Juan Manuel Trak / 05 de febrero de 2015
La crisis económica del país se profundiza, no es un secreto para nadie que las condiciones de vida han empeorado desde que inició el 2015. Los acontecimientos diarios nos arroyan y la vertiginosa realidad nos conduce a olvidar rápidamente los escándalos del día anterior. En un contexto de esta naturaleza lo único seguro es la incertidumbre, motivo por el cual la racionalidad del venezolano se concentra en el ahora, el futuro no existe o, peor aún, se espera que sea mucho más complicado que el presente.
La mesa está servida para un conflicto de grandes proporciones, el gobierno lo sabe y ha tomado medidas para anticipar su capacidad de controlar a cualquier sector social que se atreva a levantar la voz. La resolución del ministerio de la defensa autorizando el uso de las armas de fuego en el control de manifestaciones es una prueba papable de lo anterior, y su propósito es doble: por un lado busca incrementar el costo de participar en manifestaciones, es decir, que haya cada vez más miedo de protestar. Por otro lado, tiene como finalidad legalizar el uso de la fuerza letal para justificar su uso en un futuro cercano. Así, no cabe la menor duda que el gobierno está viendo en la crisis que vivimos un oportunidad para afianzar su modelo autoritario.
Pero la represión por la fuerza no es la única estrategia que el gobierno utiliza para dominar a la sociedad venezolana. En el plano económico el gobierno se ha esmerado en perseguir y aterrorizar a las empresas privadas que sobreviven, ello con la finalidad de que se acoplen a sus intereses. La intención no es otra que el control de la cadena de distribución de alimentos, medicinas y otros productos de primera necesidad para utilizarlo a su favor de cara a futuros procesos electorales. En las largas colas que se forman en los mercados se ha prohibido manifestar el descontento, tomar fotografías o vídeos, incluso ofrecer agua a quienes bajo el sol esperan recibir la ración de comida que les toca. A ese nivel la represión la ejercen los propios ciudadanos que ante el miedo de que no les vendan el alimento prefieren que nadie se queje, que nadie opine, que nadie levante la voz. El gobierno ha generado incentivos muy perversos sobre los cuales fundamenta su dominación, ante la ausencia del carisma y la desaparición de la ilusión de riqueza que proveía los altos precios del petróleo, el miedo es la única estrategia sobre la que tienen control.
La escasez, las colas y la desesperación de la gente por obtener los productos que necesitan de cualquier manera, son utilizadas por el gobierno para aumentar el control sobre la sociedad venezolana. La crisis es posible resolverla con medidas económicas concretas, las cuales han sido presentadas al país en un reciente foro organizado por la Universidad Católica Andrés Bello. Pero el problema de fondo no radica en lo económico sino en lo político; son las decisiones que se toman desde las instituciones públicas y lo que se persiguen con las mismas lo que determina la lógica de quienes están en el gobierno. En este juego peligroso, el objetivo del gobierno es mantener el poder a toda costa, todo el tiempo que sea posible y, sabiendo que electoralmente eso es cada vez más difícil, buscan aumentar todo mecanismo que garantice su permanencia en el poder y los privilegios que ello supone.
Así las cosas, mientras tanto la sociedad venezolana se fragmenta cada vez más; los diversos sectores sociales (empresarios, trabajadores, gremios, comunidades, partidos, organizaciones de la sociedad civil, estudiantes, universidades, iglesias, etc.) tratan de sobrevivir protegiéndose de manera individual frente a un gobierno autoritario que gana con la división. En la medida que no haya un frente nacional que tenga como objetivo común el recate de la institucionalidad democrática, y eso funcione como paraguas sobre el cual cada uno de estos sectores se vea representado, entonces la lógica autoritaria continuará dominando cada uno de los aspectos de nuestras vidas. En este contexto, el futuro no existe, pues sin democracia no hay futuro para nadie.
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