
Rafael Quiñones
27.09.24
El 15 de septiembre del 2024, Fernando Savater, escritor y filósofo español escribió “La lección de Venezuela”, un magnífico artículo sobre el debate que se dio en el Parlamento español en torno al reconocimiento de Edmundo González Urrutia como presidente electo de Venezuela, ante las pruebas que su comando de campaña había recabado sobre su triunfo electoral, en contraste con la carencia de actas electorales que avalan la supuesta victoria de Nicolás Maduro el 28 de julio de este año. Uno creería que 40 años de autocracia franquista dejaría claro a los españoles lo importante que es que la democracia esté por encima de las ideologías, pero pareciera que no. Sabemos que, para esta fecha, España es una nación políticamente polarizada, pero que se abandone la valoración de la democracia en pro de ideologías que no se pueden debatir sin presencia de esa democracia, es cuando menos desconcertante.
Fernando Mires define a las ideologías, en contraste con las ideas como “sistemas de ideas petrificadas con escasa comunicación metabólica con su mundo exterior. Las ideas en cambio surgen del enfrentamiento con la realidad, la que se muestra a través de sus acontecimientos. Los ideales, a su vez, son ideas que se quieren aplicar en el futuro ya que en el presente todavía no son viables. Los ideales, a diferencia de las ideologías, son simples posibilidades. Las ideologías en cambio, dan por seguro su cumplimiento futuro”(Mires, 2018, https://polisfmires.blogspot.com/2018/03/fernando-mires-recordando-vaklav-havel.html ). Una persona guiada por ideas, moldea sus creencias con base a lo que percibe de la realidad. Una persona que se orienta por ideologías, adapta su percepción de la realidad de acuerdo a su ideología. La ideología piensa por él más allá del razonamiento inductivo-deductivo o la evidencia empírica.
Por lo tanto, fue bastante desconcertante ver en el Parlamento español (de una nación plenamente democrática según todos los indicadores internacionales), que el debate alrededor de reconocer o no a Edmundo González Urrutia como presidente electo de Venezuela no recayera en la democracia, si el candidato era presidente o no, y si el ambiente en Venezuela era de libertades democráticas o no. No, fue un debate en mayor parte dominado por la identidad política de los parlamentarios presentes y su visión de la geopolítica basada en amigos-enemigos existenciales. Esto fue mucho más notorio entre los diputados que votaban en contra de reconocer a González Urrutia. Lo suyo no era argumentar si el ganador de la contienda del 28 de julio del 2024 había sido Nicolás Maduro en detrimento de González. Lo suyo era evitar que una “ultraderecha” pro norteamericana tomara el poder en Venezuela, aunque hubiera cumplido con los trámites que exige la democracia para acceder al poder: ganar unas elecciones. Las elecciones para ellos sólo son un trámite de poca importancia; para quienes no tengan la ideología aceptada, el hecho de ganar elecciones carece de validez alguna para acceder al poder de un país.
Una pequeña pausa teórica. Norberto Bobbio, uno de los mayores pensadores de la política del siglo XX, especialmente en torno a la democracia, decía que la distinción entre derecha e izquierda es la siguiente: quienes se declaran de izquierdas dan mayor importancia a su conducta moral y a su iniciativa política que convierte a los hombres en iguales, o a las formas de atenuar y reducir los factores de desigualdad; mientras que los que se declaran de derechas están convencidos de que las desigualdades son inevitables, y que al fin y al cabo ni siquiera deben desear su eliminación (Bobbio, 1995). Temas como la expansión o reducción del Estado en la economía, el volumen de la ayuda social gubernamental, o la calidad de la democracia misma son temas secundarios para definir la esencia del espectro derecha-izquierda en política. Pero de pronto, Edmundo González Urrutia, demócrata y heredero de un programa de gobierno democrático de corte liberal en lo económico cedido por María Corina Machado, es de pronto “un ultraderechista”, es decir, un defensor a ultranza de desigualdades sociales radicales en la sociedad moderna, como las basadas en sexo, religión, lengua o procedencia étnica. Nada ni en año luz en el discurso y programa político de Edmundo González Urrutia (EGU) ni María Corina Machado, la candidata unitaria original de la oposición venezolana, contemplaba algo que se pudiera interpretar como de “ultraderecha”.
Retomemos, la discusión en el Parlamento español era reconocer o no a EGU, si era presidente electo o no de acuerdo a lo sucedido en el proceso electoral del 28 de julio del 2024, declararlo ganador, daría como conclusión que Nicolás Maduro se había robado las elecciones y había comenzado un proceso de represión autoritaria contra todo aquel que pensara que él no había ganado las elecciones. Pero para la bancada de izquierda y centroizquierda del legislativo español ese no era el tema. ¡La democracia no era el asunto a tratar! El tema no es que hubiera una dictadura o no en Venezuela, sino que se tenía que defender a Nicolás Maduro por una supuesta afinidad ideológica, porque en teoría “es un régimen de izquierda”. No importa que en Venezuela todos los indicadores sobre lo que es democracia en el mundo, Estado de derecho, institucionalidad política, entre otras cosas, estén en déficit en el país. Si Maduro esgrime al menos a nivel de discurso temas de anticapitalismo, antagonismo contra Estados Unidos y la globalización económica, es suficiente para darle su apoyo automático, aunque conserve el poder de forma ilegítima y viole abiertamente los derechos humanos.
Difícil saber al cien por ciento si la bancada de derecha y centroderecha española se hubiera comportado igualmente como garante de la democracia si se discutiera el reconocimiento de victoria electoral para un presidente de izquierda o extrema izquierda en medio de esta polarización ideológica que vive España. Quizás nunca lo sabremos, pero los gruesos de sus diputados esgrimieron el tema de la democracia y la verdad por encima de la ideología. Es risible que desde el otro espectro de la política española se defendiera el régimen de Maduro por mera afinidad política-ideológica, siendo el gobierno que más ha empobrecido a las masas más vulnerables, retirado los derechos laborales a la clase obrera y construido una burguesía con la riqueza más obscena jamás vista, bajo la sombra de un supuesto Estado revolucionario, entre otras atrocidades. La realidad política para este grupo es meramente narrativa: el discurso político del gobierno de Venezuela es de izquierda revolucionaria y por lo tanto hay que darle una automática solidaridad política. Lo contrario es ser fascista y de ultraderecha, aunque se defienda un régimen que viola los preceptos básicos de la democracia y las libertades públicas, entre ellas, los derechos sociales.
Ser de derecha y de izquierda son elementos que sólo tienen sentido en democracia, y gracias al parlamentarismo, la discusión sobre qué elementos de las desigualdades y del igualitarismo son justos o no en una sociedad moderna puedan ser debatidos. De ese choque se crean legislaciones y políticas públicas en torno a qué aspectos de las desigualdades sociales deben ser tratados por el Estado y cuáles no. En dictadura eso no se da, la realidad del discurso político puede estar completamente divorciada de las acciones concretas del gobierno, que puede un promiscuo ideológicamente según lo que desee y le convenga. En democracia, la coherencia entre el gobierno y su “ideología” es evaluada por el electorado, que puede premiar o castigar esa coherencia. En dictadura no. Por lo tanto, en una dictadura la identidad política se la autoasignan los propios mandatarios de acuerdo a sus intereses.
Es triste que parte de los políticos de una nación que sufrió más de 40 años de férrea dictadura franquista y goza de una democracia plena, según los indicadores, den solidaridad a un gobierno dictatorial y antepongan la ideología por encima de la democracia y la legalidad. Es verdad que desde lo más extremo de la izquierda se considera a la democracia liberal como una democracia falsa, frente a las utopías democratizadoras ofrecidas por el igualitarismo de la extrema izquierda. Pero gracias a esa “detestable y falsa” democracia liberal, los ideales que defiende la izquierda han tenido más suerte en estar en la agenda pública de los gobierno y Estados del mundo, que en las dictaduras revolucionarias que esgrimen servir a las grandes mayorías empobrecidas de sus respectivas sociedades, a las supuestamente defienden, pero son aplastadas por su autoritarismo.
Con democracia al menos el igualitarismo tiene alguna oportunidad, en mayor o menor grado, pero sin democracia es imposible. Por lo tanto, ante cualquier debate político, la democracia como sistema político y forma de vida está por encima de cualquier discusión entre igualdad/desigualdad. Lo contrario es cinismo político camuflajeado con discursos de justicia social.
Para finalizar, no hay nada más colonialista, sea de izquierda o derecha, que alguien desde la comodidad del primer mundo justifique para Venezuela lo que jamás aceptaría para su propio país (Rafael Uzcátegui dixit).
Bibliografía:
BOBBIO, Norberto (1995). “Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política”. Madrid, Editorial Santillana S.A.
MIRES, Fernando (2018). “Recordando a Vaklav Havel”. En https://polisfmires.blogspot.com/2018/03/fernando-mires-recordando-vaklav-havel.html . Consultado el 19/09/2024.
SAVATER, Fernando (2024). “La lección venezolana”. En https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2024-09-15/la-leccion-venezolana/ . Consultado el 19/09/2024.
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