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El socialismo chino: ¿se parece al del siglo XXI latinoamericano?

Tomada de Revista De Frente

Alex Fergusson 05.09.25

El modelo de desarrollo socialista de China es un fenómeno complejo que ha generado un intenso debate global. Si bien ha impulsado un crecimiento económico sin precedentes y sacado a un tercio de su población de la condición de pobreza extrema, también plantea serias preocupaciones en relación con las libertades individuales y los derechos humanos.

El «socialismo con características chinas» se diferencia tanto del socialismo clásico ruso como del capitalismo occidental, y se puede entender como una combinación pragmática de elementos socialistas y capitalistas bajo la estricta dirección del Partido Comunista Chino (PCCh).

Sus pilares fundamentales incluyen: a) economía de mercado dirigida por el Estado, pues, aunque el mercado juega un papel cada vez más importante en la asignación de recursos (se estima que el 97% de los precios son decididos por el mercado y el 90% de las empresas son privadas), el Estado mantiene un control estratégico sobre sectores clave de la economía. Las grandes empresas estatales (SOE) son centrales para la producción nacional y la inversión; b) liderazgo monolítico del partido, pues el PCCh ejerce un control absoluto sobre todas las esferas de la vida política, social y económica. La Constitución china establece que «todo el poder en la República Popular China pertenece al pueblo», pero en la práctica, es el PCCh quien define y ejecuta la voluntad del pueblo; c) prioridad al desarrollo económico: desde las reformas de Deng Xiaoping, el objetivo principal ha sido el desarrollo de las fuerzas productivas y la modernización del país. Se ha argumentado que China se encuentra en una «etapa primaria del socialismo» donde la acumulación de riqueza material es necesaria antes de buscar formas más igualitarias de socialismo; d) enfoque en la «armonía social»: la estabilidad y la armonía social son valores centrales, a menudo priorizados sobre las libertades individuales. El legado histórico de Confucio, con su énfasis en el orden social y la jerarquía, ha influido en una concepción china donde los derechos individuales a menudo se subordinan a los intereses colectivos o del Estado.

Aquí es donde el modelo chino enfrenta las críticas más contundentes por parte de la comunidad internacional y organizaciones de derechos humanos, que tienen que ver con la restricción de la libertad de expresión y de prensa, pues el Gobierno mantiene un estricto control sobre la información y los medios de comunicación. La censura en internet (el «Gran Cortafuegos») es generalizada, y las críticas al Gobierno son reprimidas. Activistas, periodistas y defensores de derechos humanos son rutinariamente detenidos, enjuiciados y condenados a largas penas de prisión.

Habría que agregar la falta de libertad política, ya que no existe un sistema multipartidista ni elecciones democráticas en el sentido occidental. El PCCh es el único partido gobernante, y la disidencia política no es tolerada, a través de la vigilancia masiva y el control social, pues China ha implementado un extenso sistema de vigilancia con millones de cámaras de alta resolución, software de reconocimiento facial y el uso de inteligencia artificial, para monitorear a sus ciudadanos.

El «sistema de crédito social» es un ejemplo de cómo se busca regular el comportamiento individual y social, además de una sistemática represión de minorías étnicas y religiosas como ocurre con los uigures en Xinjiang, donde se han documentado detenciones masivas en campos de «reeducación», trabajo forzoso y otras violaciones graves de derechos humanos.

También se han reportado restricciones a la libertad religiosa y la ausencia de un sistema judicial independiente, el cual estábajo el control del PCCh, lo que genera dudas sobre la imparcialidad de los juicios y la protección de los derechos de los acusados; y, finalmente, la diferencia en el concepto de «derechos humanos», pues en China su enfoque prioriza los derechos económicos y sociales sobre los derechos civiles y políticos; además, considera los derechos humanos como asuntos internos y rechaza la injerencia externa.

Así que el «socialismo con características chinas» no es totalmente comparable con el concepto de «Socialismo del Siglo XXI» propuesto en América Latina (por ejemplo, por Heinz Dieterich y asumido por Hugo Chávez en Venezuela, el Grupo de Puebla y el Foro de Sao Paulo).

Si bien ambos abogan por un papel fuerte del Estado y buscan una alternativa al capitalismo neoliberal, existen diferencias fundamentales. El Socialismo del Siglo XXI latinoamericano, al menos en teoría, buscaba una «democracia participativa y protagónica», lo que implicaba una mayor apertura política y participación ciudadana, aunque en la práctica, a menudo ha derivado en regímenes autoritarios con restricciones a las libertades. El modelo chino, por su parte, nunca ha planteado la posibilidad de una democracia multipartidista.

Mientras que algunos modelos del Socialismo del Siglo XXI han enfatizado en la nacionalización y el control estatal de vastos sectores económicos, China ha permitido y fomentado un sector privado robusto, aunque siempre bajo la supervisión del partido, pero además, el Socialismo del Siglo XXI latinoamericano se nutre de tradiciones de movimientos sociales y luchas por la independencia, mientras que el modelo chino se inserta en una tradición milenaria de centralización del poder y un acento confuciano en la armonía social sobre el individualismo.

En conclusión, el «socialismo con características chinas» ha demostrado ser un modelo efectivo para el desarrollo económico y la modernización. Sin embargo, este éxito ha venido de la mano de un sistema político altamente centralizado y autoritario que restringe significativamente las libertades individuales y los derechos humanos, tal como se entienden en gran parte del mundo.

Así que, la tensión entre el desarrollo económico impulsado por el Estado y la ausencia de libertades fundamentales, sigue siendo el principal desafío y objeto de crítica para el modelo chino en el escenario global.

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