Primer Concurso de Ensayos y/o Fotografía de PolitiKaUcab: Una mirada a la protesta
Se agrega el ensayo de Gabriel León, quien ocupó el tercer lugar en la premiación del concurso con el ensayo: La protesta callejera en Venezuela: ¿un espacio para la reconciliación?
Autor: Gabriel León / 03 de julio de 2014
Introducción.
Actualmente en Venezuela se ha despertado una ola de protestas que llevan más de tres meses pululando en las calles de diversas ciudades del país. Los motivos, diversos; el objetivo, recuperar el estado de bienestar y felicidad, así como la libertad que en los últimos años parece haberse deteriorado. Los recursos, son un elemento esencial en este proceso, porque a fin de cuentas somos seres humanos, físicos, de carne y hueso, que requieren de todo un mundo material para poder subsistir.
Muchas veces las condiciones a nuestro alrededor no son lo suficientemente aptas para que podamos desarrollar todos nuestros recursos personales. Esto quiere decir que no existe una consonancia entre el capital personal y el capital social, entendiendo este último como lo que en libro Aprender a Vivir[1] son un buen sistema educativo, seguridad, paz, estabilidad política, entre otros. Cuando estas dos realidades chocan (el capital personal con el capital social) es difícil poder trazarse metas claras porque siempre se tropezará con el entorno, como si de un gran muro se tratara.
Son justamente las metas uno de los elementos que nos permiten alcanzar la felicidad. En el libro se nos define la felicidad como la posibilidad de poder alcanzar nuestras metas, que pueden ser salud, bienestar, dignidad, paz, entre otras, con la posibilidad de ampliar nuestras posibilidades de desarrollo; y desde este punto la motivación juega un papel fundamental, puesto que es el motor que nos impulsa a perseguir esas metas para lograr nuestro máximo, o al menos el más óptimo desarrollo de nuestra capacidades.
Somos seres sociales, políticos, necesitamos vivir en sociedad y para ello desde que la historia es historia el hombre ha necesitado hacer pactos con sus semejantes, a fin de garantizarse un determinado estado de bienestar. El pacto social, en términos más sociológicos, es lo que ha hecho posible la civilización, es decir, la posibilidad de agruparnos de acuerdo a una cierta cantidad de características que nos unan o identifique, y en base a ellos edificar una identidad, una personalidad.
En el caso de la sociedad venezolana, como de la latinoamericana en general, esa personalidad ha sido en un primer momento aprendida y luego recibida. Me explico, si hablamos en términos históricos, antes de 1492 todo lo que hoy llamamos América Latina se encontraba disgregada en una multitud de pueblos, tribus e imperios aborígenes que de una u otra manera desarrollaron su propia identidad. Muchas veces esta identidad estaba mediada por el medio geográfico. Pero a partir de 1492, con la llegada de una civilización con Cristóbal Colón, se dio un proceso de transformación puesto que se «recibió» una nueva manera de vivir la vida, con nuevos conceptos, valores, religiones, estructuras sociales, y hasta biológicas si pasamos a hablar de las diferencias raciales. De esta manera se conformó una nueva cultura en donde se solaparon parámetros propiamente europeos con los esquemas autóctonos, dando así un nuevo orden cultural en el que se «eligió» ser occidental.
En el caso venezolano, luego de 1830 que se comienza un período como país independiente, se abogó por tomar esquemas políticos, sociales y culturales de Europa e insertarlos en la sociedad. En ese transcurso histórico se pasaron por regímenes liberales, dictatoriales, guerras civiles, hasta que en 1959 se abrió paso a la democracia. En efecto, y sobre todo, el siglo XX constituye para nuestra historia como nación un punto fundamental por los aceleradísimos cambios que entonces sufrió la sociedad. Pero esos cuarenta años de democracia, a la luz de hoy, son alabados por un sector y vilipendiados por el otro, sobre todo a partir del auge que tuvo un nuevo modelo político que coronó su éxito con el puesto presidencial en 1999.
Desde entonces, y hasta la actualidad, se ha impuesto un modelo de país fundamentado en una mescolanza de ideas que van desde el marxismo más ortodoxo, pasando por el socialismo con algunos tintes de socialdemocracia y hasta capitalismo. En tal sentido, nuestro fin con este trabajo es el hacer un pequeño análisis sobre la situación actual de malestar y revuelta social, enfocándonos en la dicotomía de los dos grandes grupos políticos dominantes agrupados en dos partidos: el PSUV (oficialismo) y la MUD (oposición). Sobre ello desarrollaremos las próximas líneas recurriendo a la crítica hacia ambos bandos, no como un partidario de alguna de las tendencias sino como la de un ciudadano que antepone a cualquier sistema político y de poder, el bienestar de su país
He de aclarar antes que el marco referencial teórico será tomado del libro Aprender a Vivir de José Antonio Marina. No obstante, en el análisis irán elementos que pertenecen al plano de lo cotidiano, esto incluye elementos que van desde el lado oficialista, pasando por el opositor hasta llegar a las posturas más radicales de ciertos grupos de resistencia política, conocidos como una “tercera opción” que incluyen células conformadas por personas que viven en la clandestinidad y grupos con toda la estructura de un partido político, pero que sin embargo no lo son por el desconocimiento del actual sistema electoral. Esto es así porque intentamos abordar el tema de la manera más crítica posible, basados en el contacto con estos distintos grupos, sin caer en partidismo y sectarismos.
Una dicotomía de inconsistencias.
En 1959, frente a las circunstancias, se tuvo que escoger entre un modelo basado en la mano dura militar y otro donde fuesen los civiles quienes definieran su destino como nación. En ese entonces se optó por la segunda opción. En otras palabras, se tuvo la capacidad, la autonomía, de escoger entre las opciones que se presentaban y que se juzgó a una de ellas como la más apta para poder lograr el pleno desarrollo de nuestras posibilidades como país y sociedad, pero también en lo personal según la consciencia de cada individuo. Se tomó una decisión, así como también se eligió el 1999.
Puede resultar anacrónica la comparación de dos momentos históricos totalmente diferentes, pero en ambos casos se actuó con autonomía, con libertad o en busca de ella al menos. Aunque quizás lo que falló en el 99 fue el autocontrol, es decir, la capacidad de sentarse un momento y reflexionar sobre cuál de las opciones eran la más adecuada, elegir con el cerebro, no con el estómago. Aunque no dudo que la mayoría del país fue manipulado por un discurso, aun cuando ya existían personas que advertían sobre las consecuencias de actuar irracionalmente, se actuó de manera pasional y se pretendió entregar la soberanía en manos de un hombre que fue visto con ojos y corazones sedientos de un mesías.
No se fue inteligente, como tal vez si lo fue ese sector que advirtió el desastre. Se actuó quizás porque no se valoraba lo que se tenía entonces y se creía que había un nivel aún mayor de bienestar y felicidad que no los había alcanzado. Sobre eso no tengo mucho que decir, no viví esa época. Pero como sea, se puso a un lado nuestras posibilidades, nuestras habilidades y recursos para poder solucionar los problemas de entonces, no se actuó de manera inteligente.
Después de 15 años vemos como la situación ha venido desmejorando, no porque lo diga el bando opositor, sino porque es lo que se percibe en el aire, en el entorno, cada vez que se asoma la nariz fuera de la ahora relativa seguridad y confort del hogar. Esto ha dado motivo para que se fuese cocinando un amasijo de ideas, emociones, frustraciones y sentimientos que de alguna u otra manera han estallado en los últimos dos meses bajo la forma de protesta e incluso, como lo llaman algunos, una resistencia.
Ante esa situación los bandos han recurrido a la confrontación directa o indirecta sin que lleguen a verse cosas que realmente satisfagan las necesidades que se reclaman en las calles. Antes bien, pareciera haber un acuerdo tácito entre ambos contrincantes para generar un fachada, digo, es la percepción que da cuando uno ve a ciertos sectores en posiciones que dejan mucho que desear, de acuerdo a la lucha que se plantean. Muchos hablan de democracia, pero pocos o nadie la define; muchos hablan de seguridad, pero se encierra en una sola esfera su delimitación; otros hablan de felicidad, pero resulta que hay dos o más modos de ver la felicidad desde el plano político y social.
¿Qué entender por felicidad en las presentes circunstancias?
En el libro se nos plantean seis puntos indispensables para poder alcanzar la felicidad, los cuales resumiremos a continuación, tanto para tener un marco referencial:
1) Elegir las metas adecuadas: las metas o proyectos son un paso previo para alcanzar la felicidad puesto que se consideran y se enmarcan dentro de las posibilidades que cada persona tiene, a ello hay que dedicarle tiempo y esfuerzo para que nos rindan frutos y sabernos parte de algo que genera un bien ya sea personal o social, o ambas.
2) Resolver problemas: llegar a alcanzar las metas, o luchar por ellas, no garantiza que sea algo realizable por simple acto de magia, porque de hecho la palabra lucha lleva implícitamente la idea de que habrá obstáculos en el camino que habrá que sortear y hacerles frente.
3) Soportar el esfuerzo y recuperarse de los fracasos y traumas: se debe ser tenaz, valiente y decidido; un constante actuar en pro de combinar los conocimientos con la determinación para estar preparado ante lo que sea que venga, sabiendo que si se tropieza y se cae, uno debe levantarse lo más pronto posible y aprender la lección, pues es en ese tipo de situaciones donde se esconde la sabiduría.
4) Valorar adecuadamente las cosas y disfrutar con las buenas: esto es darle a cada cosa su lugar, separar lo indispensable de lo prescindible, lo cual requiere perspicacia para saber identificar y clasificar para saber apreciar las cosas buenas que se presentan y dejar pasar las malas.
5) Mantener lazos afectivos cordiales con los demás: como se explicaba anteriormente, el ser humano necesita vivir rodeado de los de su especie, porque son ellos los que en buena medida configuran su personalidad y éste a su vez la suma para esa suerte de personalidad colectiva.
6) Conseguir una autonomía correcta respecto a la situación: esto no quiere decir que se debe ser asocial, sino poder tener la capacidad de elegir, opinar y actuar en base a un conjunto de pensamiento y creencias propias.
Este proceso de buscar la felicidad y convivir con otros nos configura el modo de interactuar y de vivir. Ciertamente a veces dependemos en buena medida de las condiciones biológicas con las que nacemos, de una buena estructura mental y cognitiva que nos permita desarrollar un pensamiento abstracto y/o memorístico, así como la parte biológica y hormonal que puede jugar un papel fundamental en el desarrollo de nuestro temperamento.
Ahora bien, cuando actuamos en la sociedad vamos desarrollando capacidades que vienen (digamos) empaquetadas y que debemos desenvolver y comenzar a lubricarlas. Se da un proceso recíproco en el que la sociedad configura al individuo y éste a su vez ayuda a configurar el carácter de la sociedad, dando como resultado un comportamiento. Pero sobre todo aprendemos hábitos.
Aprendemos a pensar en base a un lenguaje que nos da un código para descifrar todo cuanto nos rodea y acontece. Comenzamos a desarrollar una secuencia de pensamiento que denominamos lógica. Adoptamos creencias que nos permiten comprender a los demás y comprendernos a nosotros mismos, generándonos un sin número de emociones al respecto. Al mismo tiempo desarrollamos posturas afectivas hacia las circunstancias, optimismo-pesimismo, agresividad-timidez. Se desarrolla la idea de odio, miedo, felicidad, amor, seguridad, envidia, entre otros. Adquirimos por diversas vías, sobe todo por la educación, mecanismos de autocontrol, costumbres y prácticas morales, marcos referenciales que nos permiten discernir entre lo bueno y lo malo tanto para el individuo como para el colectivo.
Ahora, en el plano de Venezuela existen al menos dos maneras de entender la felicidad que se erigen como las dominantes y contrapuestas. Aunque en un sentido explícito no existen tales definiciones, intentaremos hacer una aproximación con base al marco teórico que ofrece el libro y que hemos resumido en líneas anteriores.
Nuestro desarrollo como país ha permitido que adoptemos una personalidad nacional que nos diferencia de otros países de la región. En el plano político gobierno y oposición hablan de ser guardianes de la democracia, uno se muestran como la experiencia más democráticas que ha tenido el país en los últimos 50 años, y otros como luchadores que buscan rescatarlas. El carácter socialista con que se autodenomina el gobierno hace que sus políticas se enfoquen sobre todo en las clases más bajas, sobre la base del exacerbamiento de pasiones tales como resentimiento y odio hacia quienes de una u otra forma son poseedores de grandes o medianos bienes y un estatus económico. En consecuencia, se ha creado la matriz de que el pueblo ha emprendido una lucha por librarse de los brazos perversos de la oligarquía-burguesía aliada del imperio (EEUU), y como tal debe imponer su proyecto en base a un proceso revolucionario, o al menos así se plantea en el discurso oficial.
Del otro lado encontramos a una asociación de partidos que se oponen al gobierno con las siglas MUD, cuyo objeto último es lograr la salida y cambio de régimen. Su discurso tiende a centrarse en la afirmación de que el pueblo venezolano es un pueblo democrático y pacífico, cuya lucha está enmarcada dentro de los rangos constitucionales. Además, en la vía opositora, el discurso también recalca las numerosas carencias que hoy sufre la sociedad como consecuencia de un modelo político y económico fracasado, pero cuyos cabecillas insisten en mantener y llevar adelante. Si hablamos que democracia es libertad, entonces podemos decir que implícitamente se está hablando de que hoy gozamos de menos libertades que hace 15 años, y por consiguiente se nos está restando la autonomía.
El discurso político oficial habla de ser garante de una democratización masiva del país, pero al mismo tiempo acude a una serie de atropellos contra la disidencia tal como se ha visto desde el 12 de febrero hasta la fecha. De facto, se ha eliminado el derecho a disentir y expresarlo en un espacio que es público por definición, la calle. Prácticamente se impone una dictadura de “las mayorías” sobre una “minoría”, el concepto de felicidad gravita sobre la emancipación del “pueblo” sobre la burguesía, se plantean metas como la erradicación de la pobreza, el aumento del poder adquisitivo, el fomento de la cultura y la educación, entre otras cosas; pero en el plano práctico poco o nada es lo que se ve. Las barriadas siguen aumentando, la salubridad pública está en un estado crítico con la falta de insumos y la reaparición de enfermedades que se consideraban erradicadas, los costos de vida son cada vez más elevados, comer se convierte en un lujo con el pasar de los días, sin hablar del progresivo intento por imponer una sola línea de pensamiento. Repito, esto, es lo que se vive en las calles, no lo que vende un discurso político.
Naturalmente, un país que ha pasado por una experiencia democrática, al ver que sus condiciones de vida se deteriora de manera tan acelerada, reacciona y la calle se convierte en ese medio para hacerlo explícito, para hacerlo público. Ante esta situación, surge una posible fractura en el seno de la oposición, entre los que abogan por una postura radical en cuanto al mantenimiento de la protesta callejera y los que abogan por sentarse en una mesa de “diálogo” o de “negociación”. Se dan ahora tres grandes modelos, el oficial que a duras penas se mantiene aparentemente cohesionado, una oposición moderada y otra radical. Estas actitudes surgen porque a fin de cuentas existen varias posturas, varias personalidades que plantean una manera de afrontar las circunstancias. Sobre cuál es la más acertada, no podemos afirmar nada aún, el tiempo lo dirá. Pero si podemos plantearnos una serie de preguntas que nos permitan dilucidar opciones, a saber: ¿Hasta qué punto es viable una postura de dialogo frente a un grupo gubernamental que pretende imponer una verdad a como dé lugar? ¿No es la acepción de “revolución” un motivo suficiente para suponer cuál será el resultado de ese diálogo? Ante un régimen que se ha impuesto por la vía del desconocimiento de la voluntad popular, ¿Es realmente sensato sentarse a negociar algo que es de la nación por decisión propia y autónoma? ¿Cómo puede un grupo opositor que se dice democrático intentar aislar o ignorar al otro lado del ala opositora? ¿Está la protesta bien encausada, con objetivos claros y específicos? ¿Son las guarimbas una expresión de rebelión ante un sistema opresor o expresión de anarquía?
Nuestra postura frente al diálogo es sumamente recelosa por cuanto este grupo opositor intenta dialogar sobre la base de una serie de atropellos, no solo de la voluntad popular (14 de abril de 2013) y el orden constitucional, sino por ser portador de un discurso de un discurso que en 15 años no ha logrado ningún avance hacia el bienestar, la felicidad y el desarrollo moral y espiritual de la nación, sino todo lo contrario, ha exacerbado la pobreza, la dependencia de los más necesitados de una élite política que se vende como su protector, la humillación de quienes no han mostrado simpatía por su proyecto político, que ha alimentado el odio hasta dividir el país en dos bandos que si se quiere se odian a muerte, tristemente. Ante este modelo, no considero que haya nada que dialogar, de ahí que a mis ojos ambos bandos son presa de profundas inconsistencias desde el plano discursivo hasta el práctico.
Antes bien, veo con mejores ojos el ala más “radical” (si se le puede llamar así) de la oposición. En primer lugar han hecho una buena lectura de cuáles son las demandas que hoy ahogan a la sociedad venezolana y que no encuentran audiencia desde el poder. En segundo lugar se mantienen firmes en una postura y abogan por el mantenimiento de la protesta callejera como rescate de un espacio que es público de por sí. No negocian y tildan a quienes están en el gobierno como dictadores. ¿Es por esta y otras posturas que se les llama radicales? Exagerado, no tiene nada de radical exigir que se respeten los derechos que son inherentes al ser humano, como la libertad y la libre expresión, la posibilidad de encontrar los medios necesario (capital social) que te permitan desarrollarte y alcanzar tus metas (capital personal); de exigir justicia frente a los atropellos contra los disidentes por el simple hecho de no arrodillarse, de abogar por el mantenimiento y custodia tanto de la dignidad personal como nacional, ante un sistema que pretende hacer de la sumisión un medio esclavista que no promueve oportunidades de crecimiento, sino al contrario de exacerbados controles.
Ahora en cuanto a las características de las protestas podemos hacer una breve explicación partiendo de Los Recursos Sociales del libro Aprender a Vivir. Ya mucho de ello lo hemos venido desarrollando, al explicar nuestra naturaleza social y política, la manera en cómo nos desarrollamos e influimos en la sociedad. Desde que nacemos sentimos la necesidad de comunicarnos y reconocernos en los demás, el vehículo más notable que nos permite ejecutar este proceso es el lenguaje. La interacción con los demás nos permite irnos descubriendo y descifrando los códigos que rigen las relaciones humanas dentro del círculo social que nos toca vivir. La calle es un espacio en el que nos encontramos como nación, donde compartimos y nos recreamos junto a nuestros familiares y amigos, es el lugar extra-hogar donde hacemos nuevas relaciones y nos desenvolvemos desde el plano laboral hasta afectivo, es decir, es el espacio en que socializamos. De ahí la importancia de mantener las protestas en las calles, porque es ahí donde podemos compartir nuestros anhelos, frustraciones, pasiones y sentimientos para crear una fuerza común que nos permitan alcanzar las metas que nos trazamos como país.
La razón por la que nos podemos encontrar y comunicar en la calle es porque pertenecemos a un mismo grupo social, a una nación en todo el sentido estricto de la palabra. Además en ese espacio público somos susceptibles de ser observados por todos los entes nacionales que no se terminan de involucrar en el movimiento, y por los medios internacionales, puesto que se les brinda una manifestación explícita para que los medios lo cubran y se elabore una matriz de opinión en el plano internacional sobre la situación real de la sociedad venezolana. Un sistema político se sustenta sobre la base de la soberanía popular y el acatamiento a un modelo, pero así como ese sistema es electo (en democracia claro está) es sensible de ser desconocido cuando deja de atender a las necesidades de la nación, en tal sentido debe articular una serie de mecanismo que en nuestro caso están plasmados en la constitución para proceder al cambio de sistema. Pero la pregunta, o la duda, vuelve a surgir con la anterior afirmación: ¿hasta qué punto es posible articular mecanismos constitucionales para sustituir un régimen, si las instituciones encargadas de ejecutar y velar por su cumplimiento obedecen a los intereses de quienes están en el poder? En este sentido, el diálogo queda en tela juicio nuevamente, porque todos los mecanismos legales están secuestrados por un solo partido político que antepone su voluntad a la de todo un pueblo que clama por un cambio de sistema político, económico y social.
Conclusión.
Actualmente no hay nada que negociar, lo único que se debe tener entre ceja y ceja es que se busca recuperar la libertad, la autonomía como personas y como ciudadanos. Se debe estar claro en que se busca rescatar el estado de derecho, la justicia y comenzar a construir un nuevo estado de bienestar que nos incluya a todos, aunque la gran inquietud que nos aqueja es que si para llegar a eso será necesaria una confrontación directa entre civiles.
Nuestra sociedad se encuentra fraccionada en numerosos estratos y agrupaciones político-ideológicos que manejan su propia verdad. Muchas veces, y sobre todo en nuestra historia, este tipo de malestares se han resuelto con una confrontación o guerra civil que permite drenar las tensiones, para luego erigirse un nuevo orden cosas.
Pareciera que una gran mayoría se han reencontrado en las calles y se han puesto codo con codo en una lucha por recuperar el país para la democracia. El movimiento estudiantil es el gran ejemplo en estos momentos, pues es el pilar fundamental sobre el que reposa casi todo el peso del movimiento, puesto que aún no se ve un verdadero compromiso por parte de la sociedad civil y de los partidos de la bancada democrática. Mucho se dice en el discurso y poco se hace, o lo que se hace no tiene un objetivo concreto, visible, que permita realmente aglutinar a los demás sectores del país que, como todos, están padeciendo el progresivo deterioro de las condiciones de vida.
Es posible que esta situación sea así porque hemos olvidado, o se nos ha diluido, nuestra consciencia o personalidad como nación democrática y plural. Es posible que se requiera de un tiempo para que en la calle volvamos a tomar consciencia sobre quienes, sobre lo que queremos y hacia donde debemos dirigirnos, no sobre la base de la imposición como ha sucedido en los últimos 15 años, sino sobre la base del consenso. Soy de los que piensan que hoy se nos presenta una coyuntura fundamental para nuestro futuro, y que si no actuamos podemos pasar el resto de nuestros días lamentándonos, o por el contrario, levantarnos en una sola voz y marcar estos días como la verdadera segunda liberación, como la auténtica re-independencia.
[1] Marina, José Antonio (2004): Aprender a Vivir. Madrid: Ariel
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