimarnos en busca de la democracia y las formas más elevadas del ejercicio de la política, sino recordamos que la política no se reduce a lo que nos dice debe ejercerse en una democracia liberal, sino es algo más primitivo y brutal que queremos trascender para ser mejores, no negar su existencia.

Toda esta larga perorata es necesario tenerla en cuenta cuando se lucha por la política civilizada y la democracia liberal en un país en que la misma no sólo no existe, sino que está regida por una de las formas más primitivas: la autocracia y el autoritarismo, fundamentados en instituciones extractivas (que son manejadas y que benefician a unos pocos) o simplemente sin instituciones, llevándonos a la ley del más fuerte para ejercer el poder.

Es ingenuo que, en un contexto autocrático, la gente esgrima simplemente que siguiendo al pie de la letra la receta por la competencia por el poder por parte de los que quieren una forma más democrática de ejercer el poder, desplazarán a quienes ya lo tienen y lo ejercen de manera autoritaria. La gente debe comprender que se diseña una estrategia en que se le obligue a una élite autoritaria a ejercer y entregar el poder de manera democrática (en que los usos e instituciones ortodoxas de la democracia liberal no estarán presentes), o se usan métodos salvajes para desplazar esa élite para construir un sistema democrático. Flaco favor tienen aquellos que intentan vender que medios puros llevan automáticamente a fines puros, y que es preferible la sumisión ante el poder autoritario que el conflicto contra dicha forma de ejercer el poder, aunque el objetivo sea justamente construir una forma mucho más civilizada de política que la autocrática. Renunciar per se al poder por miedo al conflicto es la verdadera antipolítica, no su ejercicio fuera de cánones no ortodoxos en donde conflicto sí o sí estará presente.

            Anexos.

  1. Países del mundo según su índice de democracia según The Economist.

2. Países del mundo según su Estado de Derecho según World Justice Proyect.

3. Países del mundo según su calidad institucional según RELIAL.

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