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Venezuela en el contexto mundial

Tulio Ramírez 25.02.25

Analizar la situación de Venezuela abstrayéndose del contexto mundial, sería un error metodológico muy grave. Esto no solo lo saben los analistas avezados sino también cualquier joven que estudie Sociología, Economía, Estudios Políticos, Estudios Internacionales, o cualquier otra carrera universitaria en la que parte de su objeto de estudio sea el análisis de la formación económico social.

Si bien es cierto que el mundo está pasando de un sistema unipolar liderado por Estados Unidos a uno multipolar, donde potencias como China, Rusia e India juegan un papel cada vez más importante, también lo es que a la par de que esta transición ha generado tensiones y competencia, también ha generado oportunidades para la cooperación y el equilibrio de poder en aras de evitar la destrucción masiva.

Esto ha llevado, aguas abajo y más allá de la retórica de los micrófonos, a la construcción de acuerdos que muchas veces desdicen la retórica pública y que afectan las políticas internas de países. El caso de Ucrania es emblemático. De la noche a la mañana pasó, de ser un aliado y protegido de los EEUU, a ser considerado por la nueva administración del país del norte, como el principal causante de la guerra que sufre su territorio invadido por Rusia.

Otro tanto tiene que ver con la competencia entre Estados Unidos y China, la cual se intensifica en diversos ámbitos. Indudablemente la competencia comercial y tecnológica entre ambas naciones, ha brindado la oportunidad de obtener avances en materia de innovación y desarrollo que beneficiarían a la humanidad. Sin embargo, paradójicamente, tal competencia podría generar conflictos, debido a la necesidad de conservar o ampliar mercados. Tal situación podría redundar en crisis económicas globales o movimientos bélicos para ampliar la influencia geopolítica y militar en el mundo con el fin, por ejemplo, de asegurarse materias primas.

Venezuela se relaciona con diversos actores globales y regionales conformando lo que se podría llamar un eje que cada vez se aparta más de las prácticas democráticas. Mantiene en la región alianzas con países como Cuba y Nicaragua, y en el resto del mundo, con países muy cuestionados como Rusia, China, Corea del Norte e Irán, que le brindan apoyo político y económico en un contexto de sanciones internacionales y aislamiento diplomático. En paralelo, enfrenta tensiones con Estados Unidos y una gran cantidad de países alineados con la democracia, que critican su gobierno y promueven un cambio político en el país. Este eje de alianzas podría variar de acuerdo a la dinámica mundial tal como observamos en el caso de Ucrania.

Por ser un país productor de petróleo, forma parte de ese tablero de ajedrez y, evidentemente, es una pieza importante para los planes de las potencias económicas y militares ya que aun con el avance en la creación de fuentes energéticas alternativas, el crudo sigue siendo un recurso codiciado, dado que buena parte del parque industrial y automotor en el mundo requiere de este combustible fósil.

La diáspora hacia Europa de cientos de miles de oriundos de países musulmanes ha generado choques interculturales de tal magnitud que se han convertido en un verdadero problema nacional, conllevando una impostergable revisión de las políticas de migración de los países receptores. Esto también se ha visto en América Latina.

La diáspora venezolana también ha tenido un impacto regional. La migración masiva ha generado alertas en los países vecinos. Afrontar la llegada de millones de personas en busca de refugio y oportunidades ha impulsado debates sobre las causas que la han hecho posible.

Los casi 8 millones de venezolanos que han salido del país en los últimos 4 años, no solo ha originado dificultades en los países que los han recibido, sino que se ha traducido en una fuente de constante reclamo al país, ya que se ha entendido que la causa de esta migración masiva se debe a las precariedades de la economía venezolana, la falta de empleo, los bajos salarios y la persecución política. Las presiones en los foros internacionales organizados en la región constituyen un permanente llamado de atención que se replica en eventos organizados por los organismos multilaterales.

Por otra parte, la protección de los derechos humanos se ha convertido en bandera compartida en buena parte del globo terráqueo. Si bien se ha cuestionado la escasa acción en esta materia por parte de algunos organismos internacionales, se han ampliado los reclamos por la multiplicación de organizaciones no-gubernamentales que exigen con vehemencia en los foros internacionales y a los gobiernos incursos en esas prácticas, el cumplimiento de la Carta de las Naciones. La sanción moral a nivel internacional ha contribuido al desprestigio de las naciones violadoras de estos derechos, lo cual ha incidido en el deterioro de sus relaciones internacionales.

Precisamente, este es uno de los aspectos que ha enturbiado durante los últimos años las relaciones entre Venezuela y muchos países del mundo. Las presiones internacionales sobre la Corte Penal Internacional para que se emita de manera oportuna un pronunciamiento sobre la violación de los derechos humanos en el país, ha generado un frente de preocupación adicional en el gobierno, por las eventuales consecuencias que generaría tal pronunciamiento.

Así entonces, la situación de Venezuela en el panorama político mundial es compleja y multifacética, marcada por una serie de factores internos y externos que la convierten en un actor relevante, aunque a menudo controvertido, en la escena internacional.

En este contexto, Venezuela es vista en el panorama político mundial como un país en crisis, con un gobierno cuestionado y una oposición dividida, que enfrenta desafíos internos y externos que dificultan su estabilidad y desarrollo. Su futuro dependerá de la capacidad de los actores políticos y sociales para dialogar de manera transparente y con ánimo de encontrar soluciones pacíficas y democráticas a los problemas. Sin embargo, los vaivenes de la política internacional podrían servir para presionar y apoyar este diálogo para promover un cambio, o, por el contrario, mantener estratégica indiferencia para lograr convenientemente que el tablero siga inamovible.

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